La justicia del almuerzo

En el barrio de San Cristóbal, un grupo de migrantes senegaleses se organiza para paliar la pandemia de conjunto: sin acceso al IFE, realizan compras comunitarias y afrontan la cuarentena en pleno mes de Ramadán. Crónica de la solidaridad silenciosa de los que no aparecen en portada.

El día amanece lluvioso. Es lunes, son las 10 de la mañana, y no hay ni rastro del sol. En la puerta del Museo del Hambre, ubicado en el barrio de San Cristóbal, un grupo de senegaleses se reúne con el objetivo de llevar adelante una repartición de comida para los miembros de su comunidad. Al entrar al museo es difícil caminar, el piso está repleto de cientos de bolsones de verduras. Galay, que llegó de Senegal hace casi 4 años, explica que algunos de sus compatriotas pudieron acceder a una pequeña ayuda del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pero que, aún así “la plata no alcanza y los chicos tienen hambre”. El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), por otra parte, le fue negado al 95 por ciento de los senegaleses que lo solicitaron. Mientras ordenan los alimentos y esperan la llegada de un camión con arroz, fideos y aceite, los senegaleses bromean entre ellos en una mezcla de español y wolof, una de las lenguas más habladas del país africano.

«Estás más flaco», dice Badu.

«Es por Ramadán y la cuarentena», le responde Alfa mientras se ríe.

Foto: Federico Muiña

Para la cultura islámica, Ramadán es el noveno mes del calendario lunar y transcurre entre el 23 de abril y el 23 de mayo. Según el Corán, es el momento del año en el que los pecados son perdonados “como si estuvieran quemados“. Durante este período de tiempo, los musulmanes realizan un ritual de purificación que implica rezar varias veces al día, ayunar desde el amanecer hasta la puesta del sol, y la abstinencia de relaciones sexuales. Una vez que atardece, la gente se reúne en grupos para cenar de forma comunitaria, romper el ayuno -el Iftar– y luego ir a la mezquita. No es casualidad que, esta semana, la nota más leída en “Le Soleil”, uno de los principales diarios de Senegal, se titule: “Cinco formas de pasar Ramadán en cuarentena”. El Covid-19 supone la imposibilidad de juntarse y, por lo tanto, de celebrar el Iftar o de asistir a la mezquita.

No hay cifras exactas de la cantidad de inmigrantes senegaleses que viven en Argentina. Sin embargo, se calcula que sólo en los últimos veinte años ingresaron más de 10000, de los cuales el 90 por ciento lo hizo en categoría de refugiados. A diferencia de otros países africanos, en Senegal no hay una guerra civil ni un conflicto armado. El Conflicto de Casamanza, una guerra civil de baja intensidad librada al sur del país, se encuentra en un alto el fuego desde 2014. A pesar de eso, las tasas de desempleo superan el 50% y muchos hombres deciden emigrar para ayudar a sus familias, por lo general numerosas. Otros, deciden viajar porque es parte de su cultura.

Foto: Federico Muiña

Florencia Mazzadi es abogada, dirige la Asocación Civil ‘Cine Migrante’ y hasta 2009 trabajó en España brindando ayuda a los senegaleses que ingresaban a Europa: “Allá la problemática es distinta, porque tienen más incorporada la figura del inmigrante africano. Pero, a la vez, hay muchas más trabas para conseguir los documentos correspondientes que les permitan vivir en el país de forma legal”, explica, mientras sostiene un bolsón de verduras. Cuando volvió a Buenos Aires en 2010, se encontró con que la situación de los migrantes africanos era muy vulnerable: “Acá, obtener los papeles necesarios no es tan difícil. El verdadero problema es el trabajo precario y la violencia institucional producto de ello”, agrega.

A mediados de 2004, se sancionó en Argentina la Ley Migratoria 25871, la cual hace responsable al Estado de regularizar la situación de los migrantes y garantizar el acceso a la salud y educación. Según una encuesta realizada en 2019 por el Ministerio de Trabajo, uno de cada 12 trabajadorxs en Argentina es de origen migrante. Además, un 83% trabaja en condiciones de informalidad.

Mientras avanza el día y los senegaleses acomodan los bolsones, reciben una noticia desalentadora: el proveedor del arroz, los fideos y el aceite no podrá entregar el pedido. “No hay stock”, es la excusa. Después de deliberar un buen rato, toman una decisión: ir al Mercado Central en el camión que habían alquilado y conseguir por sus propios medios la mercadería que no les entregaron. Mustafá, un joven de 28 años que terminó de formarse como electricista el año pasado, es quien se ofrece a acompañar al conductor del flete.

Foto: Federico Muiña

En el tiempo que se tarda en ir y volver del Mercado Central, el resto de los senegaleses comienza a organizar los bolsones según los barrios: Flores, Once, Constitución, Liniers, Lanús, Morón. El ayuno parece no afectarlos cuando tienen que mover bolsas de tres, cuatro o hasta cinco kilos de verduras. Mientras esperan al camión, que lleva un rato de demora, algunos van al baño y se lavan para rezar. Es 4 de mayo, y van 12 días de Ramadán. En este mes, los musulmanes deben realizar entre tres y cinco rezos por día.

Después de unas horas, el camión regresa cargado. Son las 16.30, y quince minutos después los senegaleses ya han descargado más de 900 kilos de arroz, 900 kilos de fideos y varias cajas con botellas de aceite. Pero antes de seguir, es necesario romper el ayuno. Birán fue el encargado de ir a comprar pan, manteca y café. “Es importante volver a comer algo liviano, que no caiga mal. Por eso pan y manteca. El café es para calentarnos”, cuenta mientras unta los panes y los reparte entre sus compañeros. Aunque sea de forma improvisada, se nota la felicidad y el orgullo en los ojos de cada uno, porque pudieron organizarse, sortear un obstáculo difícil como lo es la cancelación de un proveedor y celebrar el Iftar de forma colectiva.

Foto: Federico Muiña

Con las últimas luces del día, Galay, Birán, Badu, Cheikh, Alfa y Mustafá, ayudados por otros compañeros de la comunidad, lograron cargar los camiones y llevar comida a quienes más lo necesitan. En su poema “El gran mantel”, Pablo Neruda realiza una reflexión muy interesante y por demás atinada sobre lo que es tener hambre:

“Tener hambre es como tenazas,

es como muerden los cangrejos,

quema, quema y no tiene fuego:

el hambre es un incendio frío”.

Y a pesar de que los migrantes senegales saben que tendrán que volver a repetir esta movida mientras dure la pandemia y la cuarentena, también están seguros de que, al menos por un tiempo, habrán podido cumplir con la justicia del almuerzo.

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