Festejo con cautela

La Constituyente fue un triunfo táctico. Una jugada de ajedrez donde en el mismo movimiento se sale del jaque y se amenaza al rey. Apenas una batalla más en una partida que tiene ya 18 años y se llama chavismo.

Maduro dijo que el de ayer fue “el triunfo más importante” de la Revolución Bolivariana. Yo, en cambio, creo que fue una victoria decisiva pero defensiva. Un cabezazo del rival que se estrella en el palo, y que en el contragolpe termina en un tiro libre en la puerta del área enemiga. Con el partido empatado y de visitante.

 

La elección de este domingo seleccionó a los candidatos que comenzarán a sesionar en la Asamblea que redactará una nueva Constitución para Venezuela. Fue sin dudas un triunfo moral y político. Triunfo moral porque permitió al chavismo salir a las calles, medir su presencia y la correlación de fuerzas a nivel local, movilizar a la tropa y reventar de votos las urnas. Victoria política porque se retomó la inciativa tras una ofensiva fuertísima de la derecha, tanto a nivel económico (desabastecimiento, especulación, corridas cambiarias constantes, bloqueo financiero), como político (embestida internacional, desacato de la Asamblea Nacional, llamado a desconocer el gobierno de Maduro, nombramiento de jueces de un “Estado paralelo”), internacional (asedio fallido –gracias a los países del Caribe- en la OEA, intento de expulsión del Mercosur, sanciones de EE.UU.) y principalmente de violencia de calle (saqueos, quema y asesinato de chavistas, incendio de edificios públicos –entre ellos hospitales-, guarimbas eternas para bloquear acceso a poblaciones).

¿Y ahora qué? Hay un gran interrogante, como el que abren todos los procesos revolucionarios, que como tales, siguen la lógica de lo imprevisible. Pero para hundirse aún más en el proceso venezolano, desandemos un poco la situación que se vive en el país donde el dólar paralelo cuesta 7 mil bolívares, el pasaje en en subte apenas 4 (no cuatro mil, cuatro, porque el transporte es antes que nada, un derecho), un libro entre 500 y mil bolívares (diez centavos de dólar, igual que una entrada al teatro o a la cancha) y el litro de nafta es el más barato del mundo.

 

¿Por qué Constituyente?

Intentar esbozar una explicación a esta pregunta requeriría hacer un resumen extenso del chavismo, o en su defecto de los últimos dos siglos de historia en Venezuela. Diremos entonces que fue la salida política a la embestida opositora, cuando un número importante de sectores clamaba por una salida militar.

Es una Constituyente de consolidación. A diferencia de la Constitución redactada por Chávez en 1999, que buscaba reformar la arquitectura institucional del Estado, este proceso viene a asentar todo el aumulado político de casi dos décadas de conquistas. Es un blindaje del avance, y en base a la experiencia reciente de Brasil y Argentina, es también una lección de que las conquistas nacionales, populares y sociales deben quedar selladas en la Constitución, porque sino la derecha, con el minímo de legitimidad, las borra de un decreto y un plumazo.

La Constituyente tiene una serie de objetivos de fondo. Viene, en principio, a consolidar las misiones y grandes misiones. 1 millón 700 mil viviendas construidas y entregadas sin costo alguno a familias de bajos ingresos, un programa de atención de salud integral en los territorios más aislados como Barrio Adentro, cuyo objetivo primordial es la prevención y promoción de la salud en los barrios. Una potente instalación de la operación Milagro, que en coordinación con médicos cubanos diagnostica problemas oculares y entrega lentes de manera gratuita a todo aquel que los solicite. La misión Robinson, cuya finalidad consiste en eliminar el analfabetismo en jóvenes y adultos de todo el país, al que UNESCO declaró “libre de analfabetismo”, la Misión “Saber y trabajo”, la “Vuelta al campo”, entre otras importantes iniciativas.

A su vez, viene a poner sobre la mesa algunos de los problemas estructurales de Venezuela y a promover la búsqueda de soluciones a temas de fondo. Como eje fundamental, la posibilidad de pensar un sistema post petrolero para un país que se posee una “cultura rentística” que trasciende lo meramente económico e invade lo político y lo cultural (el ex ministro de Economía, Jorge Giordani, es buena fuente para entender este término en toda su extensión). Viene a poner sobre el tapete la necesidad del autoabastecimiento alimenticio y la producción, porque un pueblo soberano es un pueblo que, en principio, logra alimentar a su gente, y vaya si los escuálidos golpearon en el estómago del pueblo. La oposición dispone de empresas y supermercados (usureros fundamentales en la cadena de valor), esconde la comida, deja de producir y le quita el pan al pueblo (el pan, literal). Por último, la Constituyente viene a reformar el sistema judicial en un país asediado por la inseguridad, con un sistema penal copiado del alemán (según el abogado Luis Mora, “poco adaptado a la realidad latinoamericana”), y por sobre todo, una importante impunidad judicial tanto para delitos menores como para hechos graves (desde corrupción, hasta traición a la patria u homicidio).

¿Porque Victoria?

En principio porque los números no mienten: votaron más de 8 millones de personas, lo que representa un 42 por ciento el padrón. En país con votaciones no obligatorias, es una cantidad importantísima. Con ese mismo porcentaje se aprobó en España la Constitución de la Unión Europea. A su vez, la composición del voto también resulta interesante: si bien la derecha llamó a no participar e incluso a boicotear el proceso, un número considerable de opositores salió a votar en rechazo de la violencia que ha imperado como método político de la oposición. Al mismo tiempo un gran número de chavistas desencatados (otro sector importante en el electorado venezolano) se volcó a las urnas en una importante muestra de sentido del momento histórico. Ojo, no confundir con los autodenominados “chavistas críticos” (Marea Socialista) quienes desconocen la Constituyente y se plegaron de lleno y desde hace tiempo a la estrategia golpista de la derecha.

Fue victoria porque implica recuperar la Iniciativa que se había estancado tras la ofensiva opositora, y que en todo proceso resulta un facto fundamental. Fue una victoria del diálogo y de la democracia en un país donde la derecha realiza una consulta popular, incendia las mismas urnas que utiliza para votar (con toda la carga simbólica que tiene el hecho de quemar votos) y luego de hacer su “show” llama a desconocer la Asamblea Constituyente. En un momento en que la estrategia de la derecha consiste en desconocer la otredad, que busca proscribir todo aquello que sea negro de piel, rojo de alma, o que aparente chavismo. Su objetivo último es borrar y deslegitimar al chavismo como identidad política. Por eso lo de ayer, también fue victoria.

Fue victoria porque demostró que a la derecha, con la correlación de fuerzas interna no le alcanza. Por eso salen los gobiernos afines a desconocer la voluntad de 8 millones de venezolanos, por eso las sanciones, por eso el bombardeo mediático con la violencia en tapa y las elecciones en un recuadro de abajo a la izquierda, en letra 10 y tamaño de aviso clasificado. Es victoria porque pese a todo esto se impuso el diálogo.

 

Y ahora que?

La derecha va por el Estado paralelo, como en Libia, Siria y Ucrania. Por fortalecer una oposición desde afuera, militarizarla, dotarla de reconocimiento internacional y desestabilizar la economía. Basta preguntarse a quién le sirve la violencia para pensar la respuesta: el chavismo apuesta por la paz y la gobernabilidad. La derecha festeja con cada nuevo muerto.

El desafío es sacudir la estructura interna, crear nuevos liderazgos intermedios y estructurar la tan ansiada economía post petrolera. ¿Sencillo? No, pero nada es difícil para un pueblo consciente de sus derechos. La Constituyente es festejo pero festejo con cautela. Porque el pueblo demostró que Chávez vive, pero que está muy consciente que la lucha sigue. Y va para largo.

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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.