Embarazo en la adolescencia: ¿qué hacemos y hacia dónde vamos?

En nuestro país el 15 % de los nacimientos son de menores de 19 años y casi siete de cada diez no lo buscaron. En este contexto, el gobierno de Macri se dedicó a lanzar políticas que rozan la estigmatización. Retrato de una situación difícil con respuestas insuficientes.

Jeza pide mandar su testimonio por escrito, quiere asegurarse que no falte nada, como si cada una de sus palabras estuviera allí con una razón de ser. Jezabel, de nombre bíblico con sabor a Medio Oriente, escribe en párrafo espeso su experiencia de vida.

La suya es la historia de muchas: una piba de 19 años que cursa el CBC de Trabajo Social, que está de novia hace dos años y que, mientras está rindiendo los finales, se encuentra «inesperadamente esperada” -en sus propios términos- con la noticia de que estaba embarazada. Según Jeza, no se dimensiona lo que significa la maternidad hasta que no estás ahí y en su voz se hacen eco otras más.

Según los datos del Plan Nacional de Prevención del Embarazo no Intencional
en la Adolescencia (ENIA) 109.000 adolescentes y 3.000 niñas menores de 15 años,
tienen un hijo o hija cada año, lo cual representa el 15% de los nacimientos anuales.  Además 7 de cada 10 embarazos en adolescentes de entre 15 y  19 años no son intencionales y 8 de cada 10 embarazos en el caso de las menores de 15 años.

Según Unicef, si bien la mayor parte de las adolescentes que fueron madres en 2016 experimentaron la maternidad por primera vez, un 18% tenía su segundo hijo, mientras que para el 3% se trataba del tercer hijo o de uno posterior.

“Unx no ve la dimensión de lo que es la ma/paternidad hasta que no está ahí. Son meses y situaciones que te llevan a caer en qué rol y qué lugar pasas a ocupar. Si bien mi decisión fue seguir adelante, muchas veces caía en la duda y la frustración. Eso nadie lo ve”, cuenta Jeza, quien decidió tener a Camilo y en todo momento estuvo acompañada por su pareja y las familias de ambos.

Optar por la maternidad siendo adolescente no es sencillo. Jeza intentó seguir estudiando a través de UBA XXI, pero ni el cuidado de su hijo ni la situación económica le permitieron seguir adelante. “Económicamente no me daba el presupuesto, la opción era comprar cosas para Camilo o estudiar y comprar mis apuntes”, explica. Además su pareja no conseguía trabajo estable por no contar con estudios secundarios completos. Siguiendo con los números oficiales, un 30% de las personas de entre 15 y 29 años que abandonó el secundario en el año 2014 declaró haberlo hecho por embarazo o maternidad y el 67% de las/los adolescentes y jóvenes que no estudian, no trabajan y no buscan trabajo son mujeres que cuidan niñas/os en sus hogares.

Soledad es trabajadora del programa de ‘Retención Escolar de Alumnas Madres, Padres y Embarazadas en Escuelas Técnicas y Medias de la Ciudad de Buenos Aires’, que este año cumple 20 años funcionando en CABA, único lugar donde se aplica. Este programa trata de garantizar la permanencia de chicos y chicas que estén atravesando un embarazo dentro de las escuelas medias, e intenta acompañar la maternidad o paternidad a través de capacitaciones docentes, grupos de reflexión y talleres con alumnos. “Hace 20 años una chica no asociaba el terminar la escuela con su embarazo, eso se fue visibilizando gracias a la presencia del programa en las escuelas”, cuenta la laburante. Soledad explica que desde el programa eligen hablar de embarazo en la adolescencia y no embarazo adolescente como una postura política: “Podés pensar a la persona como sujeto en un momento de su vida y no por sí ese embarazo es adolescente, pasa de ser adjetivo a sustantivo”. El programa trabaja dentro de las escuelas con la Educación Sexual Integral (ESI) para que las maternidades y paternidades sean deseadas y organizadas y en ese espectro puede aparecer o no la interrupción del embarazo como posibilidad. Para eso el programa tiene un equipo transdisciplinario de trabajadores sociales, historiadores, psicólogos, docentes y antropólogos que coordinan con preceptores, autoridades escolares y docentes, aunque sus trabajadores denuncian que en este momento se encuentra fuertemente desfinanciado por el Gobierno.

“Muchas veces la escuela no logra acompañar los cuidados que supone la maternidad también por la falta de políticas públicas. En Buenos Aires no hay una oferta de jardines maternales y en los Centros de Primera Infancia tenés que demostrar tu nivel de vulnerabilidad para que te den vacante. Si no hay políticas públicas, las pibas quedan ancladas en el mundo de lo doméstico y los varones muchas veces terminan abandonando el colegio por la presión de ser los proveedores del dinero”, explica Soledad.

Jezabel sabe que el estigma pesa sobre las madres jóvenes y acepta que incluso ella lo tenía hasta que le tocó. “El estigma más que nada está en que lxs embarazos en la adolescencia deseados no existen y siempre son accidentales, porque socialmente está mal visto ser menor sin tener una independencia económica. El tema es que pasan y muchas veces son por ciertos conflictos o por buscar una independencia parental y la maternidad. Muchas veces escuché el ‘bancatela’ como si el embarazo no fuera una responsabilidad compartida”.

