«¿Por qué la puta es explotada y la que trabaja en una fábrica no?»

Puta, feminista y peronista. Fue candidata a legisladora y hoy dirige el sindicato AMMAR, que nuclea a más de 6500 trabajadoras sexuales alrededor del país. Entrevista con una de las voces emergentes y más potentes de la nueva ola feminista.

Santino, de 12 años, duerme en el cuarto. Anoche se desveló jugando al Fortnite mientras aprovechaba los últimos días de vacaciones antes de empezar el séptimo grado. Desde los seis años, Santino sabe que su mamá es la secretaria general del gremio, pero no de uno cualquiera: Georgina Orellano es la máxima dirigente de AMMAR, la representación institucional de las trabajadoras sexuales argentinas, un sindicato con más de 6500 afiliadas en todo el país, mujeres, trans, varones y compañeres no binaries. Como desde hace más de diez años, Georgina sigue trabajando en la calle, en el barrio porteño de Villa del Parque. Esta vez, nos recibe en la otra punta de la ciudad, en su departamento de San Telmo, cubierto de posters, dibujos y stikers feministas, de Eva y de Cristina.

Hace poco dijiste que con la crisis hay cada vez más mujeres que vuelven al trabajo sexual. 

En estos últimos años hay un incremento de compañeras que eran trabajadoras sexuales, lo habían dejado de ejercer, y habían encontrado otro ingreso dentro de la economía popular: vender ropa, tener un puesto en una feria. Ahora, que se les complica más llegar a fin de mes, vuelven a pensar en el trabajo sexual como una forma de aplacar la crisis económica. Cada vez más mujeres se acercan a AMMAR a preguntarnos cómo pueden incursionar en el trabajo sexual.

¿Y cómo asesora AMMAR a una piba que se acerca por primera vez con este tipo de planteo?

Primero, le decimos que tengan en cuenta que es un trabajo clandestino, con una fuerte mirada estigmatizante. Que una cosa es lo que sucede en los espacios feministas, donde las putas feministas hemos ido marcando presencia y ganando apoyos, pero que en el resto de los sectores sociales no sucede lo mismo. Cuando salimos a trabajar, en la esquina, siempre tenemos problemas con los vecinos, con la policía, todo respaldado por el estigma y la exclusión. Tratamos de ponerlas en la realidad: de que es un trabajo con muy pocas ventajas, que puede ser dinero rápido o que una puede establecer determinadas tarifas, pero después tiene un montón de componentes negativos: en la calle no puede pararse cualquiera porque hay determinados códigos, hay que respetar tarifas establecidas por zona, que se definen año a año con todas las compañeras. Intentamos explicar las desventajas y decirle que no es un trabajo empoderante, porque ningún laburo te empodera. Eso lo hace la organización sindical, que nos permite hacernos visibles. Le bajamos las expectativas. Ser puta en la era de Macri no es ser revolucionaria, es ser una trabajadora precarizada de la economía popular. Y tenemos que estar defendiendo nuestro lugar porque hay una política de expulsión del espacio público.

Foto: Virginia Robles

¿Cómo construye la sociedad machista y patriarcal las narrativas sobre las putas?

Hay dos tipos de construcción. Por un lado, la victimización, que intenta silenciarnos y aleccionarnos desde un lugar en el que somos víctimas: no pudimos elegir, no tenemos poder de decisión, el Estado debería ayudarnos. Una cuestión de compasión. Por el otro lado, la mirada de la morbosidad: lo hacen porque quieren, les gusta la plata fácil. No hay un intermedio en esas miradas instaladas socialmente. El intermedio, justamente, es la voz que venimos a proponer: somos trabajadoras, probablemente no elegimos de qué trabajar, pero creemos que le sucede a un montón de trabajadores. Pero, ¿por qué pensamos que solamente la puta no elige, cuando todos los trabajadores son explotados? Siempre se la piensa como víctima y no como trabajadora.

¿Y por qué?

Tiene que ver con la mirada de la sacralidad con la que es pensada la sexualidad de la mujer por el sistema machista y patriarcal. Nos hicieron creer que en la sexualidad teníamos que obedecer o padecer: obedecemos al patriarcado o padecemos la mirada de un sistema que dice que se nos acorraló y por eso el patriarcado nos tiene que salvar. Cuando discutimos la cuestión del trabajo sexual aparece la sexualidad como un eje central. Hay mucho desconocimiento: por un lado, mucha romantización y, por el otro, una victimización brutal en la que nos dejan como incapaces de decidir.

Por supuesto que hacemos críticas sobre el trabajo sexual, porque las condiciones en las que lo ejercemos son indignas. No queremos ni prohibir ni abolir, sino cambiar, porque el trabajo sexual va a seguir existiendo. Pero son cambios de paradigma que vamos a tener que dar cuando nos saquemos todo lo que la Iglesia Católica puso en nuestras mentes. Más allá que una diga que el patriarcado se va a caer, lo primero que tenemos que sacar es el patriarcado que llevamos dentro. ¿Por qué pensamos que la sexualidad es sagrada? ¿Por qué queremos salvar a la trabajadora sexual y no a la compañera recicladora de residuos? ¿O por qué la puta es explotada y la que trabaja en una fábrica no? Es falta conciencia de clase sumada a la conciencia de género.

Foto: Virginia Robles

¿Qué diferencia hay entre una trabajadora sexual pobre y una de clase media?

Son discusiones internas que tenemos muy seguido. Con compañeras que trabajan en la calle y con las que lo hacen en las redes sociales, que no es lo mismo. Pero entendemos que el mundo laboral también empezó a cambiar y tratamos de trabajar sobre las similitudes que tenemos. Por eso llegamos a la conclusión de que nos atraviesa el mismo estigma: por más que vos tengas un departamento, o que vivas en Puerto Madero, el estigma puta te va a perseguir por todos lados y ese estigma no hace diferencia de clase. Te atraviesa por puta de mierda o por puta que quiere pertenecer a una clase que no es la suya.

¿Qué sucede con las trabajadoras sexuales cuando envejecen? Vos hablás de capital erótico, que en el capitalismo patriarcal suele disminuir con la edad…

El sistema capitalista, a los cuerpos femeninos, nos quiere siempre jóvenes y bellas, porque podemos producir más. Lo que les pasa a las trabajadoras sexuales les pasa a un montón de trabajadoras. La recepcionista que llega a los 45 años sabe que tiene que aguantar todos los maltratos porque, si quiere imponer sus condiciones, la van a despedir y va a ser muy difícil que vuelva a conseguir un trabajo.

Sucede con muchas compañeras que no se pueden jubilar de nada. En Villa del Parque hay una plaza histórica donde siguen ejerciendo trabajadoras de 60 o 70 años. Vemos con preocupación que no puedan percibir una jubilación. Pensamos alternativas porque sabemos que la discusión del trabajo sexual va a llevar tiempo, y no tenemos ni Ministerio de Trabajo.  No podemos presentar un proyecto de ley para que se reconozca el trabajo sexual, cuando la política del gobierno neoliberal es quitar derechos. La tarea del movimiento de trabajadoras sexuales en este año electoral es generar conciencia en las compañeras a la hora de votar, para que lo hagan con responsabilidad.

¿Cómo ves el resurgimiento del feminismo radical o transfóbico?

Se explica por el avance de la derecha en toda la región y el retroceso que tenemos como patria grande: Bolsonaro, Macri, Trump. Creíamos que habíamos dado un salto cualitativo y saldado el debate, pero no es así. En un momento los arrinconamos pero eso no quiere decir que esa gente se haya evaporado. Siguen ahí, son parte de la Iglesia Católica, de la evangélica. Históricamente, todos los sectores que buscamos inclusión, lo tuvimos que buscar también en el movimiento feminista. Las compañeras lesbianas tuvieron que hacer un largo proceso porque había feministas que no querían que estuvieran porque la gente iba a pensar que todas las feministas eran lesbianas. Lo mismo con las compañeras del colectivo travesti trans: comenzaron con su propio taller y, cuando aparecieron por primera vez, las echaron diciendo que eran hombres vestidos de mujer. Me genera preocupación que sea un discurso que tengan las más jóvenes. ¿Por qué piensan eso teniendo esa edad?

 

Foto: Virginia Robles

¿Cómo les respondes a quienes te acusan de proxeneta?

No creemos que esos problemas se resuelvan mediante un fiscal o un juez. Son cuestiones que se saldan mediante el debate político. La verdad es que no le doy importancia. Hay compañeras que me insisten para que responda. Pero, o le respondemos a todos los agravios o nos dedicamos a construir organización sindical. Y ahí priorizo resolver problemas de violencia de género, de persecución policial, de compañeras que no llegan a fin de mes o necesitan ayuda porque los hijos entran al paco.

¿Qué relación existe entre la trata de personas y el trabajo sexual?

Hay una relación entre la trata de personas y otros trabajos. Lo que nosotras ponemos en discusión es que las políticas estatales que se llevaron adelante para combatir la trata pusieron el enfoque solamente en el trabajo sexual. Si de la misma manera en que prohibieron lugares de trabajo de nuestras compañeras, lo hubieran hecho en talleres textiles, campos, marcas de ropa, hubiese sido un avance sobre el sistema capitalista. Acá lo que se combatió fue a las putas. Se metió todo en la misma bolsa y las políticas prohibicionistas generaron mucha más clandestinidad y resultaron erróneas porque se llevaron adelante sin haber tenido en cuenta las opiniones de las trabajadoras sexuales.

Fuiste candidata a legisladora en 2015. ¿Seguís apostando a insertarte en la política institucional? ¿Te imaginás una presidenta puta?

Me imagino a Cristina estando junto con las putas. Nuestra lucha no es sectaria: es decir, cuando tengamos obra social y jubilación no vamos a cerrar el sindicato. Comprendimos que ninguna lucha se gana desde un lugar individualista, sin entenderse como parte de la clase trabajadora. Es cierto que la prioridad nuestra es que el trabajo sexual se despenalice. Pero también cambiar la mirada estatal, nuestra disputa es que haya funcionarias en el Estado que tengan una posición pro-trabajo sexual. Entonces, cuando tengan que legislar, puedan convocarnos. Queremos que las abogadas, fiscales y legisladoras tengan una mirada de género y pro-trabajo sexual.

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