La ideología en Tomás Vidal

Un pibe se recibe y para celebrar se disfraza de víctima de femicidio. Es la regla, y no la excepción. ¿Cómo contestamos e interactuamos con los Tomás Vidal de este mundo?

Para quienes pertenecemos y militamos en campos ideológicos asociados con los derechos, lo de Tomás Vidal es inentendible. Somos quienes recibimos las balas discursivas de ser llamadxs feminazis, putos, putas, maricas, negros de mierda, negros de alma, ñoquis, planeros, grasas, comefetos. Creemos que nuestras convicciones se ubican del lado de la abundancia y, en consecuencia, las ajenas en el lado de la carencia. Que Tomás es estúpido, mediocre, vago. Creemos incluso que esas características lo llevan a desear el femicidio, las bolsas, las muertes por aborto clandestino.

No. La recibida de Tomás Vidal es una burla desmedida contra nuestra propia ideología, pero no despojada de una ideología propia: una mirada de derecha sobre el mundo, en el que la epítome de su gestión es justamente él. Un varón blanco, evidentemente hetero, del palo del rugby, que eligió una universidad privada para estudiar comercio internacional. Él está acompañado por un contexto que le garantiza impunidad ante la burla. Impunidad que incluso trasciende el repudio en redes y medios durante esta semana. En la misma operación en la que se burla de nosotras lo hace con nuestras propias consignas: una bolsa de basura para recordarnos que a las pibas las descuartizan y tiran en los tachos, el pañuelo del aborto para recordarnos que seguimos muriendo en abortos clandestinos, un cartel con una frase que se ríe de que nos violen, una soga como correa para que no nos olvidemos quien tiene el poder.

Como Rodrigo Eguillor (que ahora cumple una preventiva por abuso sexual, luego de haber intentado escaparse del país el día en el que se filtró un video de él), Tomás Vidal es -sobre todo- portador de un privilegio definido por su clase. Lo que define a la clase no es sólo la posesión del capital sino la actitud o el posicionamiento que eso implica: el abuso de poder por parte de quienes más tienen no siempre es una cuestión de género, aunque en este caso se cifre en esa burla a las feministas (como, sin dudas, lo debe haber hecho en tantos otros ámbitos y contra otras causas antes de que todo esto se filtrara en Instagram).

Por eso Tomás no es un sujeto a reparar ideológicamente: no alcanza con explicarle en redes que lo que hizo está mal (tal vez hasta esto refuerza sus convicciones, ya que desde su óptica no somos sujetxs legítimos de explicarle nada a él); menos con quitarle el goce del título o hacerle cursar alguna materia de cartón. La humillación social, tal vez, pero intentemos deshacernos también de los mecanismos machistas para atacar a nuestrxs enemigxs. El mensaje contra Tomás es un mensaje de alerta: no vamos a tolerar esto pero tampoco vamos a tolerar las instituciones que lo avalen, los grupos de amigos que lo lleven a cabo, los modelos de familia que celebren así las victorias. No vamos a tolerar que se lo relativice, que se lo victimice, que se lo defienda. Tomás ya está, terminará como Rodrigo Eguillor bajo algún tipo de condena (en este caso, social), creyendo que el mundo se complotó contra él y es irrefrenable el avance de alguna especie de fascismo feminista o como sea que opera la organización anti-patriarcal.

La respuesta, tal vez, está en otro lado. Quizá en la búsqueda de narrativas colectivas que nos permitan desarmar la bomba antes de que estalle: en la discusión de mesa con padres, amigos y novios; en el parate bien puesto antes de que digan alguna estupidez, en el ejercicio de empatía (la misma que ejercitamos entre nosotras para entender que no somos un todo homogéneo), en la formación política. La potencia de nuestra ideología puesta en práctica no puede estar sólo en marcar los ejes de carencia de las ideologías ajenas (esto nos demostraron cuatro exitosos años de macrismo), sino en reforzar las propias. Esto sucede en un marco de retracción de una ideología neoliberal en el poder (la que nos ordena a creer que todo es individual y por lo tanto, a contestar individualmente) y el regreso de un sentido colectivo: se desarma la idea de que una o uno porta una acción en soledad y se proyecta el construir entre más. Esto es feminista, era feminista antes de que fuera enunciado por el nuevo gobierno, y fue el bastión de resistencia política para muchas y muchxs durante cuatro años de Tomáses Vidal en el poder. Está ahí, donde la interpelación ideológica nos convierte en sujetxs y nos atraviesa también afectivamente que reside el potencial de desarticular estas prácticas antes de que se concreten: es entender que él no es la excepción (tal vez sólo tuvo mala suerte de quedar tan expuesto) sino una regla generalizada, poderosa, impune. Insultarlo ayuda a descargar, pero hacer política para prevenir que se siga reproduciendo su poder puede ser más eficiente.

Compartí

Comentarios

Lucia Cholakian Herrera

Comunicación UBA // Periodismo Narrativo UNSAM+Anfibia. Escribe en Vice, Cosecha Roja y Nodal.am // En redes es @queendelqueso