Australia: más allá de koalas y canguros

Australia es el sexto país más extenso territorialmente en el mundo y se encuentra ubicado en el continente de Oceanía. La propia característica de isla permite la existencia y reproducción de fauna y flora única en el mundo. Hoy en día, en este mismo momento, parte de esta biodiversidad está siendo devastada. Entender el cambio climático en clave económica, ambiental y feminista permite la posibilidad de repensar las estructuras productivas.

Australia es la economía número 13 del mundo con relación al volumen de su PIB y sus habitantes tienen una buena calidad de vida, según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU o el Coeficiente de Gini del Banco Mundial. El fundamento macroeconómico de la economía australiana se sustenta en dos pilares: la producción minera y la reducción del déficit fiscal. De hecho, gran parte de su PIB (casi el 6% sobre el total) se explica por la producción minera constituyendo a Australia es uno de los principales productores y exportadores mineros, donde casi el 30% de las exportaciones totales de la Isla son producción minera (según datos de la Secretaría de Comercio de Australia). Una de las contracaras del sector productivo minero, es la ambiental: en la actualidad, el 5% de la contaminación climática mundial es producto de Australia (1,4% por emisión de gases que provocan el efecto invernadero y 3,6% por exportaciones de gas, combustibles y carbón).

Desde el Gobierno australiano, conducido por una colación liberal electa tras una campaña por la quita de impuestos al carbono, no existen al momento políticas públicas destinadas a reducir el impacto ambiental generadas por la producción minera. En 2013, el primer ministro, Tony Abbott, disolvió el impuesto destinado a reducir las emisiones de CO2 y permitió la compra de permisos para emitir contaminantes. Un año después, se aprobó la descarga de residuos por carbón en aguas de Gran Barrera y se aceptó la caza de tiburones autóctonos. La cuestión climática impacta en la calidad de vida: en los últimos años, el aumento de las temperaturas en Australia ha superado récords llegando a ser enero del 2019 el mes con mayor temperatura registrada después del 2005 y antes de enero del 2020 (el motivo es la gran cantidad de incendios).

Variados organismos concuerdan en que, en efecto, Australia es un país vulnerable y sensible al cambio climático. Ello puede explicarse por sus condiciones geográficas dadas (zonas áridas y secas), pero también por la continua y exponencial intervención del ser humano en la tierra, agua y otros recursos naturales. Desde 2017, año en el que se aprueba la eliminación de la Ley de Bosques Nativos, la tala y destrucción de los mismos se ha triplicado provocando la reducción de entre un 56% y 23% de los koalas en Australia (según informe de World Wildlife Fund). A su vez, existe una creciente escasez de agua que deriva, entre otras cosas, de la tala/quema de árboles, del aumento de la temperatura marítima que impacta directamente en las precipitaciones (lluvias) y de la gran cantidad (de agua) que se utiliza en la industria minera.

Lo climático: un problema político.

El crecimiento económico que experimenta Australia desde hace algunas décadas está fuertemente cimentado en la industria del carbón. La serie histórica de evolución del PIB de la Isla muestra un aumento mantenido en el tiempo de más del 3% promedio anual y esto es gracias al auge de las comodittes y de la industria minera. El conflicto es que, en esencia, los modelos que enfatizan la sustentabilidad de la vida son antagónicos a los modelos de desarrollo económico financieros y capitalistas.

En Australia, la labor política que supone una responsabilidad sobre la vida y lo ambiental, conflictúa con intereses privados. El lobby político australiano data desde hace ya varios años: en 2010, Kevin Rudd es reemplazado tras su intento impositivo sobre las empresas mineras por la reducción de contaminación del carbón. Asimismo, recientemente en 2018, sucedió algo similar con Malcolm Turnbull cuando éste promovió un nuevo esquema de infraestructuras con energías renovables. Este tipo de políticas y de desidia estatal respecto al medio ambiente han derivado en que hoy en día Australia atraviesa una emergencia ambiental sin precedentes: más de 50.000 kilómetros cuadrados devastados por el fuego, 24 muertes humanas en el transcurso de los días, miles de australianxs evacuadxs y más de 500 millones de animales muertos (más de la mitad de la población de koalas murió calcinada en estos días).

La crisis ambiental desatada en Australia en estos días, pero también repetida hace unos meses en el Amazonas, nos obliga a actuar con rapidez. Si bien hace ya muchos años que los Estados miembros de las Naciones Unidas acuerdan desde la teoría que parte de los derechos humanos son los derechos ambientales, culturales, reproductivos y sociales, en la práctica cotidiana no existe. Las industrias modernas (mineras, tecnológicas, automovilistas, otras) proponen y llevan adelante formas sistemáticas de destrucción del medio ambiente. En palabras del Informe de Beijing de la ONU: la desigualdad entre hombres y mujeres, “la pobreza y la degradación del medio ambiente están estrechamente vinculadas entre sí”. La respuesta no es solamente dejar de usar pajitas o cambiar el shampoo industrial por uno biodegradable: la salida es, principalmente, la regulación estatal sobre nuestros recursos desde un foco en la sostenibilidad de la vida, de la producción responsable y con respeto de nuestra tierra.

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Lucía Sánchez Barbieri

Escribo sobre economía pero no me preguntes por el dólar. Latinoamericana, lesbiana y militante. Tomando mates y viajando.