«Estuvieron una hora encerrados, prendiéndose fuego, mientras la policía miraba»

Leandro Albani es periodista y pergaminense. En su libro "No fue un motín", editado recientemente por Editorial Sudestada, investiga el episodio que terminó con la muerte de siete jóvenes quemados en una comisaría.

Cuando ocurrió la masacre de Pergamino, el 2 de marzo de 2017, Leandro Albani estaba en Buenos Aires. La noticia le llegó por los medios y le pegó por partida doble: no sólo porque sucedía en su ciudad natal, sino porque a Sergio, uno de los siete chicos que murieron quemados en la Comisaría 1°, lo conocía de vista, de cruzarse en la calle, de frecuentar el mismo bar, de caminar el mismo barrio. La masacre estremeció la tranquilidad de esta pequeña ciudad de la Pampa Húmeda. La Comisaría 1° está en el corazón de Pergamino, en pleno centro: su fondo linda con la Municipalidad, a una cuadra de la Iglesia y a media de la Peatonal, y ese fatídico día, los gritos de los siete chicos calcinados llegaron hasta las calles del centro para dar testimonio de la crueldad del sistema de detención bonaerense.

«Fue un impacto muy grande porque Pergamino es una ciudad bastante conservadora y la situación que vive la gente privada de libertad o la forma en que la policía opera contra los más jóvenes son cosas de las que no se hablan nunca», explica el autor de «No fue un motín».

El libro empezó con la primera entrevista que Albani realizó a los familiares de los pibes para la Revista Sudestada, que se lo publicó un año y medio después, el tiempo que le llevó la investigación para reconstruir lo que sucedió en aquel calabozo.

La historia tiene muchos ribetes. La vida de cada uno de los chicos, la detención arbitraria de jóvenes de clases populares, una ciudad de contrastes entre latifundios de soja y bolsones de pobreza, el destrato cotidiano en las comisarías de la Provincia de Buenos Aires, el rapero colombiano que nunca pudo volver a Cali, la trama de complicidades entre la Justicia, las fuerzas de seguridad y el poder político.

Entre la trama surge una primera certeza: no fue un motín, fue una masacre. «Titularlo así fue un homenaje a las familias de los propios chicos. La primera versión que surgió fue que había sido un motín y los familiares, con los medios que tenían a su alcance, salieron a desmentirlo. En ningún momento, los chicos tomaron control de la comisaría. Solamente estaban protestando porque los habían encerrado antes de tiempo y prendieron algunos pedazos de colchones», agrega Leandro. «Estuvieron una hora encerrados, prendiéndose fuego, mientras la policía miraba».

El comisario responsable estuvo un año prófugo y recién el año pasado se presentó a declarar. Alberto Donza no anduvo lejos de Pergamino: los propios vecinos comentan que lo vieron por Junín, por Lincoln y por otros pueblos de la zona. «Entre su primera declaración y la que hizo cuando se entregó, hay unas contradicciones inmensas. En primer momento dijo que había estado ayudando, tratando de abrir la celda. Pero las pericias muestran lo contrario: que los policías estuvieron ahí, mirando cómo los chicos iban muriendo en el calabozo». En la segunda declaración, Donza explicó que la policía nunca le enseño a apagar un incendio, algo que se contradice con los dos eventos similares que sucedieron en la misma comisaría el año anterior y que fueron apagados fácilmente por los uniformados.

Este 2 de septiembre comenzará el juicio oral y público contra los 6 imputados, acusados de abandono de persona seguido de muerte y a pesar de que los familiares pidieron que se hiciera en el Concejo Deliberante, el juez César Solazzi rechazó el pedido y el proceso finalmente tendrá lugar en el juzgado de Pergamino. «Hasta que ocurrió la de Esteban Echeverría, ésta había sido la masacre en la comisaría más grande del país. Es una muestra cabal de la situación en que se encuentra el sistema penitenciario y la red de comisarías que, por ley, tienen prohibido detener a la gente, aunque el Poder Judicial sigue mandando gente pobre a las comisarías», añade Albani.

En la comisaría había 19 personas detenidas, a pesar de que la capacidad permitida era de 18. Tampoco había electricidad, ventanas ni iluminación y a los detenidos se les escatimaban los medicamentos y se les daba comida en mal estado.

«Es muy importante el testimonio de los 12 sobrevivientes porque es muy claro que los policías los dejaron morir. Con las pericias audiométricas se comprobó que los gritos se escuchaban desde la vereda. En la comisaría había matafuegos que no se utilizaron y los sobrevivientes declararon que la comisaría se llenó de humo y los policías miraban mientras avanzaba esta situación. No solamente miraban, sino que cuando llegaron los bomberos voluntarios, que los llamaron 40 minutos después, no los dejaron ingresar al sector de calabozos», concluye Albani.

El libro «No fue un motín» puede conseguirse en librerías y kioskos o por pedido a la Editorial Sudestada.

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