Crónicas de Cuba

Aprovechamos el verano para retratar algunos destinos en ojotas y con las lentes del Grito. Esta vez Cuba: socialismo, playas, actualidad política y conflictos generacionales en la isla más digna del Caribe.

El poeta y el boxeador

Una plaza chiquita de Santiago, con algunos bancos y palomas. Primero llega el poeta. Más tarde el boxeador. El poeta habla de literatura, de Benedetti, de Gelman, de música del Caribe, de historia cubana. Cuenta que escribe, que ha publicado poco. El poeta no parece poeta, más bien parece un soñador de barrio, un viejito letrado. El boxeador sí parece boxeador: nariz chata, voz gruesa, cadenas de oro de fantasía. Se sientan al lado nuestro. Parecen muy interesados en charlar. Son muy simpáticos y corteses. Les ofrecemos agua y aceptan. Cine, deporte política. De repente, el poeta le dice al boxeador que hable con Noe y por lo bajo me pide plata: lo que sea, un dólar. -No pagamos por charlar-, lo corto en seco. Se asusta, se inhibe, se rectifica. El boxeador mira la secuencia y trata de corregir a su compañero. No hay margen, nuestra cara cambió. -Ven pa´cá. Vamos por un ron-, lo recupera a su amigo el boxeador y se van riendo. Nos quedamos solos de nuevo, sentados en una plaza chiquita de Santiago, con algunos bancos y palomas.

Fotos: Rocío Escobar
Fotos: Rocío Escobar

El conflicto es generacional. Claro, casi no hay clases, y las que existen no se conforman en relación a su lugar en el sistema de producción. Como en todos lados, los que están más cerca de los lugares de toma de decisión son los más privilegiados. Pero esos privilegios no se traducen en oro, propiedades o coches de último modelo. Entonces, el conflicto es generacional.

De un lado están los viejos, la generación de los abuelos, entre 80 y 90 años, los que bajaron del monte, los que expulsaron a la dictadura con veinte fusiles, los que acabaron con el analfabetismo en un año y medio, los que lucharon en Girón. Fueron ellos y ellas las que condujeron los prodigios en ciencia, medicina, deportes, los avances sociales y culturales. Son cuadros duros del marxismo, inexpungables, humanistas, internacionalistas, la generación que sostuvo el proceso transformador más profundo de América Latina.

Del otro lado está nuestra generación. Entre los 20 y los 30. Cadenas y anillos, remeras de Estados Unidos, reggaeton y redes sociales. Una juventud que mira a los turistas y ve un reflejo espejado de una realidad inalcanzable. Tampoco lo alcanzarían si tuviesen el sistema económico de Dominicana, de Haití, de Jamaica, o de cualquier otro país de Centroamérica y el Caribe. De hecho, seguramente no podrían haber estudiado la universidad de manera gratuita, o acceder a uno de los mejores servicios de salud del continente. Es más, tampoco comprenden (o sí, pero no importa) que los que podemos llegar hasta La Habana somos una minoría privilegiada, un pequeño grupo que simplemente «nació con suerte». Pero el consumo es así y uno se refleja en ese potencial grandilocuente de cámaras Nikon y Iphone 7.

Fotos: Rocío Escobar

En el medio, la generación clave. La de Miguel Díaz Canel, el actual presidente, el heredero y el primero que conduce la nación sin portar el apellido Castro Ruz. Una generación que vivió las ventajas de la revolución sin haberla hecho, que sostuvo los momentos más difíciles: el período especial, el bloqueo, el asedio constante a 30 millas norte. Una generación que puja entre la tensión de los viejos cuadros que exigen continuidad y la juventud millenial que clama por rupturas.

Fotos: Rocío Escobar

Rosarios de semillas

Son 60 años de aquel `59. En el centro de Santiago, la ciudad héroe, la rebelde, una muestra fotográfica retrata a los principales protagonistas de la gesta, ya entrados en años. Yo miro en silencio, él se acerca y me mira. Podría ser uno de los protagonistas de las fotos, pero no. Dice que tenía once cuando bajaron los barbudos, que no se acuerda mucho. «Ellos llegaron a Santiago y llevaban estos rosarios, rosarios de semillas negras», me cuenta y saca de abajo de la camisa un rosario de semillas negras que él también lleva.

Fotos: Rocío Escobar

«Y casi no comen carne de res. Es más, si matas una vaca te dan más años de condena que si matas un tipo. Parece la India», dice el canadiense y se ríe. Es su tercera vez en Cuba. Conoce otros tres lugares del Caribe, Europa, Estados Unidos y Asia Central, pero tiene una especie de fetiche con la isla. Es un yuma (turista/gringo) pero se siente local. De hecho, alguna gente le dice Che, por la frondosa barba que solía lucir.

Si la información es un arma, la desinformación es aún más poderosa. La tergiversación existe hace cientos de años y ha sido un arma de dominación. En el caso de Cuba es aún peor y ha servido para deslegitimar a uno de los países con mejores índices de desarrollo humano en todo el continente. La anécdota de la vaca es falsa. En Cuba, un país que casi no tiene vacas, todes les niñes menores de siete años reciben un kilo de leche en polvo cada diez días. Por diez centavos de dólar.

De hecho, si queremos insumos, este dato es real y sirve: el índice de mortalidad infantil en Cuba es de 3,9 por cada mil nacidos vivos, la más baja de Latinoamérica y en 2018 alcanzó su mínimo histórico. En Argentina este número es de 9,7 y en 2017, por primera vez en diez años, dejó de descender. El 97% de los niños cubanos tiene la escolarización primaria terminada, niveles similares a los de Bélgica o Francia. El Estado cubano destina el 12,9% de su PIB a educación y es el país latinoamericano que encabeza ese ranking. Esto colabora a un alto nivel de formación de su población así como también una presión generada por la abundancia de profesionales en una economía del tamaño de la de Sri Lanka.

Fotos: Rocío Escobar

A pesar del bloqueo, de las invasiones, de los atentados a Fidel, del período especial, de la demonización, del desabastecimiento forzado, de la oposición de Miami, en las calles de La Habana se reúnen unas mil quinientas personas. Un escenario, veinte filas de sillas, una bandera gigante de Cuba a mano izquierda, un trapo del mismo tamaño a mano derecha con las fotos de Fidel y Raúl. Es un debate constituyente. Los cubanos y las cubanas discuten su nueva Constitución. En las calles se leen los carteles «La Constitución es la voz de un pueblo» y algunos vendedores ambulantes venden copias del ante proyecto a un peso. El texto pareciera un manifiesto de un grupo juvenil revolucionario de otro tiempo, una proclama igualitaria, un canto a la humanidad, una lección de soberanía.  Martí, Fidel, Marx, Engels y Lenín. El Granma y la Sierra Maestra. Un compilado de historia latinoamericana convertido en ley. Me cuentan mis amigos, cubanos, revolucionarios, que la constitución es solo una adaptación de los modos de funcionamiento que ya se venían desarrollando en Cuba. Una transcripción, un poco tardía, pero un asentamiento de pisos fundamentales de derechos. Para los viejos es de avanzada. Para los jóvenes se queda a medio camino: reconoce avances pero no introduce los cambios que anhela una generación que se crió a espaldas del consumismo. Es nuestra última noche y termina con debate político. Resulta enriquecedor escuchar a los jóvenes de este lado, los que participan en los Comités de Defensa de la Revolución, los que sostienen un proceso que nadie esperó que se sostuviera. Nos vamos de Cuba con certezas. No importa el tamaño ni los recursos, es imposible tumbar a un pueblo de pie.

Fotos: Rocío Escobar
Fotos: Rocío Escobar
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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.