Hablemos del elefante blanco

Históricamente el aborto ha sido “el elefante en la habitación”: una realidad innegable pero invisibilizada. Lo que sigue es una exploración de las maneras en que el cine ha representado al aborto en distintas épocas y partes del mundo. Ahora que sí nos ven, hablemos.

En “Colinas como elefantes blancos”, un cuento de Ernest Hemingway publicado en 1927, un hombre y una mujer discuten sobre una operación que ninguno de ellos nombra. Él la tranquiliza de que “no es nada” y que apenas si puede considerarse una operación. Ella trata de evitar el tema y le habla sobre cómo las colinas que ven desde la ventana parecen “elefantes blancos”. Si el lector logra descifrar las pistas que Hemingway deja en el relato, esta conversación críptica empieza a cobrar un significado muy fuerte: la operación a la que se refiere el hombre es un aborto y la observación de la mujer no es inocente.

La expresión “elefante blanco” es atribuida a “posesiones que tienen un costo de manutención mayor que los beneficios que aportan”. Encuentra su origen en los antiguos reyes de Tailandia que, cuando no estaban satisfechos con un súbdito, les regalaban elefantes blancos para llevarlos a la ruina. Con esta información, el lector puede reconstruir que se trata de una poderosa metáfora que simboliza el horror de un bebé no deseado que te lleva a la ruina. También resulta iluminadora la otra expresión que podemos asociar: “el elefante en la habitación”, que se refiere a una verdad muy evidente que está siendo evitada.

A lo largo de la historia, el aborto siempre ha sido “el elefante en la habitación”: las mujeres lo practican desde el comienzo de los tiempos, a solas, o acompañadas de otras mujeres, pero de cualquier forma en la esfera “privada” de sus vidas.  Sin embargo, en los últimos tiempos, gracias a la presión ejercida por el movimiento feminista, el aborto saltó a un lugar central en la agenda pública: ahora sí hablamos de esto, lo hablamos en la Congreso, en las escuelas, en la tele, en el trabajo, en la mesa familiar y también, en el cine. Lo que sigue es una breve exploración de las distintas maneras en que el aborto ha sido representado en el cine: en definitiva, para empatizar con una realidad invisibilizada, lo mejor que podemos hacer es visibilizarla. Y ahora que sí nos ven, hablemos.

Nuestro recorrido empieza por una de las eras más restrictivas y trágicas para una mujer con un embarazo no deseado: los años cincuenta. En Revolutionary Road (2008), basada en el libro del mismo nombre, se narra el tortuoso declive de una pareja joven que se muda a los suburbios a cumplir el sueño americano. A medida que avanza le película, nos damos cuenta que ese sueño es en realidad una pesadilla: un embarazo inesperado se convierte en la ruina de April Wheeler, quien soñaba con irse a Paris y vivir una vida plena, llena de independencia y aventura. El aborto parece la única salida posible para April pero su marido se rehúsa a salir del molde patriarcal: horrorizado, patologiza a April y le hace creer que lo que quiere “no es normal”, la convence de que necesita un psiquiatra, cancela los planes de ir a Paris como nada más que una “fantasía infantil” y decide que lo responsable es quedarse y tener el bebé. Sin embargo, April no se reconoce en esa vida. Se realiza, finalmente, un aborto clandestino en el baño de su casa y muere desangrada en el hospital. Al final nos quedamos preguntándonos si lo que pasó fue un accidente o un suicidio, con la perturbadora intuición de que debe haber sido un poco de las dos. Esto incomoda ciertas certezas tranquilizadoras sobre el valor de la vida y la libertad, tan cruciales en este debate: ante una vida sin libertad, muchas prefieren la muerte.

El aborto no perturba solo por este choque entre valores. Es un acto tan privado que resulta invisible y es justamente el silencio en torno al tema, lo que lo vuelve tan tabú. Este es el punto de partida que toma Invisible (2018), el film de Pablo Giorelli sobre una adolescente de 17 años que se entera que está embarazada. A lo largo del film vemos a Ely navegar las turbias aguas del aborto clandestino, segura de una sola cosa: no quiere tener ese bebé. La tremenda soledad de esa adolescente que se maneja como puede en un mundo indiferente e impiadoso es inmediatamente conmovedora. La mejor amiga de Ely es su único sostén, juntas investigan las opciones por internet y planifican lo que van a hacer: “El próximo finde mis viejos se van. Tenemos casi dos días enteros. Hay que comprar mucho algodón y un par de toallas que después las tiramos. Ideal tener un colchón viejo que después lo tiramos a la mierda también”.

