Al borde del ACV pero siempre ATR

Argentina es el país de Latinoamérica donde más estudiantes secundarios consumen alcohol. Esta práctica está naturalizada y es una pieza fundamental de los encuentros sociales. Lejos de la cuestión moral y la polaridad entre buenos y malos hábitos, ¿cómo y por qué el consumo de alcohol se ha convertido en una marca identitaria de jóvenes y adolescentes argentinos? 

La mano toma por el cuello una botella de vidrio grueso. Contra la palma, la tapa a rosca gira sobre sí misma: un líquido de color verde intenso cae diluyéndose en jugo incoloro y burbujeante.  Al lado de la primer botella, una más esbelta y alargada contiene una sustancia azul. La tercera en discordia, de plástico grueso, está llena hasta la mitad de su capacidad, por lo cual hace un ruido hueco, hondo, cuando choca contra la mesa. Las sustancias se mezclan, se amalgaman, se endulzan, se fusionan para crear un brebaje que caerá minutos después por la garganta, como una caricia, áspera y suave a la vez. La escena -que tiene algo de laboratorio químico, de poción ancestral, de ritual chamánico, de búsqueda científica- se repite en casas, clubes, bares y previas de jóvenes y adolescentes argentinos.

En nuestro país el consumo de alcohol está naturalizado y es una pieza fundamental de los encuentros sociales, especialmente en la población joven. Según el reciente informe sobre el Consumo de Drogas en las Américas de 2019 realizado por la OEA, Argentina es el país de Latinoamérica donde más estudiantes secundarios consumen alcohol, llegando a un promedio del 50%, una tendencia que fue en aumento entre el 2009 y el 2014.

Lo que sucede en nuestro país no es un fenómeno aislado: su correlato a nivel mundial se puede leer en un informe realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2018, que señala que en todo el mundo más de una cuarta parte de los jóvenes de entre 15 y 19 años – el 26.5% – bebe alcohol, lo que supone 155 millones de adolescentes. Según este estudio, el alcohol causa 3 millones de muertes cada año y es responsable del 7,2% de todas las muertes prematuras mundialmente, es decir de personas de 69 años o menos. En el grupo etario de 20 a 39 años, un 13,5% de las defunciones son atribuibles al consumo de alcohol, muchas de ellas por traumatismos fruto de la violencia o los accidentes de tránsito.

La dicotomía entre cuidarse y exponerse, la tensión entre lo dañino y lo aceptado, la incongruencia entre la vida fit y los anabólicos, los puntos de unión entre lo tóxico y lo natural son un rasgo de nuestra época que atraviesan fuertemente a la juventud. Lejos de la cuestión moral y la polaridad entre buenos y malos hábitos, ¿cómo y por qué el consumo de alcohol se ha convertido en una marca identitaria de jóvenes y adolescentes argentinos?

“ATR” es el segundo libro dirigido por Fernando «el Chino» Navarro, editado por Marea Editorial y con la coordinación de la investigación territorial a cargo de Cristian Alarcón. Si en el primero – “Dársela en la pera”- se analizaba el consumo de sustancias en jóvenes de clases bajas, en “ATR” el foco está puesto sobre adolescentes de clases medias y altas del conurbano bonaerense. “ATR”, que toma el título del apócope centennial de ‘a todo ritmo’, es una radiografía minuciosa de los factores que propician el consumo en los y las jóvenes: las redes sociales, la presión por ser popular -cuya contracara es la exclusión y el bullying-, la sobrevaloración de la apariencia física y una marcada ausencia de límites por parte de las familias y los espacios educativos.

En el libro, Pablo Vommaro -investigador del Conicet, Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, posdoctorante en Ciencias Sociales y especialista en adolescencia y juventud- da su opinión sobre el fenómeno: «Muchas dimensiones de la juventud están signadas, moduladas por los consumos. El tiempo libre está visto en clave de consumo, la sexualidad inclusive está vista en clave de consumo; las redes sociales están vistas en clave de consumo, de apropiación mercantil, de dar un valor para recibir otro. Un pibe de veinte años sale un sábado a la noche y todas las ofertas para que se divierta involucran consumir. No hay mediación que no sea mercantil o es muy difícil encontrarla”.

Vommaro explica que la juventud es instada a consumir para reflejar la idea de diversión, una imagen que se transmite generalmente a través de las redes sociales. “Hay una idea de que se es aburrido que si no tomás alcohol, no fumás, no tomás pastillas. (…) El consumo te da pertenencia a un ámbito de sociabilidad, genera un status y también te da sustracción: un espacio de fuga, escapar de los problemas cotidianos, ser otro por un rato y tener otras experiencias personales que no son agobiantes como la vida cotidiana”, explica.

Como describe “ATR”, la naturalización del alcohol hace que éste se consuma incluso en ámbitos que están institucionalizados (clubes, viajes de egresados) y que muchas veces, con la intención de cuidar a los adolescentes, sean los mismos padres los que se encarguen de proveer las bebidas alcohólicas. La naturalización, el fácil acceso y una sociedad configurada para el consumo son algunos de los factores que propician que muchos adolescentes terminen utilizándolo como herramienta para calmar la ansiedad en una etapa bisagra. Sin embargo, el fenómeno del consumo adolescente debe ser entendido como un ecosistema donde se yuxtaponen características individuales, perfiles más proclives, problemas familiares y elementos sociales. No se trata de falta de información: más allá de lo que los adolescentes saben sobre los perjuicios del consumo, le atribuyen al alcohol la posibilidad de estar más relajados y desinhibidos y de encajar en el estereotipo del “ganador”. Al mismo tiempo, éste responde a rasgos constitutivos de la etapa, como el traspaso de límites, la  relativización del riesgo, la búsqueda de lo prohibido y la necesidad de algo nuevo, estimulante y cambiante.

Yamil, estudiante de psicología y operador de consumo problemático en el Cetrap, coincide en que el abuso de alcohol tiene que ver muchas veces con la necesidad de sentirse parte de un grupo: “Les adolecentes están despegándose de su vínculo familiar nuclear y tratando de irse al exterior, para eso necesitan identificarse con el grupo de pares. En un grupo donde todes consumen, el que no lo hace está visto como aburride, y muches lo hacen para reforzar la integración. También tiene que ver con que es la única sustancia legal: ante el punitivismo estatal, los padres prefieren que el chique tome alcohol antes de que fume porro y caiga preso”, señala. “Por otro lado, hay una naturalización de los síntomas. En verdad lo que te pasa cuando estas borracho no está bueno: te mareas, vomitás, al día siguiente te sentís mal y todo eso lo integramos como si fuera algo divertido”.

En Argentina, el Sedronar (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico) es el ente gubernamental que trabaja con el consumo de sustancias. Según el Estudio Nacional sobre Consumo de Sustancias Psicoactivas realizado por este organismo en 2017, unas 2.299.598 personas comenzaron a beber durante ese año, de las cuales 319.994 son preadolescentes y adolescentes. Además, sitúa el comienzo del consumo a los 15 años, revelando que el 77% de las personas ya había consumido alguna bebida alcohólica al llegar a los 18.

Un dato para nada menor es que 1 de cada 2 de los niños y adolescentes que consumieron alcohol el mes anterior a realizarse el estudio, lo hizo de forma abusiva.

La manera en la que se consume alcohol ha ido mutando en nuestro país. Como explica el Dr. Hugo A. Míguez en su escrito Alcoholización juvenil en la Argentina: del consumo cotidiano al binge drinking”, se pasó de una ingesta de alcohol cotidiana de tradición mediterránea y ligada a entornos sociofamiliares a un consumo concentrado y explosivo que se suele dar en un momento concreto y en grandes cantidades, relacionado con la experiencia de la “soledad entre muchos”. Este cambio estuvo influenciado, además, por una nueva estrategia de marketing. Entre 1986 y 2001 los vinos y bebidas destiladas disminuyeron sus ventas, mientras que las cervezas las duplicaron. Esto tiene que ver con que los publicistas cerveceros se plantearon llegar a una población de personas más jóvenes y generar una imagen asociada al encuentro social, que se reproduce hasta hoy en día.

El consumo de alcohol entre adolescentes tiene consecuencias graves en diferentes aspectos. No sólo está asociado con la depresión, el suicidio y los accidentes de tránsito, sino que también incrementa el riesgo de ser alcohólico en la adultez. Además, el alcohol propicia el mal manejo de las relaciones sexuales y los límites entre el placer y la incomodidad también se vuelven más difusos por el estado de ebriedad. “Una de las peores consecuencias es que la adolescencia es el momento en el cual se termina de desarrollar el neurofrontal, que es el lóbulo encargado del control de los impulsos, del lenguaje y de la comunicación», explica Yamil. «Si el consumo es excesivo en el momento del desarrollo, entre los 12 y los 20 años, el lóbulo frontal puede sufrir alteraciones. Además, en la pubertad estás en pleno cambio hormonal y la ingesta de sustancias influye en esto. Por eso es importante la educación y psicoeducación. Hay que darles educación porque mentirles no les protege, sino que les confunde”, concluye.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios