Arranquemos con una premisa que nos permita tener un piso de debate mas profundo. El capitalismo tal como lo conocemos nos afecta a todas y todos y a las mujeres en especial. El patriarcado violenta los derechos de las mujeres, sus libertades, decisiones y en todo ese entramado resuelve sus vidas y también sus muertes. Y por qué tal afirmación, porque cada 28 horas muere una mujer por su condición de género. El machismo mata, por eso estamos convencidas en organizarnos y no en obedecer.
El 8 de marzo se realizó el primer paro internacional de mujeres, se paró una forma de entender al mundo, y sí, el mundo paró – las mujeres demostraron que hicieron de lo imposible algo posible-. Gritaron bien fuerte su condición de sujeto, alejándose de las objetivaciones que el sistema instituye constantemente. El mundo tembló, y el machismo también. Vinimos a destituirlo.
Haciendo un poco de memoria
En un principio el 8 de marzo retrataba la muerte de ciento veintinueve mujeres en el incendio de una fábrica textil en los Estados Unidos. El marketing, fundamentalista de ocultar todo suceso histórico y transformarlo en una mera mercancía, hizo de nuestro día de lucha, un día festivo lleno de flores y bombones. Lo llenó de slogans no tan báratros –en su regla elemental de costo y beneficio, nos alejó de nuestras reivindicaciones-.
Pero algo cambió, y ese cambio drenó la urgencia de pensar y problematizar nuestra realidad, y como toda causa es efecto, en cada muerte, ni una menos.
Ni una menos.
Allá por el año 2015 apareció el “ni una menos”, expresión que traía a colación el poema de la mexicana Susana Chávez que alegaba ni una muerta más en la Ciudad Juárez -Chávez fue victima de femicidio en el año 2011-. Ocho mil kilómetros hacia abajo, en la Argentina, el contexto era similar, el patriarcado nos arrancaba en aquel momento cada treinta horas una mujer . La realidad es igual en todo el planeta y por eso es aplastante.
Ante la bronca y la inmensidad de lo aplastante, todo el movimiento de mujeres, lesbianas y bisexuales, travestis, personas trans y feminista se organizó y armó una movilización multitudinaria. Sorprendió al machismo de un golpe tan fuerte que quebró su maxilar en trescientos mil pedazos. Y sí, éramos muchas.
No se respondió con sumisión, las mujeres no se callaron, fueron contestarias y gritaron fuerte, bien fuerte. La realidad nos había desbordado, no se podía tapar más el sol con las manos. El caso de Chiara Pérez, la adolescente embarazada que fue enterrada en el patio trasero de una casa, por su actual pareja con la complicidad de su abuelo, indignó a todo el país. No era la única, Chiara se multiplicaba por miles.
Desde ese momento los medios aprendieron a la fuerza como caratular nuestras muertas. El paso de “violencia domestica y familiar” a “femicidios” obligó a entender al país que las mujeres no morían por problemas familiares o por discusiones. Morían porque un hombre creía tener en sus manos sus vidas –la vida en su conjunto, por eso también su muerte-.
En el 2016 la consigna fue la misma, pero esta vez al ni una menos se le agregaba “vivas nos queremos”. El caso de Lucía Pérez, la joven empalada en Mar del Plata generó bronca generalizada. Y sí, nos seguían matando. Esta vez, gritábamos con bronca, porque teníamos tantas mujeres empastadas en nuestra garganta que la saliva se puso espesa y blanca, transformándose en rabia colectiva. Lucía murió de una manera vil y cruel. Lucia éramos nosotras, todas, y cada una.
Paro del 8 de marzo
Después de dos años consecutivos de visibilizar la realidad de las mujeres cuantificada en cuerpos muertos y no vivos, la movilización siguió siendo un fenómeno resolutivo. Fue gigante, tan gigante como las anteriores. Si bien en el año 2016 existió el cese de actividades durante una hora por parte de las mujeres, esta vez fue más contundente. En una semana de lucha, en donde la CGT –de dirigencia gorda y repleta de testosterona- no anunciaba un paro general, la ancha columna de mujeres organizadas y espontaneas demarcó la diferencia. Sí se pudo y el paro lo hicieron las mujeres.
La plaza estaba repleta y la Avenida de Mayo desbordada, a lo ancho y a lo largo. Miles de mujeres, codo a codo demostraban que la solidaridad entre sus pares es su arma de estandarte. Por eso no nos doblegamos ante el intento de opacar nuestras reivindicaciones: la iglesia, los pro vida, los neonazis y los hijos pródigos del machismo no pudieron con nosotras. El repudio tiene y será colectivo. La represión y la detención desmedida de veinte mujeres por las fuerzas represivas del Estado son el revanchismo de un sector, de ese que nos quiere ver retroceder y doblegar. El miedo y la violencia son su modus operandi. Nuestra respuesta se diferencia por algo que ellos nunca tendrán : el sentimiento de solidaridad colectiva que es la causa de nuestra lucha “si nos tocan a 20, respondemos todas”.
El caso de las 6 mujeres que fueron detenidas cuando realizaban actividades previas a la movilización pareciera haber sido un síntoma de lo que después .Otra vez su modus operandi. Otra vez la policía y el Estado acompañando. Pero no podrán, no con este movimiento de mujeres que no pretende retroceder, ni un paso atrás.
Finalizando, por si no queda claro, el machismo mata.
Buscando un ejemplo duro e intentando armar una analogía – tosca- sobre qué es la violencia machista se podría decir con conocimiento por demás básicos, que el machismo se asemeja en parte al cáncer.
Si googleamos por intentet, lo primero que nos aparece en el buscador es que es una enfermedad que puede surgir en cualquier parte del cuerpo – el machismo se desenvuelve en todos los ámbitos de la vida, laborales, intrafamiliares, de pareja, en todos- . Comienza con células dañadas – fe de érratas en este aspecto, los hombres que ejercen machismo no están dañados, son sus hijos pródigos-. Ese conjunto de células forman el tumor y desde ahí la enfermedad se desarrolla. En casos extremos generan el deceso -cada célula es un acto micromachista y el conjunto de todos ellos puede desembocar en un acto mas violento. Un femicidio: una muerte-. En fin quizás no se asemejan tanto, quizás en nada, pero lo que sí está claro es que, cada acto que somete a la mujer es un acto violento y que el femicidio es el resultado trágico de todos ellos. ¿Se puede evitar? La respuesta es contundente: Sí. La violencia es cultural, por ende simbólica y física, un rotundo sí. Tan simbólica y a veces con dejes groseros, que en este preciso momento, mientras escribo en el Word, me aparece subrayada en rojo reiteradas veces, tantas como está escrita, la palabra “femicidio” .Es una palabra inexistente en el Microsoft Office Word 2007. Esperemos que sea por un problema de caducidad y no por un acto negacionista.
La respuesta no es otra que luchar juntas:
De lo que va del año hubieron 57 femicidios, y dependiendo qué día leas esta nota, el numero habrá incrementado- sí, es cruel-. A pesar de esta estadística escalofriante, el gobierno de Maurizio Macri decidió la quita de 67 millones de pesos del presupuesto del Consejo Nacional de las Mujeres destinado a afrontar los problemas causados por la violencia machista –y sí, es aún más cruel-. Que este sea un motivo más para unirnos como mujeres, codo a codo en las calles solidarizándonos, porque esa es nuestra arma, porque vivas y libres nos queremos.
Nuestros cuerpos son carne de lucha, para que se escuche, bien fuerte, que pretendemos avanzar, y que de este piso no retrocedemos mas,
VIVAS NOS QUEREMOS