Nada cambia si nada cambia

En el contexto de la crisis sanitaria a nivel mundial por el coronavirus, empiezan a surgir algunos cuestionamientos al sistema capitalista que privilegia el dinero por sobre la vida humana. Julieta Gargiulo, responsable de la JP Evita CABA, reflexiona y escribe algunas líneas para invitarnos a pensar al respecto.

En el contexto de la crisis sanitaria a nivel mundial por el coronavirus, empiezan a surgir algunos cuestionamientos al sistema capitalista que privilegia la guita por sobre la vida humana. En paralelo, la economía sufre una gran caída por la necesidad de parar la actividad y aislarse para frenar el contagio de la pandemia.

Los Estados y las sociedades empiezan a tomar medidas solidarias y universales, para ayudar a sobrellevar la crisis, contrarias a la lógica del sálvese quien pueda capitalista. En ese sentido comienzan a sonar ideas y preguntas que ponen las problemáticas sociales sobre la mesa y empiezan a citar esa hermosa frase de Susy Shock: “No queremos ser más esta humanidad”. En medio de todo esto, un poco empujada por el silencio del encierro, me pregunto: ¿Qué humanidad sí queremos ser? Voy a intentar escribir algunas ideas, borradores, preguntas y repreguntas sobre esa humanidad que sí.

La fácil propagación del coronavirus nos hizo entender como sociedad que si el virus nos ataca a todos y todas por igual, entonces los cuidados también deben ser de todes y entre todes. Desde ahí, comenzamos a construir un cambio de paradigma. Ya no hay héroes solitarios, ejemplos de uno en un millón que triunfan en medio de la mierda porque se esfuerzan mucho, ni algunes que se salvan por la ley del más fuerte. Las soluciones se construyen entre todes, con el compromiso de cada uno y cada una, en comunidad. En esa construcción de la salida colectiva de la emergencia surgen o se visibilizan las experiencias de organización comunitaria. Desde quién se ofrece a hacer las compras de los adultos y las adultas mayores de su edificio, hasta los comedores y merenderos comunitarios que bancan -desde hace mucho- la parada de los barrios más humildes, donde si la gente no sale a laburar ese día no hay morfi en la mesa familiar.

¿Por qué en la emergencia se fortalecen estas experiencias de organización comunitaria? Porque funcionan, porque otro mundo es posible en comunidad. ¿Qué mundo? Un mundo movido por la solidaridad, un mundo que recupera el amor al prójimo, donde la comida no es una mercancía, donde nos ayudamos entre todos y todas y vivimos un mundo de iguales. Ese tiene que ser el mundo de la humanidad que sí.

Pero también tiene que ser -como dicen los zapatistas- un mundo donde quepan muchos mundos, que nos permita ser escritores de nuestro propio destino. También construir proyectos de vida movidos por el deseo, donde podamos ser quienes elegimos ser y no quienes nos dijeron que deberíamos ser o que seríamos por dónde nacimos.

¿Y cómo nace esa humanidad que sí? ¿Cómo muere esta humanidad que ya no queremos ser? Creo que esa respuesta puede empezar por replantearnos. ¿Cómo llegamos hasta acá? ¿Por qué recién en esta situación nos replanteamos tan abiertamente el sistema en el que vivimos hace siglos? Sería un buen comienzo dejar de llorar muertos y muertas.

Que llegar a una situación límite como la de una pandemia mundial con miles de muertes e infectades no sea lo que nos empuja a empezar a cuestionar que hay un sistema en donde algunos pocos y algunas pocas ganan mucha plata a costa de lo que sea. Nuestro límite no puede ser la locura de los Trump y los Bolsonaro, que no quieren parar la producción para no dejar de ganar dinero aún cuando eso pone en riesgo la salud y la vida de millones. Tampoco hace falta que tenga que estar en riesgo la vida de mi abuelita para que me ponga a pensar qué importante y necesario es que la salud pueda ser un derecho para todes. ¿Por qué no nos preocupó el colapso del sistema de salud hace apenas un tiempito cuando en “total normalidad” los y las pobres tenían que esperar 10 horas para sacar un turno en el hospital público?

¡Y ojo acá! Ojo que los demás también juegan. Así como nos preguntamos y construimos salidas hacia esa humanidad que sí, los Trump, los Bolsonaro y muchos más también piensan en salidas más capitalistas de esta crisis. El famoso te enferman para venderte la medicina. Capaz salimos de ésta con un nivel altísimo de fobia social, creyendo que el virus está en el otro o en la otra y que entonces debemos aislarnos lo más posible para estar bien de manera individual.

Hay que tener cuidado con esto. El capitalismo escribe destinos de antemano para todes: esclavos, muertos o presos. No hay sorpresas, aunque todo el tiempo nos venden esa publicidad engañosa de que con mucho esfuerzo se puede torcer ese destino predeterminado. Trabajamos toda la vida para pagar deudas y créditos, produciendo para que algunes engorden sus bolsillos. Quienes no cumplen, no sirven o ya no son necesarios para ese circuito el propio sistema los margina.

En fin, tenemos que ejercitar la empatía y dejar de jugar con los límites de un sistema que no tiene finales sorpresa. ¿Será solo el cagazo y cuando todo pase fingiremos amnesia? Ojalá que no, ojalá reforcemos estas ideas y preguntas que nos surgen frente a la emergencia. Ojalá empecemos a construir otras formas, otras comunidades y otros mundos donde nadie se salve solo y donde todos y todas podamos construir el futuro que soñamos de pibites mientras jugábamos a la pelota o en el recreo del colegio con nuestros amigos y nuestras amigas…

La humanidad que sí es algo que tenemos que construir cuando pase la emergencia. Porque nada cambia, si nada cambia.

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