Putas vacaciones

Tali Goldman pasó 24 horas con las putas de AMMAR entre Chapadmalal y Miramar y nos cuenta la intimidad de unas vacaciones marcadas por la polémica del nuevo tema de Jimena Barón, la figura de Evita y las habitaciones de hotel compartidas de a muchas, con sus hijes a cuestas.

El plan era así: el micro salía de Retiro a las 2 de la mañana y llegaba a las 8 del viernes a Chapadmalal. Yo tenía menos de 24 horas para compartir con ellas. Era lo que había podido arreglar haciendo malabares entre mis múltiples trabajos. Tres días antes procrastinando en las redes sociales, vi que la presidenta del sindicato AMMAR—Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina—, Georgina Orellano, subió a sus stories de Instagram algunas fotos de la la Unidad Turística de Chapadmalal, el complejo hotelero, propiedad del Ministerio de Turismo de la Nación, con algunas de sus compañeras y sus hijes. Las fotos me conmovieron muchísimo y decidí compartirlo en mis redes sociales. Escribí que mientras se debatía “si putas sí o putas no”, en relación con el Jimena Barón gate, la organización colectiva, es decir el sindicato, había logrado llevar a varias trabajadoras sexuales a que disfrutaran de unos días de descanso y a que sus hijes pudieran conocer el mar. También dije que me hubiera encantado estar allí para contarlo, pero que eso no estaba sucediendo, hasta que me llegó un mensaje, realmente inesperado, que me daba la posibilidad de costearlo y además de pagarme por escribir la crónica: lujos del oficio. Entonces, los malabares y el plan, que lo tenía perfectamente anotado en mi cabeza: llegar a las 8 am, desayunar, ponerme la malla, armar el bolsito que incluía un pareo, un cuadernito y tres lapiceras, por las dudas. De ahí a la playa, todo el día, estar con ellas, ver cómo sus hijes se metían al mar, preguntarles sobre sus vidas, jugar con los chicos. El título de la crónica debía contener la palabra puta, mar, hijes o, en su defecto, pibes. El que más me gustaba era “las olas y el viento, las putas y el mar”. Los títulos de mis notas son algo en lo que pienso siempre incluso, siquiera, antes de contactar a los protagonistas. Gajes del oficio. En fin, ya estaba todo calculado, salvo por un pequeño detalle. Apenas me bajé del micro, en medio da ruta, cerca de las 8 y media de la mañana, la temperatura era de 12 grados y el viento soplaba tan fuerte que era difícil mantenerme quieta. Mi plan ya estaba empezando a fallar. Del complejo 1, donde me había dejado el micro, hasta el 4, donde estaban ellas, hay aproximadamente veinte minutos de caminata –si no hubiera habido viento–. Mi abrigo no era el adecuado, ni mi bolsito que, aunque no llevaba muchas cosas, hacía un peso sobre mi hombro. Pregunté si para llegar al hotel 4 había alguna manera, pero una chica que esperaba descargar el bolso del micro se me rio en la cara: tenés que caminar a esta hora. Llegué bordeando la ruta, con los ojos llorosos del frío y el pelo revuelto. Entré al comedor, pero no tenía cómo distinguir cuál era el grupo de las putas. Le mandé un mensaje a Georgina y me dijo que ya bajaba. Mientras tanto, me paré en la puerta. Un enorme grupo de pibes de todas las edades con remeras rojas que decían “Barrio padre Mugica” esperaban su desayuno. A los diez minutos apareció Georgina, todavía dormida, con un shorcito, ojotas y un buzo. Ahí están las chicas, me dijo. La mesa era al fondo, contra una ventana.

—Ella es Tali, la periodista —introdujo Georgina mientras dos se pararon para darme su asiento.

—Valeria, de Constitución.

—Laura, de Flores.

—Cynthia, también de Flores.

—Hola, ¡un gusto! —dije.

Mientras una me agarraba el bolsito para que no lo cargara más, la otra me preguntaba si ya había desayunado, si quería café solo o café con leche, al tiempo que  llamaba a la moza para que se acercara lo más rápido posible y que agregara más medialunas porque éramos dos más las que no habíamos desayunado.

Además de las chicas, estaban Fabiola y Nacho, dos militantes de La Cámpora de Constitución, que fueron quienes les facilitaron el viaje. También había un chico, que tenía alrededor de 11 o 12 años, que me saludó muy afectuosamente y quedó sentado al lado mío. No despegaba los ojos de su celular. Le pregunté a Georgina dónde estaba su hijo

—Ese, el de al lado tuyo es Santino.

—¡No sé por qué pensé que era más chiquito! —dije.

¿Y dónde estaba el resto de los chicos? Santino no me servía para mis planes originales. Necesitaba nenes más chicos, correteando en la arena, metiendo los pies en el mar. ¡Algo!

—¿Ya se fue el cura? —disparó una.

—Sí, se fue temprano.

—Ya averigüé, eran de Villa Domínico. Así que quién te dice que ahora empiezo a hacer militancia en Villa Domínico…

—A mí no me gustó, era demasiado viejo. Para veteranas estoy yo.

—Pero callate, estaba bárbaro.

—¿Qué cura? —pregunto sin ocultar mi risa por la conversación.

—Es que estos días vino un cura con un grupo de chicos que a ellas les encantó, se enamoraron todas del curita. Yo no, me gustan más jóvenes, igual estos deben estar casados, son los curas de las villas, más piolas. Como el Padre Mugica, él estaba casado.

—¿Estaba casado? —pregunto.

—Sí yo lo conozco de esa época, yo trabajaba ahí en Retiro, yirando, él nos defendía… Ay por favor este viento, ya no sé qué vamos a hacer. Parece que estamos empollando. Todo el día en la cama porque no podemos salir.

—¿Y si vamos a Miramar más tarde? Seguro hay menos viento, además hay juegos para los chicos.

—¿Hay más chicos? —pregunto como para tantear el terreno.

—Sí, pero están durmiendo.

—Esta noche tenemos cena despedida. Vamos a jugar al bingo. Hoy por plata, mi amor.

—Y parece que van a comprar Champagne.

—Qué lástima que no se quedó el cura…

Yo miraba como un partido de ping pong la conversación que iba del clima de mierda, los pocos momentos que pudieron ir a la playa, qué planes podían hacer en el día, la poca ración de comida que les daban, los artilugios para conseguir más, el cura, el otro cura, el “morochito culoncito”, la vieja de mierda que se cuela en las comidas, la señora que maneja la combi que no hace nada, la ropa que trajeron y no pudieron usar por el frío.

Okey. No hay chicos jugando en el mar. Pero lo que voy a contar es esto: estar de vacaciones con un grupo de putas.

