Por Lucila De Ponti*
En la villa La Mandarina la extrañan, en la escuelita deportiva de barrio Fadu la esperan. En los barrios de Concepción y en la ciudad entera su ausencia estremece el paso de las horas. Micaela era una joven argentina que se había decidido a construir un país más justo con el esfuerzo de su participación y su compromiso. Y una vida así no pasa desapercibida.
Formaba parte de un proyecto político, de una organización, y era de esas pibas con una fuerza que todo lo empuja. Con una fuerza que la habilitó a vivir sin miedo y en libertad, con la voluntad de hacer realidad los sueños colectivos. Orgullosa de ser entrerriana, negra y mujer militante.
Su femicidio nos deja ante una ausencia estremecedora, la de un Estado que no tiene respuestas ni reacción frente a la violencia marchista que se multiplica. De instituciones que fallan por desidia o complicidad, desprotegiendo a cada mujer en el marco de una sociedad que aún no se ha decidido a cuidarnos.
Por esto también militaba Micaela, porque entendía que la política es una práctica transformadora que debe permitirnos construir acciones que empoderen a los postergados, a los desprotegidos. La Micaela militante, nuestra compañera, la impronta de su vida, es la que nos empuja a exigir que se haga justicia, pero sobre todo nos obliga a no abandonar nunca el desafío de construir ese mundo con el que ella soñó. Un mundo donde ella hubiese podido quedarse.
*Diputada Nacional del Movimiento Evita