«Esta pandemia tiene muchos componentes de género»

Psicoanalista feminista y sanitarista, Débora Tajer trabaja en cómo adaptar la terapia al aislamiento durante la pandemia y recalca que "la violencia de género también es una epidemia y con el aislamiento se está recrudeciendo a nivel internacional".

Doctora en Psicología, psicoanalista y sanitarista, Débora Tajer es pionera en trabajar el psicoanálisis desde una perspectiva de género. A partir de su bagaje en el estudio de las masculinidades, el año pasado realizó diferentes charlas en colegios secundarios sobre el tema de los escraches y actualmente dicta un seminario online sobre cómo trabajar la clínica psicoanalítica y de género en forma virtual. En diálogo con El Grito del Sur, la psicóloga feminista habla de la terapia online y la agenda de cuidados durante la cuarentena.

¿Qué pasa con el psicoanálisis virtual por Skype o Zoom?

Las terapias que yo estoy haciendo se siguen sosteniendo. Claro que es diferente, pero por ser diferente no significa que sea peor. Esta modalidad ha permitido conservar los tratamientos en momentos muy complejos y también ha conseguido que personas de grupos de riesgos -como embarazadas o personas mayores- puedan estar contenidas, entendiendo que, incluso si se flexibiliza la cuarentena, ellos y ellas no podrían salir. Es un medio más por el cual se puede seguir adelante con la terapia, donde lo más importante es la transferencia. Lo que motoriza es el deseo de analizarse y el deseo de analizar. Pasan cosas diferentes: hay personas que, por no estar cuerpo a cuerpo, se animan a hablar de otros temas. Gente que antes hablaba del trabajo ahora habla más de sus vínculos, de lo cotidiano. Nos vamos adaptando a nuevos modos de sostener el dispositivo.

¿Cómo afecta psicológicamente el encierro a las personas? 

El encierro tiene efectos diferentes según el sujeto. A quienes les cuesta salir esto resulta más fácil, es decir, para ellos se aflojan los mensajes de exigencia porque las cosas que antes les costaba hacer, ahora no las tienen que hacer porque no se puede. Ahí hay un efecto secundario positivo. Los efectos que tiene también dependen de cómo te encontró esto: si vivís solo, si vivís con una pareja con la que querés estar, o con una con la que no querés estar. Estar todo el tiempo con gente con la que no te llevás del todo bien es complejo. Hay gente que no vivía junta y se fue a convivir para pasar la cuarentena, gente que vivía sola y se volvió con sus familias. También depende del lugar donde vivas. En ese sentido, hay que dividir dos aspectos: una cosa es el miedo al contagio y al estado de excepción que supone, el miedo a qué nos puede pasar o qué le puede pasar a alguien que queremos, la cancelación de muchos proyectos. Después está el tema de no poder circular, estar todo el tiempo en el mismo lugar. En los casos de violencia de género, esto también ha incrementado el riesgo.

¿Qué herramientas se pueden utilizar para paliar estas consecuencias?

Una de las estrategias que yo utilizo es trabajar en lo cotidiano, porque el ritmo de lo cotidiano organiza el psiquismo y éste es un momento muy desorganizado. Es muy importante hacer las comidas, realizar actividad física, ordenar el sueño. Es fundamental que la gente no se desconecte, que tenga conversaciones con sus seres queridos, que haga cosas diferentes todos los días, como por ejemplo respetar los fines de semana. Yo utilizo como metáfora que te tocó naufragar en una isla desierta con los que estás, entonces dependés del otro: tu vida depende del otro y no podés estar en confrontación. Yo hago muchas intervenciones en violencia de género, que aunque no lleguen a manifestaciones extremas, afectan. Hay muchos varones que, si algo les molesta, reaccionan mal y ahora trasladan ese mecanismo a sus casas. Yo los estoy bajando, los estoy confrontando con eso, en el sentido de registrar que alguien que quieren los está escuchando.

Hace muchos años que trabajás el psicoanálisis con una perspectiva feminista. ¿Cómo se encuentran ambas corrientes?

Es un trabajo que hice desde siempre. Si tuviera que explicarlo diría que es introducir la determinación política en las relaciones entre los géneros y en cómo se manifiestan los malestares psíquicos. El método es el mismo que utiliza todo psicoanalista, la diferencia es cómo se entiende la causación y la dirección del trabajo en relación con lo que las personas traen. Es más un marco de abordaje que un cambio de dispositivo.

Escribiste un texto sobre la pandemia, donde hablaste de la epidemiología feminista y la perspectiva de género en la salud. ¿Cómo serían estos conceptos?

Esto viene desde mi trabajo como sanitarista. En la Facultad de Psicología, aparte de ser profesora titular de la cátedra «Introducción a los Estudios de Género», soy profesora adjunta regular de la cátedra «Salud Pública y Salud Mental II», tengo una Maestría en Salud Pública y mi doctorado es sobre epidemiología crítica y social

Lo que yo digo en el texto es que esta pandemia tiene muchos componentes de género. El coronavirus vino a la Argentina a través de los aviones, es decir que también está el sesgo de clase. La diseminación del contagio internacional se puede seguir por las rutas aéreas. Si bien el promedio de los primeros contagiados caía sobre varones de 45 años, al seguir la epidemia se comenzaron a enfermar las mujeres porque son las que más trabajos de cuidados hacen, tanto como empleadas domésticas, como profesionales de la salud o las que cuidan en las casas. Por eso, ahora las mujeres son el grupo con más contagiados. Yo creo que fue una medida maravillosa que el Gobierno haya suspendido el empleo doméstico, porque no sólo evitó que las mujeres de sectores populares se contagien sino también que transporten la epidemia a sus barrios como pasó con la Gripe H1N1 conocida como gripe aviar en el 2009, donde los primeros que se contagiaron fueron chicos de clase media-alta y después las empleadas domésticas que los cuidaban.

También te referiste a los cuidados en la cuarentena y dijiste que los feminismos tienen que apropiarse de eso. ¿Por qué?

A lo que me refiero diciendo esto, es que justamente la estrategia que nuestro país decidió tener respecto a los cuidados fue muy acertada y esto tiene que ver con que pasó en un momento en que tenemos un gobierno que invierte en políticas de Estado, un ministro que sabe de salud pública y un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. Hubo dos estrategias que estuvieron teñidas de verde y violeta -porque el feminismo no es sólo política de Estado sino también participación del impacto de la sociedad civil-. Una es la que venía nombrando -del trabajo doméstico- y la otra es que, en las parejas donde hay dos personas con trabajo formal, se licencie a una para cuidar a los niños. Eso me parece fundamental porque, sino no hubiera habido conciencia de que alguien se tenía que quedar cuidando, no habría habido una consideración acerca de que no se podía seguir sosteniendo los cuidados vía lo mercantil y sin institución escolar.

Sí creo que hay un tema candente que son los femicidios, pensando también que la pandemia nos encontró con un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad que recién había asumido y sin presupuesto. Las políticas de violencia de género deberían ser interministeriales y no sólo de un sector, aunque ahora se están aplicando más medidas. Yo creo que la violencia de género también es una epidemia y con el aislamiento se está recrudeciendo a nivel internacional.

Desde una visión tecnocrática en salud, las epidemias son sólo de enfermedades, pero desde la salud colectiva lo que causa daño a la salud y muertes evitables, también son problemas de salud, y si hay aumento, se considera epidemia. La violencia de género es un determinante social de la salud de las mujeres y hay que trabajarlo en el mismo nivel que los otros problemas de salud.

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