Mi viejo el genocida

Son hijas de genocidas que decidieron unirse para luchar colectivamente contra el horror. La difícil decisión de enfrentar la propia historia, el destierro familiar, y la ruptura radical del mandato en el seno de una cultura que establece que "honrarás a tu padre" antes que "no matarás".

Llegan puntuales a la cita. Una es psicóloga, docente, delegada en UTE y escritora. La otra documentalista y bailarina de tango. Ambas lucen sus respectivos pañuelos verdes. De no saberlo a priori, un interlocutor desimformado no sospecharía jamás que Analía Kalinec y Liliana Furió fueron criadas en las casas de algunos de los responsables de los peores delitos de lesa humanidad de la historia argentina. Pero a diferencia de otros cientos de casos, ellas no fueron apropiadas: son hijas biológicas de genocidas y forman parte de un grupo de casi 50 familiares que decidieron organizarse para romper el mandato familiar y sostener una difícil lucha por la memoria, la verdad y la justicia.

-¿Cómo, cuándo y por qué surge Historias Desobedientes?

-Analía: El origen somos nosotras dos, por decirlo de alguna manera. En particular, nuestros padres están juzgados y condenados a perpetua los dos. En marzo de 2016, Lili leyó mi testimonio en un libro, me conecta y es el primer antecedente de dos hijas de genocidas que se ponen a laburar juntas esta situación. Se generó una empatía grande entre nosotras pero no encontrábamos otros, no había registro de antecedentes: estaba el caso de Vanina Falco, la hermana de Juan Cabandié, pero eran situaciones aisladas.  Cuando salió la propuesta del 2×1 fuimos juntas a la Plaza de Mayo y a las pocas semanas apareció la nota de Mariana Dopazo, la hija de Etchecolatz, y se viralizó su testimonio. Con Lili dijimos: «Hay alguien más, hay que buscarla». En la nota empezaron a aparecer posteos de otros hijos de genocidas que dejaban sus testimonios. Decidimos juntaros: éramos 5 mujeres y un varon. Elegimos llamarnos «Historias desobedientes», usamos como base una pagina en Facebook y mandamos a hacer una bandera.

El lanzamiento de la agrupación generó ruido: después del NiUnaMenos y tras difundirse su lucha, pasaron de tener 90 seguidores a más de 10 mil. Periodistas internacionales se interesaron en el caso: llegó The Guardian, El Mundo, O Globo, Liberación y con ellos también comenzaron a contactarlas otros hijos de genocidas. Hoy conforman una red de unos 100 personas con unos 50 militantes activos. Incluso cuentan con compañeros en Chile y Alemania y explican que el objetivo de la organización es constituir una red internacional. «Es la primera ver que se forma un grupo colectivamente para repudiar a sus padres. En Alemania hay gente que lo ha podido hacer cuando sus padres fallecen. El nuestro es un caso único por entender la importancia de la voz colectiva para expresar el rechazo y además, muchísimos de nosotros lo hicimos en un momento donde nuestros padres están vivos y en un contexto político adverso», explica Liliana.

Analía

Sus historias personales son distintas, como lo son la mayoría de los casos que se acercan a Historias Desobedientes. «Yo nací en dictadura, en el 79, y crecí en años de impunidad en una familia terriblemente endogámica donde no había una violencia manifiesta, aunque si una sumisión fuerte a un padre proveedor, todopoderoso, amoroso también pero dueño de la verdad», explica Analía. «Escuela católica privada, club de la Policía, obra social de la Policía. Mi margen de vinculación estaba ahí. El punto de inflexión en mi historia personal lo marca la reapertura de los juicios, porque ahí mi papá queda preso», cuenta.

El padre de Analía no era un cadete ni un colimba. Eduardo Emilio Kalinec, alias «Doctor K», es un comisario condenado a cadena perpetua por haber participado en el circuito ABO. «En 2005 recibí un llamado de mi mamá en donde me decía que no me asustara pero que papá estaba preso. Yo no entendía absolutamente nada. Lo fui a ver a Marcos Paz con mis hermanas, llorando, y mi papá nos dijo que nos quedásemos tranquilas que eran todas cuestiones políticas y que no teníamos que creer nada de lo que escuchásemos. Obviamente acatamos la orden y seguimos yendo a visitarlo. En 2008 hago el quiebre: nace mi hijo, la causa se eleva a juicio oral y a mi viejo lo trasladan a Devoto. En ese contexto me permito empezar a dudar. Con todas las contradicciones que se te puedan ocurrir», agrega.

El cambio no nació de la nada. Sumado al profundo proceso de reparación y memoria encabezado por el gobierno de Néstor Kirchner, Analía comenzó a estudiar Psicología en la UBA, a trabajar como docente y a mandar a su hijo a la escuela pública. La temática, que consideraba lejana y ajena, la comienza a interpelar más de cerca. En 2008, tras leer la causa, los testimonios y googlear a sus padre, Analía decidió increparlo. La respuesta fue la del manual: fue una guerra, no son 30 mil, ponían bombas y él defendía a la patria. «Yo sentía el alivio de decir lo que pensaba y en ese marco empiezo a hablar, con mis hermanas y mi mamá. Entonces me encuentro con una expulsión de la familia, que sigue hasta hoy con un juicio por indignidad». El juicio comenzó con la muerte de la madre y la sucesión por los bienes, y el genocida, junto con dos de las hermanas de Ana Lía, presentó un escrito que denuncia que su hija fue «captada por grupos activistas en la Facultad de Psicología». Además se la culpa a Analía por la muerte de la madre y la prisión del comisario. Las hermanas, plegadas a la denuncia, trabajan en la Policía, estudiaron en la Facultad de la PFA, compraron sus departamentos con un crédito de la Policía y desde ese momento no tienen más vínculo. Luis, su pareja, 20 años mayor e hijo de anarquistas, fue quien la acompañó en todo el proceso y un sostén importante para su lucha.

Liliana

Liliana es hija de Paulino Furió. En la época mas violenta de la represión, Furió era Jefe de Operaciones en Mendoza y en el 77 pasó a dirigir la Inteligencia de la VIII Brigada de Infantería de esa misma provincia, dos cargos claves en el organigrama de la represión. Lili cuenta que no hay muchos testimonios de gente que lo haya visto a la cara. En principio, por su alto rango, pero Liliana recuerda una declaración en la mesa familiar que la dejó marcada. Durante un almuerzo familiar, Furió golpeó la mesa y gritó: «A mi nadie me viene a cuestionar porque si estos hijos de puta vuelven, yo me calzo la capucha y salgo de nuevo a hacerlos mierda». A confesión de parte, relevo de pruebas. «Es partícipe necesario absoluto. No se puede pensar, como en algún momento me hubiera gustado, que él no, que justo él no tuvo nada que ver», comenta Liliana.

En ambos casos, la reapertura de los juicios durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner fueron elementos fundamentales para salir a luchar «Fue allí donde pudimos empezar a tomar real dimensión de lo que sucedía, aunque fue un proceso largo. Recién después de mucho tiempo pude ir a marchas. Pude empezar a hablarlo y con la gente con la que más empatía tuve fue con compañeros de .H.I.J.O.S. Muchas veces me cruzaba con compañeros de la militancia y me preguntaban que pensaba. ¿Y qué voy a pensar?. Que es un hijo de puta, que tiene que estar preso», cuenta Liliana.

Honrarás a tu padre

Al salir a dar la discusión, en los primeros tiempos, cargaban contra distintos fantasmas. «Por una lado estos familiares de genocidas como Cecilia Pando, pero por el otro un mandato cultural muy fuerte. Está presente la idea de «Honraras a tu padre», que en los mandamientos está antes que no matar y no mentir y nosotras venimos a romper con eso», explica Analía.

Al ser consultadas sobre la manera en que procesan el destierro, la expulsión de sus familias, ambas cuentan que son grupo político y no un colectivo de autoayuda. Que a pesar de venir agredidas por su circulo primario más directo el objetivo de fondo de la agrupación es incidir en la lucha por memoria, verdad y justicia.

-¿Cómo operó el machismo en su crianza?

-Liliana: Yo milito en el feminismo hace mas de 20 años. Mi papa es de libro: es un machista tan exacerbado que es una caricatura, es el paroxismo, es misógino. Y yo me crié en eso. Conmigo tenía profundas contradicciones, porque yo siempre fui muy rebelde, de enfrentarme y él me quería someter especialmente. «A mí la única que me ha hecho frente alguna vez es esta loca», decía. Y esa era yo, pero también era un metamensaje muy fuerte a los varones. Y mi madre era una mujer de un sometimiento reverencial. Ella perdió su subjetividad en el camino: hay una marca de dominación y violencia donde la mujer quedo subsumida completamente. A mi vieja no  le pegaba pero la violencia psicológica que ejercía con ella era más brutal que los golpes que nos daba a nosotros.

-¿Qué relatos de la historia construyen los militares para sus hijos?

-Liliana: A mí, cuando pregunté al principio de la adolescencia, mi viejo me hablaba y yo me figuraba al mismísmo demonio: «Estos hijos de puta se quieren cargar a la familia, a nuestro Dios y toda nuestra cultura y además son unos asesinos sanguinarios», decía.

-Analía: En el libro «Escritos desobedientes» se describen varias experiencias. Aparecen estas ideas de que iban a violar a hijos de militares, a tener hijos del pueblo. En mi caso personal era un tema totalmente tabú: no te metas, algo habrán hecho, son cosas de la política y la política es algo malo.

Resulta difícil romper con el circulo que las corporaciones miliares y los círculos de pertenencia les proponen a estos familiares. Cuentan que la pertenencia los seduce desde lo económico, lo familiar y lo emocional. «Hay pibes que cuestionan a sus familias pero viven en los departamentos de sus abuelos porque sino no podrían estudiar. Pero rebelarte en determinado momento también implica una condena. Hay compañeros con trastornos de la alimentación, trastornos emocionales».

Con el objetivo de sistematizar los distintos relatos y recorridos, decidieron imprimir un libro: Escritos desobedientes. «Somos nosotros los que contamos en primera persona. Nace a partir de la necesidad que tenemos de salir a decir lo que nos pasa, que se conozcan nuestras historias y saber que nuestros caminos alientan a otros a salir. Hay un efecto cascada: han venido nietos de genocidas que interpelan a sus padres y nosotros vemos que vamos moviendo cada vez más estructuras», relata Analía.

-¿Y qué le dirían a una hija de un genocida que aún defiende a su padre?

-Liliana: Que siento muchísimo que o pueda salir de un molde, de un mandato, para poder plegarse a una lucha por justicia. Que no hay ninguna justificación para el horror. Si querés vivir en un engaño porque te resulta funcional, es una elección de vida. A mí, me parece deleznable.

-Analía: Que se permita dudar. Y ahí entra a la cuestión del afecto: cuestionar no tiene que ver con dejar de querer pero sí con una búsqueda genuina de encontrar la propia historia.

 

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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.