***

A eso las 9 y media subimos a la habitación. Georgina, Valeria, Laura y Santino duermen en una. Cynthia duerme con sus dos hijes y sobrines en otra, y Daniela, otra de las chicas, vino junto a su marido y sus dos hijes. Yo me quedo en la primera, y el acuerdo es estar de querusa. Es decir, nadie va a avisar que voy a pasar el día, porque eso implicaría un tema burocrático y económico. Vamos a hacer como que soy una más y me voy a colar en el almuerzo, total hay muchísima gente. Apenas entramos a la habitación Vale, Georgi y Santino se meten en sus camas. La habitación tiene tres camas cuchetas, una simple y la ventana da directamente al mar. Por estar hace casi una semana, está todo bastante ordenado. Cada una tiene la ropa en el placard o en las camas que no se usan, y hay un mueblecito al lado de la puerta con todos los productos de higiene y aseo: shampoo, crema de enjuague, perfumes, perfume para ropa, crema para manos, crema para el cuerpo, jabones. Laura no se acuesta, está bastante aburrida ya de estar en la habitación; barre el piso, acomoda sus cosas y arranca a cebar mates con mucha mucha mucha azúcar. El resto agarra el celular. Apenas me saco las zapatillas y me siento en la cama de Georgina, me preguntan si ya vi el nuevo tema de Jimena Barón, Puta. Salió ese mismo día. Por ese “tema” es que se desató una polémica enorme: la del histórico debate entre el “abolicionismo” versus “regulacionismo”. Pero en realidad, se destapó una furia y una violencia inaudita hacia Georgina y sus compañeras. Un ejemplo es que a raíz de todo esto, a la presidenta de AMMAR le rescindieron el contrato de su casa. El dueño no quería tener “problemas”. Digo que todavía no vi el clip entero, entonces lo reproduce en su celular. Las chicas y Santino ya lo vieron varias veces y se saben el estribillo: “Dicen que soy puta pero vuelve a mí, que me visto feo pero vuelve a mí, que soy la más bruta pero vuelve a mí, algo debo tener, pa´ que quiera volver”. Les gustó bastante. Dicen que “refleja bien”, sobre todo que ella (por Jimena) está siempre con otras. Algo así como que las putas nunca están solas. Como ahora: las putas siempre están en manada. La canción y el “tema Jimena” serán un tópico recurrente durante todo el día.

El frío no cede y el viento tampoco. Pero Laura ya está aburridísima de estar encerrada y me dice que el Museo de Evita es “precioso”, que ya fue hace dos días, pero que si quiero ir me acompaña. Le digo que sí y ella, feliz. Laura tiene todo el pelo lleno de trencitas que llegan hasta la cola. Se las hizo especialmente su hija para las vacaciones, porque si no el pelo iba a quedar “destruido” con la sal del mar. Nos abrigamos y salimos. El museo queda en el Complejo 1 y aunque el viento sigue fuertísimo, coincidimos en que está lindo para caminar. La arboleda del complejo es frondosa, una maravilla, como así también el precio por la semana completa: 2500 pesos con todo incluido, las comidas, las sábanas y toallas: todo, todo, todo. Laura ya tenía tres hijas y era enfermera en el Hospital Álvarez cuando se quedó sin laburo y arrancó siendo trabajadora sexual. No tenía para darles de comer y empezó con algunos clientes que le había pasado alguna de las trabajadoras sexuales a las que ella había atendido en el hospital. Esa cartera de clientes aún la conserva, a sus 52 años, y no se avergüenza al decir que le encanta su trabajo. Me cago de risa, la paso muy bien. Con sus clientes ya tiene un vínculo de confianza que excede la formalidad: cuando les contó la posibilidad de hacer estas vacaciones a Chapadmalal, aparecieron pequeños depósitos en su cuenta para que pudiera solventarlo. Me mandaban mensajes diciendo que me tome estos días, que me relaje, que lo disfrute, porque hace dos años que no me tomo vacaciones. Ya mis clientes son como hermanos, me bancan en todas. Entró al sindicato hace casi diez años y ya nada fue lo mismo: a mí lo que me gusta es ayudar a mis compañeras; por eso, aunque algún día yo deje de trabajar, cuando ya no me dé más el cuerpo, voy a seguir militando para que no quede una sola sin derechos.

El museo de Evita es un salón mediano: hay fotos en las paredes, muebles y planos de la época, una pantalla y butacas… Laura entra y me dice que arranquemos por acá y que ella va a pedir que me pongan el video, que es muy lindo. Oficia de guía, me explica que esas eran las tazas del desayuno de la época que se parecen a las de ahora, que esas eran las cunitas de los bebés, que mirá qué amor los bordados de las sabanitas, que ese detalle no lo había visto la primera vez, que ese vestido lo usó Evita cuando estuvo acá, que la máquina de coser Riccar era para las que tenían mucha plata, que mirá el telégrafo de la época, ay, esta foto de Evita es hermosa. El video empieza intempestivamente, entonces me agarra del brazo para que nos sentemos en primera fila. Mientras la voz del locutor explica cómo fue la construcción del complejo y qué es el turismo social, Laura también me va explicando bajito otras cosas que ella sabe y que no las dicen en el video. Sus ojos le brillan como si lo estuviese viendo por primera vez. Después de este viene otro, me advierte. De fondo suena la marcha peronista estilo tango y Laura marca el ritmo con sus pies. Pienso que entonces no es tan difícil de explicar el peronismo: es esta puta mirando el video de una a la que también le decían puta, que a través de su fundación, en 1945, empezó la construcción de este complejo en el que estamos, para que los trabajadores y las trabajadoras pudieran tener vacaciones.

