«Para mí es mucho más importante la reparación que el castigo»

En su libro "Comer y Coger sin culpa. El placer es feminista", María del Mar Ramón relata en primera persona sus experiencias sobre amor, sexualidad y abuso. La activista colombiana habló por Instagram Live sobre punitivismo, sexting en cuarentena y el desafío de gustarse a una misma.

María del Mar Ramón nació en Bogotá, pero vive en Buenos Aires desde el año 2012. Es cofundadora de la organización no gubernamental Red de Mujeres, desde donde surgieron campañas como “Preguntame que me gusta”, “Fanáticas de los boliches” y “El whisky no tiene género”. También forma parte del colectivo colombiano «Las Viejas Verdes» y escribe artículos de opinión en Vice, Nómada, Volcánica, Página/12, Playboy y LATFEM. En 2019 editó su primer libro “Comer y coger sin culpa”, que ya es un éxito editorial. En una entrevista por IGLIVE con El Grito del Sur la activista colombiana habló sobre punitivismo, sexting en cuarentena y el desafío de gustarse a una misma.

¿Cuál crees que es la diferencia entre la sociedad colombiana y la argentina?

Colombia es un país que tiene muchas particularidades. La sociedad colombiana es mucho más clasista que la argentina, especialmente la sociedad bogotana. Creo que esto se puede explicar porque viene de una tradición neoliberal muy larga y porque es un país que no tiene un buen sistema de salud ni de educación pública. Las posibilidades de ascenso social se vuelven limitadas porque las universidades son muy caras y su acceso se reduce para la mayoría de la población a créditos completamente usureros, eso profundiza la brecha de clases y la división entre lo urbano y lo rural.

Creo que en la sociedad argentina hay una clase media mucho más extensa. En Colombia sólo la clase alta accede al ejercicio político, esto significa que para ocupar esos cargos antes hay que tener plata para pagar la educación.

Julieta Bugacoff para Revista Ruda

¿Eso afecta el espacio que pueden ocupar los feminismos?

Sí. Hasta el año pasado Colombia seguía siendo el tercer país más desigual del mundo y eso se nota mucho en los casos de violencia sexual. En mi país nunca se ha logrado ningún fenómeno de denuncia masiva, ni siquiera por redes -por más críticas que podemos tener al respecto- porque los varones ricos son intocables e inescrachables, además de dueños del poder. Nadie se quiere meter con ellos. Es un país con una tradición violenta, hay formas de violencia súper legitimadas y nosotras como feministas y opositoras políticas tenemos muchos más riesgos que acá. En Argentina, mal que bien, hay cosas que no pueden pasar, acá no puede pasar que la policía te mate en una protesta y no se pare el país. En Colombia, el gobierno asesinó el año pasado a Dilan Cruz en el centro de Bogotá con cámaras en todas partes y no fue posible generar el ruido que eso merece.

Cambiando de tema, vos escribiste una nota contando que habías encontrado a tu agresor sexual en Twitter y decidiste no denunciarlo. ¿Creés que hay una presión a que las mujeres denuncien, tanto legalmente como en redes?

Yo creo que cada denuncia tenemos que pensarla en su particularidad. A mi lo que me sucedió con este caso es que no me sentí satisfecha con las opciones disponibles, esa no es mi percepción de la justicia. Yo no lo quiero preso -no creo en la cárcel y me parece que son escasos los casos que la necesitan-, tampoco quiero que no pueda salir a la calle por un escrache en redes sociales. Yo lo que quiero es no volverlo a cruzar, que me pida disculpas y que nunca vuelva a hacerle a alguien lo que me hizo. En este momento los feminismos están pensando dos cosas que me interesan un montón: el amor y la justicia. En ese sentido, creo que hay que pensar una justicia feminista. Sin duda, hay un sentido común muy punitivista y no me parece que eso sea algo a juzgar, es la manera en que nos enseñaron a concebir la justicia: acción-delito-castigo. Pero nosotras nos tenemos que preguntar cuál va a ser nuestra propuesta de justicia feminista, para mí es mucho más importante la reparación que el castigo. El escrache, por más que sea completamente válido, es una medida punitivista y es necesario generar una herramienta para quienes no nos enmarcamos en esa idea de justicia.

En ese sentido me pregunto: ¿Nos sirve escrachar a las que años después entendimos que se había pasado por alto nuestro consentimiento o sólo nos va a exponer a nosotras mismas?

Creo que lo mejor ante cualquier denuncia tanto, institucional como a través de redes, es pensar lo que querés. En muchos casos eso que querés es no volverlo a ver. Pasa mucho en los casos de violencia física que las mujeres no quieren que su marido vaya preso, porque capaz les tiene que seguir pasando una cuota alimentaria, pero quieren que las deje en paz. En mi caso, entendiendo que tiene muchos grises en lo que es la agresión sexual, la exposición era demasiada. Volviendo a lo de las clases altas bogotanas, en Colombia esto no sería suficiente, nadie le quiere dejar de hablar a un varón rico y poderoso.

Julieta Bugacoff para Revista Ruda

¿Tuvo alguna repercusión cuando contaste el caso en tu libro?

En Colombia nadie me preguntó sobre ese capítulo, fue como fingir demencia. Mi hipótesis es que nos cuesta mucho más hablar de la violencia sexual sin esos lugares comunes de los malos victimarios -esos hombres salvajes y desconocidos que aparecen en la mitad de la calle- y la buena víctima -que sostiene el discurso de “me rompieron la vida”-. En Colombia el tema se pasó totalmente por alto, la gente sólo quería que hablara de la palabra paja, como si las mujeres no nos masturbáramos hace años.

Elegiste hablar en primera persona y contando muchas experiencias personales ¿Te dio miedo exponerte?

No. Lo que me daba miedo era el tratamiento de los medios hegemónicos en Colombia, que son muy tradicionales. Con mi familia también fue un proceso súper copado de sinceridad entre las dos partes. Lo que sí me daba miedo era pifiarla con el feminismo. Yo le pasé el libro a compañeras lesbianas porque es muy paki y no quería que fuera ofensivo ni heteronormado, sino al contrario. La recepción fue muy bonita.

Lo que sí no me animo a leer el libro en público, relatar mis experiencias fue un proceso difícil y prefiero tener un poco de distancia con eso.

Vos hablas un montón del sexting. ¿ Qué pasa con esta práctica en cuarentena?

Yo soy fanática de las nudes y el sexting desde cemento. Creo que el sexting es una muy buena práctica para el consentimiento. Me parece que tiene algo muy interesante y es que promueve el uso del lenguaje verbal para expresar lo que nos gusta. Para el consentimiento es fundamental poner en palabras lo que queremos, pero muchas veces el cara a cara a las mujeres no nos permite hacerlo, se ha sobreerotizado el silencio y no se erotiza la palabra. El sexting sirve para decir lo que no le podés decirle al otro sin ropa. Me parece que esta cuarentena va a generar un buen saldo si tomamos la costumbre de hablar.

¿Y respecto a las nudes?

En cuanto a las nudes, creo que está muy buena la erotización del propio cuerpo. Compartir la imagen de una misma es una buena posibilidad que las mujeres nunca tuvimos. La representación de los cuerpos eróticos siempre fueron flacos y hegemónicos. Las nudes sirven para revertir esa lógica, ser la pornografia de otros. Una aprende a erotizar la imagen propia y consideramos que de nosotras mismas nos calienta.

Julieta Bugacoff para Revista Ruda

Para terminar, vamos a hacer un ping pong de preguntas y respuestas sobre sexualidad:

¿Nudes o sexting? Sexting

 

¿Juguetes o disfraces? Juguetes

 

¿Filmarse con el otro o ver porno? Filmarse

 

¿Mandar o recibir nudes? Mandar

 

¿Garchar en autos o baños? Auto

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios