De Japón al campito

Del Manga al Campito surge como resultado de los talleres de manga y animé en la Villa 31. El arte como herramienta para unir territorios físicamente cercanos, pero simbólicamente opuestos.

Entre el Centro Cultural Recoleta y la Villa 31 hay aproximadamente dos kilómetros y medio de distancia. Recorrer este trayecto tarda diez minutos en auto y algunos más en bicicleta. También se puede hacer este recorrido en el 92, un colectivo de poca frecuencia con micros latosos que combinan el beige con verde agua. Además de dos líneas de tren -que ofician de frontera física- los prejuicios, el sectarismo y las clases sociales vuelven distantes ambos territorios. Ni bien se los transita es fácil notar que el cambio de paisaje -entre la arquitectura con impronta europea de la avenida Libertador y las casillas de material del barrio Carlos Mugica- refleja dos manera casi opuestas de habitar la ciudad, entre quienes pueden elegir y quienes no.

Del Manga al Campito se propone reducir la brecha física y simbólica entre ambos territorios. La muestra de artes visuales que se puede visitar hasta mediados de septiembre en el Centro Cultural Recoleta es el resultado de todo un año de trabajo en la Villa 31.

Durante el 2018 el Museo de Arte Oriental, junto con otras organizaciones -la Asociación Japonesa en Argentina, ALADAA (Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África), el colectivo Guatemalteca, y la GRAD-, realizaron talleres de manga, la historieta popular japonesa, en el club “El Campito” de la Villa 31. Con la idea de trabajar con el arte como herramienta para la inclusión social y canal de expresión, y gracias a la mención obtenida en la Beca Williams, diferentes artistas dictaron diez talleres para los jóvenes y adolescentes del barrio.

Tomás Dotta es licenciado en Artes y forma parte del equipo del Museo de Arte Oriental. En relación a la experiencia de trasladar el manga a los barrios cuenta: “De alguna manera el manga es una continuación estética de la estampa japonesa, de la cual en nuestro museo hay bastantes piezas. El manga está super vigente en nuestro país y tiene un montón de seguidores, además el interés atraviesa todas las clases sociales, lo cual también habla de un fenómeno particular porque no tiene que ver con el poder adquisitivo ni con el lugar de donde se venga. Las chicas y los chicos que venían a los talleres estaban interiorizados en la temática y habían visto y leído un montón de cosas”.

Leandro Caballero es artista visual de manga y fue uno de los profesores a cargo de los talleres. En diálogo con El Grito del Sur cuenta sobre su experiencia: «Para mí fue la primera vez que trabajaba en el barrio y a su vez era uno de los primeros talleres que se daba en el barrio de manga y anime, lo cual estuvo muy bueno. Creo que se debería haber hecho mucho antes porque es algo que a los chicos de toda la ciudad les interesa mucho y cuando llegue a la Villa 31 me di cuenta que en el barrio también era así. A los chicos y chicas que se acercaban no había que explicarles nada, era juntarnos a hablar de lo que nos gustaba».

El resultado de los trabajos realizados en los talleres fue curado por Leopoldo Estol, artista visual e historiador del arte, y trasladado a la sala de dibujo del CCR. “Fue un desafío muy lindo curar esta muestra», cuenta Estol. «El Centro Cultural Recoleta fue uno de los primeros lugares donde, siendo adolescente, empecé a ver arte y sobre todo obras que desafiaran la concepción que yo tenía de qué era el arte, por eso fue un espacio que siempre valoré. Por otro lado, cuando conocí la Villa 31 durante una actividad del Centro de Investigaciones Artísticas me fui involucrando con diferentes vecinos que nos iban contando su realidad».

«En algún sentido esta muestra es una manera de hacer justicia porque son chicos que viven muy cerca del centro cultural y por la diagramación de la sociedad no lo conocen. La muestra fue una buena excusa para que ellos conozcan un lugar que es público y se puede usar”, agrega el artista integrante del colectivo guatemalteca.

“La propuesta de que esté en el Recoleta también surgió para darle a chicos y chicas de un barrio castigado de la ciudad la misma visibilidad con la misma puesta en escena y los mismos materiales que a artistas reconocidos. Queríamos trazar un puente más cercano entre el barrio y la ciudad, algo que está empezando a suceder pero nos interesaba formar parte del proceso”, aporta Tomás sobre la muestra que también funciona como espacio de dibujo para quienes visitan el Recoleta.

La diatriba es la constante, en un barrio donde apenas se llegan a cubrir las necesidades básicas y dentro de una crisis económica que recrudece las desigualdades realizar talleres artísticos parece postergable, incluso banal, pero no hacerlo es negarles nuevamente a los chicos y chicas de clase baja la experiencia estética y el derecho al goce artístico, históricamente resignado a una élite ilustrada.

«En estos barrios las necesidades son más notorias, pero esto se da en todas las capas de la sociedad. En otros estratos sociales empieza a haber una tensión entre comprarse una historieta o pagar la luz. Para los chicos de la 31 capaz comprarse una historieta no existió nunca, pero el arte está perdiendo terreno en todas partes», opina Leandro.»El arte es una herramienta que usamos todos para salir un ratito de esa realidad que nos agobia, sólo que capaz para algunos la realidad es más amable que para otros».

“En nuestro trabajo en la Villa 31 nosotros como artistas nos dimos cuenta que el arte tiene una facultad muy especial, que es lo simbólico que hace a algo del orgullo y de la identidad de las personas, y es una forma muy concreta de transmitir un estar en el mundo. Si bien hay urgencias no hay por qué resignar el conocimiento introspectivo que nos da el dibujo que construye también el amor propio”, suma Leo.

El fenómeno del manga y al animé en nuestro país es un reflejo de cómo la cultura oriental puede calar hondo aún en puntos diametralmente opuestos del mapa. Desde el museo de arte oriental, que abre al público a mediados de agosto luego de 18 años cerrado, estos talleres son parte de otro tipo de experiencias en las cuales se plantean la importancia de incorporar nuevos fenómenos culturales a un museo que concibe el arte aún bajo los cánones tradicionales.

“Estamos tratando de salir de pensar el arte oriental como algo exótico ajeno y milenario, que son conceptos que generalmente se le adosan a todo lo que no es el occidente para vincularlo con expresiones que tienen un asiento muy concreto con un montón de jóvenes en nuestro país, no solamente con el caso del manga, pasa por ejemplo con el K POP, el pop coreano que tiene miles de fans en nuestro país y hay chicas y chicos aprendiendo coreano para poder cantar las canciones. Desde el museo, más allá de las artes tradicionales, estamos tratando de tender puentes desde una institución oficial con este tipo de expresiones que acercan naturalmente a argentina a estos países”, cuenta Tomás sobre el rol de la institución.

«Yo creo que el fenómeno del Manga en nuestro país tiene que ver con como está hecho el producto, con mucho pasión y mucho fervor. Si bien en principio no estuvo pensado para que lo consuma alguien fuera de Japón, sí se buscaba que sea muy representativo de la cultura y que le guste a las personas que viven allí. Como occidente siempre tuvo una fascinación por oriente y por los países que se se rigen por otras reglas eso se traslada. Aparte cuando lees una historieta hecha en Japón es diferente a la que está hecha en otros lados, hay algo de los sentimientos que apela a la emoción y creo que eso sobre todo le llega mucho a los chicos más chicos».

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