Cuando terminan los 15 minutos de cine, nos queda un pedacito por recorrer y Laura se adelanta porque quiere comprar un bono contribución. Sale 20 pesos y a cambio, le dan un pequeño calendario del tamaño de la palma de una mano, con una foto de Evita pegada sobre una goma color rosa con brillos.

—Es para vos, yo ya tengo el mío.

***

Después del almuerzo que se sirve 12 y media –para el cual hay que hacer estratégicamente una fila así nadie se cuela y podemos entrar primeras–, nos vamos a Miramar. Las chicas se cambian y se maquillan. Santino le dice a su mamá y a sus tías que están hermosas. Él no tiene muchas ganas de ir a pasear, pero no puede quedarse solo en el complejo. Además, basta de celular. A Georgina no paran de mandarle mensajes de programas de televisión y radio para que opine del famoso videoclip que ya es tendencia en twitter y alcanzó, en el primer día, más de 1 millón de reproducciones. No entienden los productores cuando les digo que estoy de vacaciones, que no puedo hablar; me dicen bueno te sacamos por teléfono, por Skype, ¿tan difícil es entender que no?.  Los grupos de Whatsapp del sindicato estallan. Porque los productores llamaron a casi todas. Pero ellas consideran que ya está. Que no hace falta seguir hablando del tema, que ya se expusieron mucho, demasiado y que las consecuencias fueron desmesuradas. Por suerte, Georgina consiguió otra casa a través de una chica que se enteró de la situación y se la ofreció por Instagram. Dice que es muy linda y además queda a muy pocas cuadras de AMMAR.

Nos paramos en la pequeña garita de la ruta para esperar el micro. El viento no cede y nos refugiamos ahí. El viaje dura 20 minutos y las chicas logran sentarse. Como yo ya conozco Miramar, sugiero que nos bajemos en la parada de la peatonal, pero ellas quieren llegar hasta la terminal para pedir un mapa de la ciudad y así estar más ubicadas. Georgina está desesperada por conseguir un Western Union porque tiene que sacar dinero: el domingo, un día después del regreso de Chapadmalal, se va a Amsterdam para participar de un congreso sobre trabajo sexual. Está chocha y en un rato se va a comprar una mochilita negra, unos aritos y una bombacha. Todo para estrenar allá. Como la abuela de Santino no puede caminar y no puede hacerse cargo, mientras esté de viaje, el nene se va a quedar con Valeria, con Laura o con las hijas de uno de sus clientes que lo conocen de chiquito y lo quieren mucho. Santino es muy cariñoso con todas. Las abraza, las besa. Laura es como su tía y Vale como su abuela. La crianza del chico también es en manada, como en el videoclip.

Valeria pide un cortado y nada para comer. Todavía está llena del almuerzo. Hace poco más de un año que, por primera vez en su vida, pudo alquilarse un monoambiente en Constitución. Hace veinte que vivía en un hotel, el Santa Cruz, donde también ejercía como trabajadora sexual. Hace cinco años que ya colgó la bombacha. Lo hizo cuando conoció a su ahora ex novio: un camionero con el que estuvo casi ocho años y aún comparte a su “hijo”, un perro. Valeria pudo jubilarse porque en su “otra vida” había sido un joven cadete. Con ese recibo y con la ayuda del sindicato pudo, a sus 62 años, alquilar. No era que no tuviera la plata, pero nunca había podido conseguir una garantía porque nunca tuve un recibo de sueldo. Algo tan simple y básico como eso, como lo tiene cualquier trabajador, las putas no lo tienen. En algún momento del día, ella me había dicho que durante la dictadura estuvo detenida en el Pozo de Banfield. Me guardé ese dato para preguntárselo en algún momento en el que estuviéramos más tranquilas y pienso que es este. Tenía 20 años. Era enero del 1977 y estaba parada en la esquina de Camino de Cintura y Seguí, cerca de la rotonda de Lavallol donde ejercía el trabajo sexual. Era común que a las “travestis” de la época las llevara un patrullero. Pensaron que sería una más, pero no. Esta vez el destino era uno de los centros clandestinos de detención de la última dictadura cívico militar. Cuando las bajaron, un policía que estaba tras un escritorio de metal les dijo: “Ah, estas son las cachorras que habíamos pedido”. Valeria estuvo ahí 14 días y todavía se le cuece la garganta cuando lo cuenta. No quiere ni puede decir qué padeció en esas semanas, las peores de su vida. Pero la historia de su detención da un nuevo giro cuando, por casualidad, en uno de los momentos en los que la dejaron ir a bañarse, vio cómo una detenida daba a luz. Hoy Valeria, que fue la primera trans que recibió su documento rectificado, es querellante en la causa en la que se investiga el funcionamiento de una sala de partos clandestina y de tortura.

Santino quiere pochoclos y su mamá se los compra. En el puesto callejero, una chica la reconoce. Le dice que hace un año le mandó un mensaje por Instagram y que la banca, que es una genia. Georgina le agradece y sigue caminando mientras come pochoclos. Se nota que la gente la registra, cuando pasa cuchichean por lo bajo, la miran fijo, ¿es ella? ¿Qué hace esta puta en Miramar? Haber estado en los programas de televisión de aire pegada a la imagen de Jimena Barón la convirtió en una figura reconocible para el común de la gente, y no solo para quienes van a las asambleas feministas o a los Encuentros.

Aunque el viento sigue pegando fuerte, unos pequeños rayos de sol se asoman, así que decidimos ir a la playa a ver el mar. Antes, una foto en la clásica rambla con la M. Avanzamos en el caminito de madera, en la arena y subimos a las rocas. Después de la foto grupal, Laura pide que le saquen una a ella sola para subir a sus redes. Se para y abre los brazos. Las trenzas vuelan. Pone la cabeza para un costado y se ríe.

***

Hay que apurarse porque el micro sale a las 18 de la terminal. Llegamos corriendo y logramos sentarnos. Todavía es de día. Laura y Valeria se sientan del lado de la ventana y Georgina y Santi, del lado de adentro. El micro emprende su regreso y Valeria concluye que Miramar le encantó, que es muy lindo, que valió la pena el paseo. Georgina cierra los ojos y Santino agarra el celular. El aire de mar da sueño, dice Georgina. A mí me da hambre, dice Valeria. ¿Qué hay de comer a la noche? ¿Alguna sabe? Pizza con milanesa. Riquísimo. Hay que bañarse porque el poquito tiempo en la playa dejó arena en el pelo y la piel seca. Además, así ya quedamos para el viaje de vuelta y listo. El baño está ocupado por una “pendejita” que les ganó de mano y Laura y Valeria quedan en toalla. Muestran las quemaduras del único día de playa. Cerca de la entrepierna y entre las tetas. El micro que me tengo que tomar sale en un ratito, así que las abrazo y me despido así como están, en bolas, esos cuerpos cansados, su herramienta de trabajo. Subí al micro pensando que me había olvidado de algo: dejarles plata. Hoy el bingo era por todo

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Tali Goldman

Nació en Buenos Aires en 1987. Es licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y periodista. Escribe en diferentes medios como LatFem y Revista Anfibia. Autora de "Larga distancia" de Concreto Editorial