Ella sabe que la maternidad debe ser deseada y que esto se reafirma en cada síntoma y en cada cambio que el cuerpo atraviesa durante el embarazo y puerperio, que se sostiene cuando algunos de los amigos de toda la vida se alejan, a quienes Jeza contrapone las “tribus” de madres que forman cadenas de contención.

Ilustración: Federica Bonomi

Igual que el derecho a interrumpir un embarazo debería estar asegurado por el Estado, Jezabel asegura que en el caso de la maternidad durante la adolescencia, la experiencia sería más sencilla con más y mejores herramientas gubernamentales: “Ayuda sería que se abran puestos de trabajo y que no se busque que una persona recién salida de la secundaria o que esté terminándola tenga que tener ‘experiencia laboral’ o termine obligada a trabajar de forma precarizada. El estigma está en creer que por ser jóvenes no podemos ser padres. Son decisiones personales de cada cuerpo gestante que el Estado tiene que apoyar brindando salud, educación y trabajo a los padres adolescentes como cualquier otra persona adulta”.

¿Qué hace el Gobierno?

El Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia (ENIA) fue aprobado en 2017 por el gobierno nacional y se comenzó a implementar al año siguiente. El ENIA se propone a través de tres pilares -el acceso a la información y a la educación sexual integral, a la salud y la contención, y la repartición de métodos anticonceptivos- incrementar el número de adolescentes protegidas. Según los objetivos del mismo, “el aumento en la protección anticonceptiva permitirá pasar de 9.200 embarazos no intencionales evitados por año al inicio del Plan Nacional a 43.800 en los tres años de vigencia”.

Según el Boletín Oficial, el último 29 de julio la Secretaría de Gobierno de Salud aprobó la licitación pública del Ministerio de Salud y Desarrollo Social con el objeto de adquirir anticonceptivos hormonales varios por la suma de $363.754.260.

Además el diario La Nación informó que en 2018, con la instrumentación del plan ENIA, subió un 67% el presupuesto destinado a promover la salud sexual y la procreación responsable, y la actividad de “Prevención del Embarazo Adolescente” tuvo asignado en 2019 como presupuesto un monto de $489 millones. Según los informes que rinde al Senado Marcos Peña, el ENIA cuenta con un presupuesto de $2000 millones hasta junio de 2020.

Ilustración Federica Bonomi

Resulta interesante ver que, más allá de los números y de prestar atención a las intenciones de fondo de las políticas públicas, “hay que pensar como el ENIA está construyendo el embarazo en la adolescencia como un problema. Plantea que hay un riesgo social ahí. Aunque tal vez tenga buenas intenciones, la manera en la que es pensado y puesto en práctica tiende a la estigmatización. Debemos pensar que exista el plan ENIA significa que es una política intersectorial de salud, educación y desarrollo social pensando en cómo intervenir en los derechos sexuales de las adolescencia, pero especialmente en los sectores populares. Termina siendo una política focalizada y esto no significa que en otros sectores sociales la sexualidad no sea también activa, que no existan acosos y abusos sino que tienen accesos a otras recursos”, tal como explica Soledad.

Del 2018 a esta parte, ENIA se puso en funcionamiento en 12 provincias poniendo el énfasis en los métodos de larga duración y reversibles, como son el implante subdérmico y el DIU, al cual se suma la repartición gratuita de preservativos. La utilización de métodos anticonceptivos a largo plazo dejan abierta la pregunta si detrás de esta preocupación por la anticoncepción no subyace la idea de que hay ciertas clases sociales que tienen menos derechos a reproducirse que otras, una postura de larga data en América Latina, como fue la esterilización forzada en países como Bolivia y Perú.

“El embarazo en sí no es un problema, son las condiciones en las que ese embarazo se juega. Lo que hace el plan ENIA es decir que si hay una chica embarazada hasta los 15 años el embarazo es por un abuso, que puede ser que sea así pero cuando aparece esto como un discurso muy totalizante puede ser incluso violento para la persona que quizás lo está construyendo desde otro lugar”, aporta Soledad, quien dice que habla desde la opinión personal y no como miembro del programa.

Finalmente concluye de esta forma: “En nuestra experiencia como programa vemos muchas razones por las cuales las chicas llegan a esa situación, si vemos un gran desconocimiento respecto al sistema de salud y aunque vos le des información sobre un método anticonceptivo, si no hay acceso a un sistema de salud amigable no sirve. Además, si a la vez eso no se acompaña con otras formas de cuidarse, de quererse, de querer al otro, no llegamos a lo profundo. También es pensar en qué contextos estamos pensando estas propuestas; me parece paradojal que en pleno macrismo exista el plan ENIA, si bien hay gente dentro ejecutándolo con buenas intenciones . Este tipo de políticas van estableciendo formas de vida, pero hay que pensar antes cómo hacemos previamente para que las adolescentes puedan construir sus decisiones. Falta mucho trabajo como sociedad para entender adolescencias autónomas”.

Ilustración: Federica Bonomi
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