Luchas de ayer y de hoy

En el 44º aniversario de la última dictadura cívico-militar nos proponemos trazar un hilo conductor entre las luchas de les jóvenes del '76 y les jóvenes de la actualidad.

¿Por qué los argentinos y las argentinas no dudan ni un segundo en levantar las banderas de Memoria, Verdad y Justicia? ¿Qué hace que nuestro pueblo sienta profundamente la pérdida de 30 mil compañeros y compañeras? ¿Por qué se sostiene hasta el día de hoy la imperiosa necesidad de mantener vivo su legado? No realizamos un estudio sociológico al respecto, pero un repaso veloz por aquella época y nuestra historia reciente nos da la pauta clara que existe una conexión indiscutible entre las luchas y reivindicaciones de esos y esas jóvenes que nos fueron arrebatades y quienes en la actualidad inundan las calles reclamando que no asesinen más mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries; pelean por el boleto educativo y una educación pública, laica y de calidad; por los derechos laborales de les que menos tienen y por la ampliación de otros derechos.

Foto: Catalina Distefano

María Claudia Falcone, Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro peleaban ya en la década del ’70 por el boleto estudiantil, una consigna que sigue más viva que nunca y se imprime en remeras y pancartas de jóvenes secundaries y universitaries. La dictadura no fue capaz de borrar lo que los lápices de aquelles jóvenes escribieron en las hojas de la historia argentina.

Claudio Slemenson era un dirigente estudiantil de la Facultad de Agronomía que fue secuestrado en 1975 durante el Operativo Independencia, que buscaba aniquilar a los grupos guerrilleros que querían formar un foco revolucionario en Tucumán. Slemenson fue responsable regional en 1974 mientras cursaba el secundario, y más tarde referente nacional por la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Con apenas 20 años, fue víctima del terrorismo de Estado, cuando todavía no se conocía la figura del “desaparecido”. Para su familia sólo estaba preso, pero “no lo encontraban por ningún lado”.

Foto: Catalina Distefano

En la última década y media les jóvenes de todas las edades se han volcado a la política sin pedir permiso y se han dispuesto a abrirse paso para que sus voces sean escuchadas. El mayor exponente de ello es, por ejemplo, la llegada de distintas referentas juveniles a la Legislatura porteña, como son los casos de Ofelia Fernández, Lucía Cámpora y Maru Bielli.

Ivana Aguilera es una de las pocas personas del colectivo travesti-trans que logró sobrevivir al horror esparcido entre 1976 y 1983 en la Argentina. Una tarde de mayo del ’76 Ivana, con 13 años, fue secuestrada junto a sus compañeras trans por oficiales que pasaron por la Plaza San Martín (Rosario) en un camión y dos jeeps del Ejército. Fueron torturas y discriminadas por su identidad de género durante tres días, para luego ser tiradas en un descampado. Una de sus compañeras murió. Hoy un nutrido colectivo travesti-trans se sumerge en la marea feminista y hacen del orgullo una respuesta política para abrirse paso en una sociedad que les educa para la vergüenza.

Esther Ballestrino fue una maestra y bioquímica uruguaya que se crió en Paraguay. En la década del ’40, durante la dictadura de Higinio Morínigo, creó uno de los primeros movimientos feministas en un contexto difícil donde incluso resultaba impensado hablar de feminismo. Años más tarde debió exiliarse a Argentina y en 1977 una de sus tres hijas, Ana María, fue secuestrada con un embarazo de tres meses en curso. Ese mismo año fundó Madres de Plaza de Mayo junto a otras mujeres que buscaban desesperadamente a sus hijos e hijas. El 8 de diciembre del ’77 fue secuestrada por un grupo de tareas a cargo de Astiz, fue torturada en la ESMA y diez días más tarde fue asesinada en los vuelos de la muerte.

Foto: Catalina Distefano

En Argentina les jóvenes tenemos cientos de madres y abuelas que desde hace años caminan por donde hoy nosotres seguimos escribiendo la historia. Su lucha fue ejemplo y enseñanza para muches y su pañuelo blanco no solo se convirtió en un símbolo de defensa de los derechos humanos, sino que con el tiempo se fue entrelazando con el pañuelo verde que hoy empuñan nietas, hijas, madres y abuelas.

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