Las buenas van al cielo, las malas usan Tinder

La avanzada feminista significó un maremoto para las estructuras sociales y trajo aparejado un replanteo sobre los vínculos sexo-afectivos. Sin embargo, la crisis de la monogamia no trae de por sí vínculos más sanos porque éstos no son innatos, ni mágicos. Aquí algunas dudas y cuestiones para seguir repensando las relaciones.

Ilustración: Camila Berrondo

Quiero ir al grano, decirlo así, de sopetón, como un cachetazo que despierta. El «amor libre», de cartón, con escenografía de responsabilidad afectiva, es sólo un calco que disimula las líneas que trazó el amor romántico, donde muchos de los estereotipos, lejos de romperse, sólo se han acomodado a nuevos formatos.

La avanzada feminista significó un maremoto para las relaciones heterosexuales y trajo aparejado un replanteo sobre los vínculos sexo-afectivos. Sin embargo, la crisis de la monogamia no trajo de por sí vínculos más sanos por una sencilla razón: éstos no son innatos, ni mágicos, ni levan en el microondas como cupcakes de cajita. Se trata de un camino de negociaciones, tensiones y contradicciones, como dice el filósofo Darío Sztajnszrajber: “La revolución pos monogámica supone una revuelta mucho más profunda en los formatos estructurales de nuestros vínculos sociales”.

En esta línea me interesa plantear una serie de interrogantes sobre las ‘relaciones abiertas’. En el inconsciente social hay cierta unanimidad sobre que las relaciones sexo-afectivas no debieran tener reglas explícitas en su comienzo y, en todo caso, de prolongarse en el tiempo, las charlas sobre los acuerdos mutuos llegarán en el momento indicado.

Este planteo no puede menos que encender una alarma. Las mujeres y disidencias aprendimos durante la vida que el silencio es el interregno donde habitan el dolor, los malos entendidos y las violencias. Sin embargo, al nombrar todo, se puede caer en la tentación de rotular, de generar categorías que no permitan que la relación fluya por caminos inesperados.

Entonces: ¿cuándo se plantean los acuerdos en los encuentros sexo- afectivos? ¿Es necesario anticiparse o nos estamos atajando? ¿Si esperamos damos lugar a que surjan expectativas diferentes entre quienes forman el vínculo? ¿Por qué suponemos que si conocimos a alguien de manera casual no le va a afectar lo que hagamos? ¿Se debe dar por sentado que un vínculo es abierto hasta que no se cierra? ¿Un vinculo no monogámico es menos serio?

En la historia -hasta la modernidad- no fue necesario que las relaciones matrimoniales se basaran en  sentimientos de afecto, sino que eran un mero intercambio económico de bienes donde las mujeres eran parte del intercambio. Nada de eso es lo que queremos para nuestras relaciones presentes. Frases como «Somos la generación a la que el amor tiene que dejar de doler», de Señorita Bimbo, denota el espíritu de una juventud que busca generar un paradigma amoroso donde el encuentro sea motorizado por el disfrute y no por la obligación. Entonces ¿hay una distinción entre relaciones que merecen plantear los límites y otras que no?

Ilustración: Camila Berrondo

¿Quién pone las reglas?

Cualquier acuerdo supone dos partes, aunque éstas no siempre tienen el mismo margen de acción ni igual peso en la decisión final. Como explica la socióloga Marcela Lagarde en su libro «Claves feministas para la negociación en el amor», las definiciones de libertad y amor son diferentes según el género: para las mujeres el amor es una cualidad de identidad y un medio de valoración personal, de autoestima. «La pareja es, en nuestro mundo, una de la relaciones más dispares y complejas, ya que sintetiza relaciones de dominio y opresión más allá de la voluntad y la conciencia», cuenta Lagarde.

Durante años en el territorio de los vínculos sexo-afectivos, se esperaba un rol pasivo por parte de la mujer. Ahora las chicas arriesgan y lo dicen incluso las publicidades de perfume. Sin embargo, no son pocas las veces que las mujeres que plantean discutir los acuerdos son tildadas de problemáticas e intensas, algo que no suele suceder si el que aborda el tema es el varón.

Por otra parte, el revés de esta libertad ansiada es que muchas veces se da por sentado que una mujer que escribe, invita, propone y propicia un encuentro sexual no quiere relacionarse de manera profunda con el otre. No se trata de una cuestión moral, no hay problema con quién decide encontrarse a compartir un rato de disfrute mutuo; se trata de que tomar la iniciativa no sea volver a reproducir el estereotipo de que la mujer deseante es descartable. Que libertad no sea sinónimo de desinterés, que lo deconstruido y flexible no sea otra manera de posicionarnos en los mismos lugares.

Durante años las mujeres nos relegamos a esconder nuestros sentimientos porque nos hicieron creer que eran irracionales, hormonales o excesivos. Recién cuando empezamos a politizar nuestras violencias fuimos capaces de nombrarlas. Recién cuando hicimos grupa pasamos de tener reclamos a reivindicaciones. Recién cuando juntamos nuestras experiencias dejamos de ser excepciones.

La conclusión de estos pensamientos abocetados deja más incertidumbres que certezas. ¿Queremos y podemos politizar nuestros vínculos sexo–afectivos desde su inicio? ¿Es contraproducente? ¿Se pueden romper las dicotomías y cabalgar nuestras contradicciones? ¿Estamos terminando con los estereotipos o estamos creando otros nuevos?  ¿Somos libres o seguimos creyendo que las mujeres buenas van al cielo y las malas usan Tinder?

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios