«Un feminismo que nos interpela como villeras»

El cuarto Paro Internacional Feminista movilizó a miles de mujeres, lesbianas, travestis y trans alrededor del mundo. En las manifestaciones se visibilizaron los diferentes colectivos. Historias personales que se hacen eco de la potencia del movimiento que logró parar al mundo bajo el lema "si nuestras vidas no importan produzcan sin nosotres". Relatos del feminismo villero.

Foto: Cristina Sille

“Le pedí a una compañera que me traiga el bombo, a mí me encanta tocar”. Maca ríe, mueve las manos indicando una dirección, avanza lento mientras va saludando a la gente que se encuentra en la columna, abraza, charla, pide permiso. Cuando llega a la ronda el círculo se abre y las pibas, que ya cantaban, lo hacen con más fuerza, como si reavivaran el fuego. La mística de la militancia es que el murmullo nunca se apague totalmente. El grupito que la rodea está formado por chicas de entre 15 y 25 años, llevan los pelos teñidos, los aros en la cara, los brazos escritos, las polleras de flores, las frases estampadas en remeras arremangadas. El bombo nunca llega pero tampoco le importa, ya tiene con qué entretenerse: a los pocos segundos de su entrada a la ronda una compañera le acerca las bengalas. Son dos, una violeta y otra verde. Antes de encenderlas, Maca realiza el mayor ritual contemporáneo: saca el celular, abre la cámara, se arregla apenas el pelo, se saca una foto con su compañera, le agrega un sticker y la sube a historias. Certifica que se haya cargado bien y guarda el celu en la riñonera, de donde saca un encendedor. Es celeste y blanco y en el medio dice “La Cámpora”, como todas las banderas que la rodean. Ella lo mira, más por costumbre que para certificar que sea el adecuado, enciende la mecha y deja que el polvo se evapore tiñendo todo lo que esté a su alcance. El pigmento es eyectado del tubo dejando olor a pólvora a su paso. La mano traza un recorrido serpenteante. El cielo se vuelve nubarrón morado sobre las cabezas y las pibas, más que nunca, agitan.

Foto: Cristina Sille

Maca es Macarena Orellana y, aunque ahora está en Congreso, es de Mataderos, barrio que transita y milita desde hace años. Hija de madre chilena exiliada durante la dictadura pinochetista, Maca empezó a militar en el colegio Nicolás de Avellaneda, donde cursó parte del secundario. Después dirá que cuando se alejó por consumos problemáticos fueron sus propios compañeros los que la incitaron a volver, otorgándole responsabilidades. Macarena tiene 23 años y milita desde los 14, es la más chica de cinco hermanos, referenta de juventud en el frente de villas de La Cámpora y parte del comedor comunitario 7 Esquinas. “En nuestros territorios conviven la violencia institucional, la violencia de género, las viviendas precarias y el hambre. En los últimos tiempos se han visibilizado muchas cosas, por ejemplo los abusos intrafamiliares, que es lo que nos permite que hoy estemos acá militando un feminismo que nos interpela como mujeres villeras. Es muy difícil entrar a un barrio y hablar de ciertos temas. Algunas mujeres son reticentes a discutir sobre el aborto porque la iglesia les inculcó que estaba mal y la iglesia funciona como contención frente a la pobreza, pero gracias a la difusión y el trabajo que venimos haciendo, muchas compañeras que antes no estaban de acuerdo ahora sí lo están”. “Nosotras nos sentimos muy interpeladas por la aparición de la ola verde. Fue de un momento para el otro, el país se revolucionó. Queríamos estar ahí y ser partícipes. Siendo criadas en ambientes muy patriarcales nos fue difícil entender que todas de alguna forma sufrimos abusos, ya sea acoso callejero, de una pareja, de un padre. Es muy machista lo que se vive dentro de una villa y todavía cuesta revisar algunas cosas aprendidas. Por eso hoy estoy acá con mis compañeras para que esto se amplíe mucho más”, dice y asegura que los derechos se conquistan en las calles y no atrás de una pantalla.

Foto: Cristina Sille

Las grandes movilizaciones feministas son espacios donde se visibilizan todas las vertientes del movimiento. Cuerpos, formas, colores y territorios diversos denotan que poco hay de homogéneo en los feminismos, en plural. Pero también son momentos donde queda en claro que no todos los colectivos tienen el mismo espacio ni implicancia y que, en ese sentido, es necesario que el feminismo nunca deje de ser un lugar incómodo donde cuestionarse a une misme.  Si bien hace cuatro años que el Día de la Mujer Trabajadora ha tomado forma de paro, muchas no tienen la posibilidad de parar. Macarena lo sabe y habla de las vecinas del barrio que no pudieron venir porque nadie les cuida a los pibes. También lo saben sus compañeras, que apenas unos metros adelante levantan un cartel escrito con fibrón negro que dice ‘somos las hijas de todas las empleadas domésticas que no dejaste venir’.  “Yo creo que si algunas mujeres villeras no se sienten parte del feminismo, es porque hay cuestiones donde no se nos incluye. El feminismo si no es popular no puede ser feminismo, porque las bases lo son todo”, explica.  Lleva una N mayúscula tatuada en el cuello y una flor en la cadera, la remera atada dejando la panza al aire y el celular enganchado en el short. El pañuelo verde alrededor de la cabeza le hace de vincha y cada vez que se ríe a los costados de los párpados se le forman arruguitas finísimas por donde se mete el glitter con el que decoró su cara. Cuando la columna de ATE la empuja, corriendo por entre la gente, no opone resistencia y se deja llevar por la corriente.

Foto: Cristina Sille

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El comedor «7 Esquinas» fue un mercado recuperado por sus trabajadores en el año 2002, luego de la crisis económica. Hoy, 20 personas se encargan de preparar el almuerzo y la merienda para las más de 250 que pasan por día. También funciona como centro cultural y refugio para algunas familias. Hace poco, desde La Cámpora comenzaron a realizar talleres de boxeo y kickboxing para acercar a los chicos y las chicas del barrio. «En los barrios la mayoría de las que trabajamos somos mujeres porque tenemos una necesidad básica que es salir adelante, sacar adelante a la familia, darles de comer. Entonces cuando te encontrás en una situación donde esas necesidades no están saldadas, te organizás. Mujeres organizadas dándole de comer a todo el barrio, en los espacios de consumo problemático, defendiendo a los pibes y pibas cuando viene la policía, para mi eso es feminismo».

Macarena sintió por primera vez la desigualdad de género a la hora de buscar trabajo, cuando sus amigos varones conseguían changas fácilmente y en su caso entraba en juego la manera de vestir y de presentarse. Ahora, con más camino recorrido, sabe que las inequidades se perpetúan en todos los ámbitos, como en la política, donde muchas veces los aplausos por el trabajo que realizan las mujeres y disidencias siguen siendo para los referentes varones.

Foto: Cristina Sille

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«No sé, nosotras somos nuevas en el feminismo», responde y ríe cómplice. Son las seis de la tarde y, mientras la multitud espera frente al Congreso Nacional, se filtra la incertidumbre sobre cuándo y quién leerá el comunicado. En el tiempo muerto Maca ve un video de la manifestación feminista chilena que el día anterior llenó la Plaza de la Dignidad -ex Plaza Italia-. Ella estuvo ahí en noviembre, apenas días después de que se levantara el toque de queda. Viajó con su mamá, quien incluso años después de exiliarse seguía indecisa de militar pero terminó haciéndolo en La Cámpora, con ella.

Foto: Cristina Sille

La llovizna se convierte en lluvia mientras las oradoras suben al escenario. Las pibas se paran, buscan refugio, llenan los gazebos e intentan entrar a las confiterías que, hostiles, cierran sus puertas. Maca se pone debajo de un puesto de diarios con una amiga pero el techo no la tapa del todo y la piel cobriza se le mancha de gotitas. Mira las vinchas con flores de plástico que ofrecen los vendedores ambulantes y dice que quiere una. En algún momento de la jornada también dijo que había tenido una historia jodida e instantáneamente se rió, como para diluir el asunto. La tarde ya no es tarde y Maca busca a sus compañeras con la mirada, ellas sostienen la bandera bajo los chapuzones intermitentes que escupe el cielo. En Congreso la multitud se amucha para escuchar el manifiesto del cuarto Paro Internacional Feminista. Una multitud heterogénea de mujeres, lesbianas, travestis, trans, gordas, migrantes, afros, ni binaries, marronas, trabajadoras estatales, desocupadas, víctimas de violencia de género, familiares de femicidios, adolescentes, viejas, madres y también villeras, las que están ahí y las que no pueden estar. Las nietas de las brujas villeras que no pudieron quemar, las que levantaron los barrios en los márgenes de una ciudad expulsiva, sectaria y clasista y reconstruyeron el país luego de la razzia económica del 2001. Las que salieron de sus casas a buscar trabajos aunque ya los tenían dentro, las que generaron redes durante el macrismo y sin duda fueron un pilar fundamental para que en estos cuatro años la crisis no tenga un estallido social violento. Las que no pueden ser ignoradas por el feminismo porque el feminismo se cuece en los barrios.  Maca lo sabe y por eso espera sin apuro, como si la lluvia no la incomodara, como si el viento no picara la piel, como si pudiera estar ahí infinitamente, conquistando derechos en las calles, agitándola junto con sus compañeras.

Foto: Cristina Sille
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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios