“No sabés lo que es, tener que andar así”

Leo Mattioli, Gilda, “Chino” de la Nueva Luna y “Banana” Mascheronni murieron en vestuarios, rutas o hasta en el escenario. El sistema exprime ídolos y después los desechan o encuentran muy rápido reemplazantes. El detrás de escena de la movida tropical.

Estamos en el año 1999, en la localidad de Temperley, partido de Lomas de Zamora. Años antes que la palabra “Conurbano” estigmatice, ya era un espectáculo imperdible la noche bonaerense. Pero ese sábado iba a ser aún más especial en ese boliche de cumbia, diversión y laburantes.

Se esperaba la llegada del que era la sensación musical en el país: “El Potro”, Rodrigo. Por esos años, el cuartetero había cautivado a todos los estratos sociales a puro ritmo y talento.

Ya desde las 11 de la noche, la gente hacía una cola imposible en la puerta. Las avalanchas eran constantes. En una de esas oportunidades se escucha un ruido de madera que se rompe. Una chica víctima de una de esas caídas se quiebra una pierna. El grito de dolor inunda la noche mientras llega una ambulancia para llevársela con un par de amigas. La fila sigue, nadie se mueve.

La disco completamente sobrepasada en capacidad esperaba al hijo pródigo de la provincia mediterránea de Córdoba, pero las horas pasaban y no había novedad. Se hacían las cuatro, las cinco, las seis y nadie se movía del lugar. Se hicieron las siete y desde los parlantes aseguraban que la estrella estaba en camino.

Cerca de las 08.30 un bajo urgente atravesaba la oscuridad artificial acompañado de los coros inconfudibles. “Ya llegó la música que mueve, esa que es de mi Córdoba que te mueve. Ya llego la música que puede, somos la yerba mala que nunca muere”, una explosión y Rodrigo que entra bailando en pleno estado de rock entre sudor y energía. Ese ritual ya lo había hecho en Berazategui, Quilmes, Varela y Avellaneda en esa misma jornada. Su gente lo había esperado toda la noche y mitad de la mañana, pero ya nada importaba. Era el rey con sus fieles. Ahí estaba con su público, una vez más. Para hacerlos bailar y vibrar, como nunca o como siempre. Aunque la vida se le vaya en eso.

Rodrigo Bueno

El 24 de junio del 2000 Rodrigo murió en un accidente de tránsito. Venía de un show e iba camino a otro en La Plata. Pocas horas después, en su velatorio la gente entró como pudo para despedirlo. Llenos de dolor prometían no olvidarlo, y no lo iban a hacer. Pero al mismo tiempo, un joven Walter Olmos, que había aparecido de la mano de “El Potro”, debía hacer mínimo 10 shows por noche. Eso le pedían los managers y en todos había que cumplir, más allá de distancias y cansancios. La maquinaria tenía que seguir funcionando, y ya tenía un nuevo fusible.

Olmos encuentra su muerte el 8 de septiembre de 2002 en San Cristóbal , lejos de su querida Catamarca y preparándose para tocar en Berazategui, Varela y La Plata.

Otros ídolos populares tuvieron el mismo trágico final: Leo Mattioli, Gilda, “Chino” de la Nueva Luna y “Banana” Mascheronni murieron en vestuarios, rutas o hasta en el escenario. El sistema que exprime ídolos y después los desecha y encuentran muy rápido reemplazantes. Y el mismo sistema suele hablar de excesos y culpa a las víctimas, de las cuales se alimenta.

 

El sueño llega, tan mal que te condena

Agustín es cantante de Agrupación Marylin, una banda que tiene más de 13 años de vigencia no solo en el país, sino en toda América Latina.

Como referente de la llamada “cumbia testimonial”, no esconde sus verdades por crudas que sean en su charla con El Grito del Sur. “A casi 200 kilometros por hora, se arriesga la vida muchas veces en la noche y no somos conscientes de eso”, sostiene. Luego agrega: “La gente cree que es todo joda pero es muy difícil. La cantidad de bailes, llegar con los horarios y en rutas que no siempre están bien”.

Walter Olmos

Cuando se le pregunta por la cantidad de episodios trágicos con sus colegas, Agustín explica: “Las tragedias suelen perseguir a los artistas, porque los managers o dueños de los grupos, así como las grandes productoras como Vikingos o Rey Producciones, están sentados en sus oficinas esperando que les llegue la plata. Los músicos son los más explotados, los que cobran monedas, y van en combis a 190 km por hora, entonces ¿quién va a morir? Si el manager está en su casa».

Sobre su experiencia personal, cuenta que “en Buenos Aires se hacen 4 o 5 salidas en una noche, pero en el norte –Salta, Jujuy o Tucumán -, se hacen muchos más shows y ahí es cuando entra en juego la vida”.

“El estado de las rutas argentinas hoy por hoy suelen no ser buenas. Cuando vamos por el país, andamos a las corridas y superando el límite de velocidad para cumplir con todos y eso es peligroso”, revela.

Gilda

El intérprete entiende que, a pesar de los riesgos, «tocar menos es difícil, porque acá se cobra por presentación, y como está el país, cuando hay trabajo uno trata de aprovecharlo”. «Es como decirle a un albañil que no agarre trabajo por si está cansado», ejemplifica.
“A nosotros nos gusta lo que hacemos, pero es nuestro trabajo. Salimos de un show transpirados, pasamos frío y calor, estamos lejos de las familias, en cumpleaños, fiestas corriendo y corriendo constantemente. Es un ambiente muy lindo, pero hay que saber estar para que no te consuma”.

El cantante de “Tu florcita”, destaca que “por suerte tanto el manager, que es tecladista, como los dueños de la banda nos suelen acompañar a cada shows, así que nos sentimos muy acompañados”. “Siempre rogamos a Dios que lleguemos sanos y salvos, tanto por vía terrestre como aérea”, cierra.

Ángel pasó su adolescencia y parte de su juventud como bajista de las bandas más grandes del género. Los Charros, Daniel Agostini y Marcelino fueron algunos de sus grupos, pero su consagración llegó con “La Nueva Luna”, quizá la número uno de la movida por más de 20 años. Con ellos recorrió el país de punta a punta varias veces.
“En la mejor época hacíamos más de diez shows por noche. Lo ideal es dormir entre baile y baile, pero no siempre se podía y había que aguantarse. La verdad que es cansador. La ruta, el viaje, la incomodidad. Todo eso hace que el cuerpo se deteriore muy rápido. No es fácil”, recuerda.

“Prácticamente convivimos. Nos vemos más que a nuestras familias y siempre hay roces, enojos, peleas. Como cualquier grupo humano, uno intenta que eso quede en la Traffic, la gente no se tiene por qué enterar”.
“Nosotros no podemos decidir los boliches que hacemos, somos empleados. Eso depende de los managers. Además cobramos por presentación y cuantas más hacemos mejor. Somos un instrumento para la diversión que está para darle a la gente joda, fiesta y alegría, es nuestro trabajo”, dice.

Durante las noches, cuando sos parte de un ícono cultural de todo el país, no terminan con el sol, suelen expandirse mucho más allá. “Hemos llegado a tocar a las 10.30 de la mañana en Tucumán y nos estaban esperando todos. El baile lleno para ver a “La Nueva” y tenés que dar todo como si fuera el primero de la noche”, dice.

Gaby Medina fue guitarrista de varias de las bandas “juveniles” que hace una década coparon el escenario como “Junior” o “18 Kilates”. Ya alejado de ese ambiente, casado y dedicándose al deporte, recuerdo aquellos años con nostalgia pero destaca que “no era fácil alejarse de los vicios”.

La Nueva Luna

Sin embargo, no culpa a la cantidad de presentaciones por fin de semana. “La gente cree que la única forma de aguantar es drogándose pero yo no lo veo así. Lo que es real es que el ambiente no ayuda. Te lleva”.
“El desgaste está. Los sábados te cuidás más porque todo eso es plata y a esa edad la necesitás. Pero por ahí los viernes, que habían menos conciertos o cuando íbamos a las provincias, el descontrol era siempre”.

Gaby había arrancado con bandas desde la secundaria y tenía apenas 16 años cuando su hobby se transformó en una difícil profesión: “Nos re explotaban. Éramos pibes. Nos pagaban dos pesos y se quedaban toda la plata. Y cuántos más shows hacíamos para ellos mejor”.
“De hecho yo era menor y no teníamos ninguna autorización. Solo una vez para ir a Uruguay me pidieron el documento. Imagínate lo que era. Nosotros no importábamos, solo la plata. Por eso era importante que nos cuidemos cada uno”, cuenta.

Tanto Ángel, Gabriel y Agustín entienden a la droga como “uno de los mayores peligros de la noche”, pero no culpan al ritmo de vida, sino a decisiones personales. “Se puede estar sin consumir y aguantar, depende de cada uno”, resumen los tres.

“Beto” Mouzo fue tres años chofer de Rodrigo (entre 1997 y 2000) y forjó una amistad con él. En medio del ruido del éxito, “Beto” nunca olvida “la sencillez y la calidad humana” del ídolo. “Rodrigo era muy buena persona y trataba a todos por igual: desde los chicos que armaban el sonido hasta los músicos. Siempre tenía una sonrisa y una foto para todos”, recuerda emocionado.

Rodrigo y Beto Mouzo

Sobre cómo era acompañarlo por todo el país, cuenta: “En eso éramos muy cuidadosos. Se hacían shows siempre en trayectos cortos y se manejaban 2 o 3 equipos de sonido para no perder tiempo”. En cuanto al trabajo en esos años, señala: “Él era furor y todos lo querían tener en su baile. Se empezaba a las 11 y a las 6 terminábamos (o eso se intentaba). Normalmente eran shows de 20 minutos o media hora, dependiendo de la gente”.

“¿Qué cuernos están haciendo con la vida de mi hijo? Es un ser humano, loco, es una persona, es un muchacho lleno de amor, de sentimiento. No es un negocio, es mi hijo». La que habla es la mamá de Roberto Omar Alí, el cantante de “Tito y la Liga”. Lo hace a través de un video en You Tube, luego de que trascendiera un video del artista donde se lo ve con claros problemas de drogas antes de tocar .

“El Dippy”, uno de sus amigos y colegas, posteó el video en las redes y expresó:
“Me duele verte así. Me duele que así te obliguen a cantar. Empresarios, no compren más Tito y La Liga. Necesita ayuda. Ayudémoslo por favor”.

Hoy el músico está internado para tratar su adicción. Su carrera quedó de lado. Decidió cuidarse. Mientras tanto, el negocio sigue moviendo millones. Vendrán otros. Siempre vienen otros. Los laburantes de arriba del escenario y de abajo saben de lo que hablo.

Tito y La Liga
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