Patagonia Emergente: justicia trans, mapuche y sudaca

En el Día Internacional contra la discriminacion por orientación sexual e identidad de género, Paz Cümelen Berti, oriundx de Río Negro, cuenta cómo se convirtió en unx raperx trans originarix que canta para resistir la opresión sobre los pueblos y los cuerpos. “Soy unx marica de barrio, descendiente de mapuches, abriéndose para toda Latinoamérica”, asegura.

“Ni varón, ni mujer, ni travesti hegemónica. Soy marica porque así me lo gritaron. Yo lo reivindiqué”. Marica, pero también sudaca, trans y mapuche no binarie. Así se define Cümelen Berti -Paz-, nacidx en Santa Catalina, un barrio de la periferia en Allen, Río Negro. “Un territorio sudamericano, colonizado y blanqueado en un intento de eurocentralización. Si mi cuerpo está en proceso de deconstrucción, es porque primero está en un proceso de descolonización”, declara a El Grito del Sur.

Paz se enteró de su ascendencia mapuche en séptimo grado. Por una tarea escolar, interrogó a sus abuelos para reconstruir su árbol genealógico. “Ellos venían de la cordillera, tenían a la abuela Chacha que era mapuche, y me contaron de un tío de ascendencia turca. Yo soy una mezcla entre ambos, algo muy común en el sur pero que poca gente sabe”.

En Allen pasó una infancia de largas meriendas colectivas con mate cocido y pan con manteca, “lo único para lo que alcanzaba”. Sus recuerdos de esa época son los de un tiempo feliz. Años en los que aprendió a decirse marica como una aproximación a la libertad. “La carga que lleva la palabra tiene que ver con la cuestión de una clase social empobrecida y marginalizada que se corre de ‘lo gay’ como algo heteroaceptable”. Y remarca con énfasis: “Yo no soy gay, soy marica”.

La adolescencia vivida en la periferia de la periferia, por otro lado, fue menos agradable. “No es lo mismo ser marica en un pueblo periférico del sur cuando sos niñx que cuando sos adultx. Digo, a la edad en la que comenzás a pensar y a relacionarte sexoafectivamente”. Para eso, tuvo que esperar a cumplir 18 años y migrar hacia la capital con la excusa de estudiar Psicología.

Pero Buenos Aires no da la bienvenida. “Mucho menos a nosotrxs, mapuches y sudacas. Acá nadie te ofrece la mano al llegar. Hay gente haciendo un montón de guita y otra durmiendo en la calle en un mismo espacio físico. Y yo tuve que hacerme solx”.

Más pronto que tarde, Paz abandonó la carrera para dedicarse a su arte. Después de tres años de patear las calles, se cargó la mochila al hombro y migró por segunda vez, ahora hacia Brasil. Ahí se quedó durante nueve años.

La primera ciudad que pisó en el país vecino fue Florianópolis. En poco tiempo se hizo amigxs que le presentaron la noche y sus guetos, y así aprendió de los ritmos brasileros, “los bien bailables”. “Fue importantísimo vivir en un lugar donde la principal cultura es la negra afrodescendiente. Eso me ayudó a entender muchos aspectos de mi propia lucha”.

Poner el cuerpo siempre fue su forma de expresión: desde esos actos del colegio de su infancia, en Allen, en los que se subía a bailar al escenario. Lo que más le costó fue comenzar a cantar. Para esto, hizo falta la insistencia de unxs cuantxs colegas y una beca del Instituto Nacional de Canto Coral que ganó en Río de Janeiro. Allí terminó viviendo en una favela e integrando un colectivo de músicos anarco-fankis.

Patagonia Emergente, su primer álbum, comenzó a gestarse por esos años, aunque no llegaría a terminarse hasta su retorno a Buenos Aires. Un disco sobre la vida en los barrios marginales, sobre la opresión del heteropatriarcado, sobre el gobierno del género. “En Brasil se la veía venir. Había un clima político impregnado de racismo, se sabía que iba a ganar Bolsonaro, y me parecía una buena época para volver a militar en mi propio país”.

Escenarios under, sótanos y centros culturales. De regreso en Argentina, los conciertos de Paz comenzaron a multiplicarse. En pupera, en minishort, en poncho y en pollera. Poco a poco, la performance fue ganando terreno entre sus formas de artivismo. Y una vez que el disco estuvo listo, en septiembre del 2017 lo presentó en el Margarita Xirgu junto a Sentime Dominga.

Play. Lo primero que se escucha es un kultrun. “Es el instrumento que en nuestra cultura implica un llamado a reflexionar. Y a la fiesta. Lo tengo tatuado en mi espalda como una forma de protección”. Trap, rap, funk, cumbia y reguetón en tres idiomas: el castellano, el portugués y el mapudungún (idioma mapuche).

“Yo no soy ese tipo de persona / que olvida sus raíces sólo para estar de moda / No pretendo cambiar mis ideales / agradezco de esa fuerza que me dan mis ancestrales / No necesito de tu aprobación / si me llamas terrorista por cantar una canción”, dice la canción que lleva su nombre, Kümelen, en la que critica a la represión. Patagonia Emergente es eso: un marica de barrio, descendiente de mapuches, abriéndose para toda Latinoamérica.

“Es que somos personas globalizadas”, concluye lx raperx. Ahora, con ayuda de una Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes, trabaja en un nuevo álbum que mezcla ritmos ancestrales y material folclórico con algunos ritmos más actuales. Entiende que hay que utilizar las herramientas de esta época para pensar en otras subjetividades posibles: trans, mapuche, queer y sudacas.

“Lejos de la apropiación católica de la paz, que la popularizó como algo sereno y tranquilo, para mí la paz es una búsqueda constante. Es movimiento”, explica. “Paz es lucha”.

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Alejandra Zani

Es licenciada en Comunicación Social UBA, docente en UNTREF Virtual y Universidad de Moreno. Cofundadora de La Primera Piedra, colabora con Agencia Presentes. Autora de "El cero es un número natural" de Concreto Editorial.
@alejandramzani