La cumbia como comunión inevitable

La Delio Valdez en el Centro Cultural Recoleta: crónica de un recital ATP y ATR de la banda que desde los patios de la UBA llegó a los escenarios.

Se cruzan, se abrazan, juegan entre ellos y con las cosas que los rodean, hacen chistes, se entretienen. Aunque son todos mayores de edad, conservan la espontaneidad y la torpeza del grupo de adolescentes que empezó a tocar hace diez años entre colegios tomados y patios de facultades de la UBA. Contra la pared hay una mesa donde se acumulan frutas frescas, aguas, Coca Cola y una botella de fernet cerrada. Enfrente, un espejo enorme en el que ninguno se ve. Alguien toma un vaso de plástico y lo llena de gaseosa de pomelo, otro envuelve tabaco en un papelillo que, más tarde, va a fumar. Son las siete de la tarde y la orquesta La Delio Valdéz terminó de probar sonido en la terraza del Centro Cultural Recoleta, donde darán un show ATP y ATR para arrancar el mes de febrero.

Ahora aprovechan el intervalo para relajarse en el camarín. Son muchos y hablan a la vez. Salen a buscar familiares y amigos, se llaman a los gritos, hacen pasar a managers y productores. Resulta imposible la tarea de contarlos y, si no supiéramos que en la formación estable de la orquesta son 15 músicos, aún estaríamos en la duda. En la orquesta hay una sola chica, Agustina Massara, “la Rubia”, el saxo alto y como invitada permanente se suma la voz de Ivonne Guzmán -cobriza, esbelta, contagiosa, colombiana-, una mujer que casi no conserva rastros de la adolescente que brilló en los castings de Pop Start a principios de los 2000.

La Delio Valdez se conformó en el año 2009 como una banda de amigos y, según sus propios protagonistas, todo el proceso de crecimiento fue muy disfrutado. En estos diez años la orquesta fue renovando su formación y su sonido, empapándose en el género y profesionalizándose.  Al principio sólo hacían versiones de sus temas preferidos de cumbia colombiana, incorporando sonidos autóctonos como charangos y quenas. Su último disco “Sonido Subtropical”, editado en agosto del 2018, trae por primera vez once canciones originales del grupo, es el cuarto CD de la banda y se suma a “La Delio Valdez” ( 2012), “La rueda del cumbión” (2014) y “Calentando la máquina” (2017).

Si bien La Delio recuperó un repertorio poco escuchado en nuestro país, entienden que las influencias centroamericanas se pueden rastrear ya en el repertorio de “Los Wawanco” -banda que existe desde la década del ´50-, y aseguran que muchos de los cantantes locales de cumbia villera escuchan cumbia colombiana. “Somos una banda de argentinos haciendo cumbia colombiana. Consideramos que la cumbia es la expresión del pueblo, una comunión necesaria. Con los cumbieros argentinos siempre tuvimos la mejor relación y a los colombianos les gusta lo que hacemos porque ni siquiera ahí se toca en orquestas. Además, hacer música de otro país nos permitió generar vínculos con músicos extranjeros”, cuentan los miembros de la banda que tuvo la participación de músicos como el Chango Spasiuk y Orlando Yepez, de Los Gaiteros de San Jacinto, en su último disco. También tuvieron el honor de compartir pistas con Taty Almeida, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, quien colaboró recitando el tema “Santa Leona” .

Pero La Delio Valdéz no es sólo la orquesta que desde el under supo seducir los escenarios de la noche porteña: también funciona como cooperativa de músicos. “A veces es más complejo porque cada decisión se toma en asamblea. Pero cuando trabajás sin patrón, no hay competencia y se arma una dinámica distinta. También sabés que si en algún momento de la vida vos podés dar menos, están los otros”, explica Santiago Moldovan ‘El Ruso’, que toca el clarinete en la orquesta.

Como cooperativa, La Delio Valdéz produce su propia fiesta, “El cumbión”, donde cuentan con su propio DJ residente “Sonido Parrandero” e invitan a bandas amigas a compartir el escenario. “El cumbión es nuestro caballito de batalla”, explica Manuel Cibrián, encargado de la voz y los bajos. “La idea es que trascienda la banda y pensarlo de forma integral con la estética, la escenografía, las luces”.

“El cumbión surge para crear un espacio común y derribar los prejuicios. Viene gente de todos lados: punks, metaleros, gente que curte más el reggae, gente más del ambiente de la cumbia y todos están en armonía. La idea era eso, hacer un espacio cómodo tanto para el que va a la bailanta y escucha 7 bandas por noche, como para el flaco que trabajó toda la semana y quiere ir a ver una banda y tomar un birra tranquilo, sin que haya patovas”, agrega Pedro Gabriel Rodríguez, voz y timbales de la banda.

“Nunca entramos en la lógica del mercado de la bailanta. Somos muchos, con muchos instrumentos. No queremos hacer siete presentaciones por noche porque para nosotros cada show tiene que estar pensado según el lugar. Tiene un armado artesanal, es una puesta en escena”, agrega el Ruso.

Los integrantes de LDV saben que la sociedad está siendo atravesada por el feminismo, implicando un proceso de deconstrucción que también impacta en el ambiente musical. Entienden que a las desigualdades estructurales entre mujeres y hombres se suman las diferencias de poder entre artistas y fans que genera el escenario. “Tratamos de romper la idealización entre el músico y el fan para conectarnos desde el lugar de pares con la gente que se nos acerca. Porque, en verdad, somos todos iguales”, explican los músicos y, aunque celebran lo que está pasando respecto a las denuncias de abusos en la industria musical, saben que también implica una responsabilidad de todos el hecho de cuestionarse a sí mismos.

Son las siete y media y se abre la puerta del camarín. Juli, la mánager de la banda, dice: “¿Nos cambiamos que a las ocho salimos?” Los movimientos comienzan a ser más precisos, cambia la dinámica, los músicos se paran y van a buscar sus cosas. “¿Vamos con pantalones cortos o con los largos?”, se escucha mientras abandonamos el camarín.

La próxima vez que los veamos van a estar todos uniformados con camisas hawaianas. La Rubia lleva un top hecho de la misma tela. La única que rompe el dress code será Ivonne, que sube algunos temas después de que comience el show, ocho y cuarto puntual, en la terraza del Recoleta. Luego aparecerá también Black Rodriguez Méndez a cantar. La noche del primer sábado de febrero baja la temperatura y permite amucharse. La gente que se quedó sin entrada escucha desde el otro lado de las vallas. El sonido de la cumbia no sabe de límites, especialmente el de La Delio Valdéz, que se hace cargo de la implicancia social de la música y ha tocado en cárceles, hospitales, festivales solidarios, manifestaciones y en la vigilia por la Ley de Aborto Legal, Seguro y Gratuito.»Toda forma de arte es también una expresión política”, había dicho un rato antes, en el camarín, Pedro.

“Cuidémonos entre todos, todas y todes”, aclara Santiago por el micrófono antes de desencadenar una marabunta de notas. Al unísono, La Delio Valdez desata una seguidilla de canciones enlazadas -que sin principio ni fin- invitan al movimiento constante.

No son ni las nueve de la noche y, a pesar de la seguridad que regula entradas y salidas y de que haya apenas un único y nada barato expendio de alcohol, La Delio no precisa más que sus instrumentos para encender el ambiente. En la terraza del Centro Cultural Recoleta bailan personas de diferentes clases, procedencias y edades. En los pasillos, los bailarines de hip hop que terminaron sus batallas improvisan acomodándose al ritmo de la percusión, vientos y cuerdas. El ambiente se torna dulce como la panela colombiana. La Delio toca diez temas de su nuevo disco, canciones anteriores y nuevos arreglos. Cuando termina el show ya es de noche y la temperatura roza la veintena. En la terraza del CCR, mientras se desarma el escenario, la gente se disgrega, aún palpitando el eco de la cumbia subtropical tocada por manos argentinas.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios