Si hay pobreza que se note: Cine «clase B»

Zombies latinoamericanos, villanos sangrientos de otras dimensiones, dinosaurios de cartón, circos bizarros. El mundo del terror, la fantasía y cine clase B desde la perspectiva de Ayi Turzi, directora del filme “Chevysaurios”.

Ayi Turzi es directora de cine de género independiente. Su relación con la pantalla grande comenzó desde chica en una sala de barrio y se trasladó al videoclub, donde empezó su amor por un lenguaje marcado por el bajo presupuesto.

“Chevysaurios” es su segunda película y está basada en la historieta creada por Chevy de la Torre. En la historia un accidente científico hace que Slash, el sangriento villano de la tira animada, sea transportado al mundo real y comience a matar gente a mansalva. Los responsables del accidente deberán traer también a los Chevysaurios, los únicos capaces de vencerlo.

A pocos días del estreno del film en el BARS 20, la realizadora reflexiona sobre el acceso a la cultura, la democratización de las redes sociales y la producción de cine independiente en la era macrista.

¿Cómo comenzó tu vínculo con el cine?

El vínculo con el cine empieza desde muy chica. Soy de Escobar y un pariente trabajaba en la única sala de cine de la ciudad. Eso me daba la posibilidad de ir seguido y además, en casa se veían muchas películas en televisión abierta porque nunca tuvimos cable. Así que la relación es de la niñez, miro películas desde esa época.

En un momento la sala de Escobar cerró y teníamos que viajar hasta Pilar para poder ver los estrenos. Ya la distancia era un obstáculo para mis viejos, que no me querían llevar por lo que implicaba el viaje. Esa fue una etapa de desapego, hasta la llegada de los videoclub de barrio. Ahí podíamos alquilar películas por muy poca plata y las más baratas en precio eran también las más baratas en su realización, las que te podías quedar por mucho tiempo. Así empecé a ver cine “de mierda”, entre comillas y con cariño.

¿En qué momento decidís convertirte en realizadora?

La decisión de ser realizadora no sé en qué momento se da, nunca lo tuve muy en claro. Si lo pensás bien, no soy realizadora. Hago cosas de hobby, más movida por la curiosidad artística. Sabía que la formación iba a ser en la Universidad de Buenos Aires, porque una privada no se podía pagar, y elegí entre todas la que más me gustó: Imagen y Sonido. Pero cuando salí de la facultad trabajé de otras cosas, por eso nunca existió una decisión consciente de “quiero ser, me quiero dedicar”. Se dio más por descarte.

Además te desempeñás como investigadora del cine argentino y divulgadora. ¿Qué temas aparecen como intereses en tus estudios?

Todo lo que estudio es, básicamente, sobre cine argentino de género. Me refiero a terror, fantástico y bizarro, sean independientes o no. Hoy en día tengo tres grandes ejes. Primero, las realizadoras mujeres, que somos muy pocas y con muy poca visibilidad. Segundo, el cine realizado en el interior, el cual es mucho y no llega, o llega y no lo miramos. Escarbo en esas producciones que rescatan mitos y leyendas locales de diferentes provincias. Tercero, y el que es el tema de mi tesis, es el cine de zombies latinoamericanos y la tensión con el género que se realiza en Estados Unidos porque muchas veces se copia la fórmula pero después se dan disputas muy interesantes sobre si ellos son los malos o no. Se dan vínculos muy atrayentes y es en lo que elegí especializarme en este momento.

Esos trabajos, tanto el de directora como el de investigadora, los trasladás a redes sociales a través de tu canal de YouTube, podcast y en columnas de radio. ¿Cómo convive el trabajo de realización con ese personaje en redes sociales?

La respuesta a la pregunta es lo que explica que haya tardado cuatro años en terminar la película. Siendo que es una película “chica”, debería haber demandado menos tiempo. Pero me aburre tener la atención en una sola cosa, entonces pongo un ojo en un podcast, otro esfuerzo en producir contenido escrito para entradas en medios especializados en cine y demás, un tiempo para hacer reseñas de películas clásicas argentinas. Y todo pese a que la urgencia era la película. Todo esto convive como puede, pero se expresa en la falta de constancia que quizás otros sí logran.

Entre esos múltiples caminos, está la elección de hacer películas independientes. Independiente suele ser sinónimo de falta de capital. ¿Qué implica hacer un filme con esos condicionamientos?

Hasta hace pocas semanas tuve un trabajo de seis horas, en el que tenía que hacer horas extras para poder vivir. Editando la película, eso no era una opción viable. Así que la solución que encontré en ese momento fue que amigos me dieran comida o comer arroz blanco varios días seguidos. Y en un momento eso empieza a afectarte, estar mal alimentado no te permite responder en la medida en que lo necesitás. Es muy extremo, con el gobierno que todavía tenemos, decidir hacer una película de este tipo. Pero, a la vez, tenés la libertad creativa de no tener atrás alguien que viene a decirte “yo te doy plata para la película pero no me gusta que los dinosaurios se droguen”, cuando la película trata exactamente de eso.

No tener presupuesto implica empezar y no saber cuándo vas a poder terminar. Estás todo el tiempo atando las cosas con alambre, pero es la manera en la que sabés hacer las cosas. Creo que hoy me daría culpa tener equipos grandes y caros porque estaría pensando todo el tiempo en que algo no se rompa y eso sería una complicación adicional. Además esta película la edité yo mientras estudiaba y trabajaba. Y eso significa un esfuerzo muy grande.

Tanto en Chevysaurios como en tu primer película «Y… quién mató al mayoromo», elegís el humor bizarro como lenguaje. ¿De dónde surge esa preferencia?

Me apego al humor bizarro básicamente porque sé que con el presupuesto y los tiempos para grabación que manejamos es muy difícil hacer algo en tono serio. Esa elección te permite que cualquier error o falla técnica termine contribuyendo al lenguaje humorístico y bizarro. Además, me la paso compartiendo memes todo el día. No sé porqué esperan un Tarkovski, es obvio que no va a venir por ese lado.

Chevysaurios se proyecta en el BARS (Buenos Aires Rojos Sangre) en su 20° aniversario. ¿Qué importancia tiene el festival para los y las realizadoras y para el público que busca géneros por fuera de lo mainstream?

BARS es el gran punto de encuentro. No sólo podés ver cosas que no se ven en otro lugar, sino que podes conocer y cruzarte con gente del palo que es muy copada. Hay mucho intercambio entre realizadores y espectadores; de hecho, muchas películas sacan sus extras de ese público con el que se relacionan.

Me parece que es una ventana para la discusión que se fue expandiendo y replicando. Hoy otras provincias tienen experiencias similares, como Terror Córdoba o el Mendoza Rojo Sangre. Esto se ve en la presencia federal en el festival de este año, con la gente de Carroña (Córdoba), la gente de Zombies en el Cañaveral (Tucumán) y la presencia de muchas producciones de todo el país en las competencias de cortos. Ahora también el BARS organiza y fomenta la producción con el concurso “Fin de Semana Sangriento”, que implica grabar un corto en 48 horas y que por ser un formato express invita a todos los que nunca antes se habían animado a filmar sabiendo que va a ser proyectado en un cine. Es un espacio que quiero mucho y que en estos 20 años ha crecido enormemente, incluso publicando un libro catálogo que está buenísimo y permite bucear en muchas películas que en su momento no tienen difusión o publicidad.

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Demian Urdin

Antropólogo social, coleccionista y crítico de la Historieta Argentina. Ganador de la Beca de Investigación Boris Spivacow II de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno en 2018. Colaborador en Revista Blast de Colombia y Revista Kamandi de Argentina. Co-creador y co-conductor del ciclo de entrevistas "Guion y Dibujo: Diálogos de Historieta" que se transmite por YouTube.