La necesidad de borrar el acto, de que pase desapercibido, de que sea “invisible” a toda costa, es una cruda crítica al tipo de sociedad que le dejamos a las más jóvenes y desprotegidas. Es terrorífica la frialdad del hombre que le consigue las pastillas y de la mujer en la clínica privada que ve su salud como un negocio. “No te puedo devolver la plata”, le dice a Ely cuando esta se arrepiente. En definitiva, el aborto clandestino es un negocio peligroso, pero tremendamente lucrativo y también se ha hecho cine sobre esta problemática. Vera Drake (2004) y Un affaire de femmes (1988) exploran las vidas de dos mujeres que se dedican a practicar abortos. En el primer caso, la protagonista los realiza sin esperar nada a cambio, ya que lo considera un acto de caridad necesario. En el segundo, una mujer con problemas económicos encuentra una salida laboral en el aborto clandestino y lo realiza por altas sumas de dinero. En ambos casos las mujeres son criminalizadas por sus prácticas. La primera acaba en prisión, pese a considerar que no hizo nada malo y la segunda es condenada a pena de muerte, convirtiéndose en la última mujer a morir en la guillotina en Francia.

En Estados Unidos, donde el derecho al aborto ya se da por sentado desde hace décadas, es posible pensar películas como Juno (2007), Obvious Child (2014) y Grandma (2015), todas comedias en las que el aborto aparece como una decisión perfectamente normal y válida, sin demasiado peso moral. Obvious Child cuenta una historia que para muchas mujeres estadounidenses es familiar e incluso obvia: una mujer que se hace un aborto, se siente bien con su decisión y continúa con su vida. Este acto que en Hollywood aparece tan seguido como tabú o controversial, es, en algún punto también, común y cotidiano. En Grandma también está este enfoque, pero se suma una crítica social: lo difícil que es acceder a un aborto seguro para personas sin recursos económicos.

En mayor o menor medida, estas películas son respuestas a una situación preocupante: las cosas están cambiando en la “tierra de los sueños”. Por esto la serie El cuento de la criada (2017), basada en la novela de Margaret Atwood del mismo nombre y originalmente publicada en 1985, conmueve al imaginario contemporáneo: actualmente una ola conservadora hace temblar los derechos reproductivos en Estados Unidos. La serie muestra una distopia en la que un régimen religioso totalitario toma el poder en Estados Unidos tras una crisis en la fertilidad debido a desastres ambientales (no tan alejado de nuestra realidad). Para remediar esta crisis demográfica, el Estado se vale de los cuerpos de las mujeres fértiles que ahora pasan a ser esclavas sexuales de las familias más poderosas. Su humanidad es suprimida para convertirlas en incubadoras de carne y hueso.

La doble moral religiosa que aparece en El cuento de la criada, es otro punto crucial del debate, que es tratado más explícitamente en el film mexicano El crimen del Padre Amaro (2002), en la cual un cura embaraza a una adolescente. Preocupado por su reputación, el joven cura convence a la muchacha de realizarse un aborto clandestino, tras el cual ella muere desangrada. Entre las escenas más poderosas, cabe resaltar una en el confesionario: el cura articula la frase rutina “confiesa tus pecados, niña”, ante lo que la muchacha responde: “Ya los sabe. ¿y los suyos?”. Resulta significativo mencionar que previo al estreno del film, grupos católicos intentaron prohibir la película y el grupo derechista ProVida incluso intento demandar al gobierno para prohibir su exhibición. A pesar de esto, la película se convirtió en la más taquillera del cine de México.

Algo parecido sucedió con el film If these walls could talk (1996), que narra tres historias de aborto en tres épocas distintas. La película fue difícil de financiar, pero una vez que obtuvo el visto bueno de HBO, se convirtió en la película más vista en la historia del canal. El primer relato trascurre en los años cincuenta, el segundo en los setenta y el tercero en los noventa. Estos últimos relatos demuestran que la batalla por la emancipación de la mujer no se acaba con la legalización y eso deberíamos tenerlo en cuenta especialmente ahora. La última historia refleja el fenómeno de los ataques a las clínicas de aborto. La protagonista es una universitaria que queda embarazada de su profesor casado. Él le da dinero y le sugiere que se haga un aborto. Cuando llega a la clínica, hay una manifestación provida fuera de control: los manifestantes empujan y acosan a la chica, en un circo delirante y sádico. La médica viste traje anti-balas para entrar a la clínica.

Se escucha a una manifestante gritar: “Que el Señor rompa con la maldición de la independencia en los corazones de las mujeres”. En el consultorio, la chica asustada pregunta si el procedimiento concluyó, la médica le asegura que sí con una sonrisa. De repente entra un hombre con un arma, la verdadera contracara del sueño americano, y le dispara a la médica. Mientras la médica agoniza en un mar de sangre, la chica se baja esforzadamente de la camilla y le sostiene la mano, como la profesional se la había sostenido a ella minutos atrás. Contra el deseo desaforado de la manifestante, la independencia que late en los corazones de las mujeres ya no la apaga nadie.

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