La pesada herencia

En el día de ayer (14 de julio), en varios puntos de la Capital Federal, del país y de distintos países del mundo, distintos grupos de personas se movilizaron en las calles durante la noche para repudiar los salvajes tarifazos aplicados sin vergüenza a los servicios básicos y para pedir la renuncia de Juan José Aranguren, primer Ministro de Energía de la Nación.

Me deja tranquilo que el calor transmitido, ese calor producto del grito enojado y la cacerola ruidosa que no puede creer que otra vez tenga que salir a la calle, responda no solo a la feroz política neoliberal, sino también a la falta de libertad de expresión, ese permiso que gozamos de pensar de otra manera y poder transmitirlo sin peligro (que gozamos por nuestra mera condición de ser humanos en sociedad). Un par de días antes de la manifestación me lamentó ver un video en el que un par de uniformados obligaban a un señor a bajar de un coche del ferrocarril Mitre por tan solo llevar un cartel en repudio al gobierno de Macri. ¿Acaso no festejamos meses atrás la vigencia plena de la democracia con una nueva elección limpia? Temía que ocurra lo mismo en el día de ayer. Tenía miedo de que la policía, ese instrumento que tan solo pone en práctica el ideal podrido del máximo jerarca, no tolere un simple acto de la democracia ejercida y lo reprimiese ciegamente.

 

Pero esto no ocurrió. Las cacerolas gritaron, las gargantas se calentaron y el fuego iluminó una multitud que pese al frío y la insoportable lluvia se manifestó a favor del pueblo. A favor de la democracia. Democracia que por definición grava el poder en el pueblo y reconoce a un representante que defiende los intereses de aquél. Sin embargo, esto no ocurre, y por eso el pueblo sale a la calle. Y lo festejo, porque hace acordar al grupo de empresarios, sabios administradores, experimentados hacedores de ganancias, que actualmente se encargan de gobernar nada menos que una nación de habitantes, de ricos y pobres, de norteños y sureños de conservadores y progresistas, de ingenieros y artistas. En fin, una nación de personas. La manifestación de ayer es un claro ejemplo de que el rumbo del país está en nuestras manos. En las manos trabajadoras de millones de argentinos que solamente buscan sacarle el mejor provecho a la vida y no a costa de los demás.

 

Los medios de comunicación cómplices actualmente del beneficio neoliberal buscan instaurar la premisa “un aumento del 400% en las tarifas de los servicios no es tan abrupto”. Quieren decir que podría ser aún peor (y lo será). Y toda esta escalada tarifaria sin cielo es consecuencia de la “pesada herencia”, esa piedra lastimera que molesta en el zapato de los hombres y mujeres de traje. Imaginen lo pesado que resulta recibir un pueblo que disfruta de una inmensa y novedosa cantidad de derechos sociales, políticos y económicos; una población acostumbrada a confiar y a no salir a las calles, no por tibieza, sino porque no les resultó necesario durante tantos años; argentinos y argentinas que empezaron a cambiar la mentalidad, pues vivieron un período récord de años de democracia continua, en el que aprehendieron el concepto de “derecho” por sobre el de “ayuda social”.

 

Esa tan pesada herencia es la herencia de la democracia. La del poder radicado y cómodo en el pueblo. Libertad de opinión, expresión, consumo, votación y amor. La pesada herencia no es lo que llevó a aumentar el costo de los servicios básicos. Pesada herencia (insisto, para los que hoy nos gobierna) es concentrarse y reclamar debido a los tarifazos o pedir la renuncia de un Ministro.

 

 

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