“Pido justicia por Daiana y por todas las mujeres del barrio”

La incansable lucha de Marta Tarqui logró que un femicidio silencioso, cometido contra su hija Daiana Colque hace un año en la villa 31 bis, no quedara en el olvido del miedo que impone el narco en los barrios, ni encerrado en la mudez mediática a la que son sometidos estos casos, ni tampoco -por ahora- impune entre los cercos machistas de la justicia. En diálogo con El Grito del Sur, Marta habló de la impotencia que genera la pérdida – “estos casos son comunes en el barrio”, dijo– y volvió a exigir justicia para Daiana. La sentencia contra el femicida, Hernán Báez, llegará a fin de año.

Es viernes en la villa 31. Marta Tarqui llega apurada y cuenta que se retrasó llevando a su hija menor al jardín. Se sienta y, antes que nada, saca la foto de Daiana y la apoya sobre la mesa. Sin muchos preámbulos cuenta la última vez que la vio: fue el día anterior a que la mataran.

Daiana era su segunda hija. Tenía diecinueve años y se había reinsertado a la escuela secundaria porque quería estudiar una carrera. Tenía carácter fuerte y contestatario, era morocha y sonriente, y disfrutaba de estar con su familia, especialmente con su hermanita.

Esa última vez juntas, mientras desayunaban, Marta volvió a notar varios moretones en las piernas de su hija. Daiana dijo que eran resultado de la caída por una de las escaleras de caracol características de la Villa 31 bis, que van conectando las arquitecturas encimadas entre sí. Aunque no le creyó, Marta evitó insistir. Sabía que las cosas no iban bien desde que su hija convivía con su pareja, Hernán Báez. Las visitas a la casa materna se habían vuelto más espaciadas y la notaba cabizbaja y distraída.

Hernán Báez tenía 36 años, era de nacionalidad paraguaya y en la Villa 31 lo conocían como el “crespo” o “esqueleto” por su cuerpo enflaquecido en base al consumo de paco. Había caído preso en varias ocasiones, la última de ellas a mediados del 2016 por posesión de armas. Marta no confiaba en él, veía en Báez un hombre violento, criado en una cultura machista y forjado por las dificultades que conlleva la extrema pobreza. Aunque no llevaban tanto tiempo saliendo, Daiana fue en varias ocasiones a visitarlo durante su estadía en la cárcel de Devoto. “Ella lo visitaba aun cuando toda su familia lo dejó de lado”, cuenta.

A fines de julio del 2016 Báez recuperó su libertad luego de pagar una fianza. A la semana ya estaba mudado a la pieza que alquilaba Daiana, donde se produjo el crimen.

Foto: Rocío Tursi

La madrugada del 29 de septiembre sonó el teléfono en la casa de Marta. Escuchó del otro lado de la línea la voz de la dueña de la pensión donde vivían Daiana y el “Crespo”. Había encontrado el cuerpo de su hija tendido en el suelo, con al menos 14 puñaladas. Antes, según dijo, los había escuchado discutir. Báez consumía y vendía de paco en la Villa. Esta sustancia, asociada a las clases bajas es parte de una realidad que segrega y estigmatiza. En un país donde se consumen 400.000 dosis de paco por día y es la tercera droga más utilizada en la ciudad de Buenos Aires, su fabricación y comercio solo aceita el círculo vicioso de desigualdad. Pocxs logran escapar del circuito consumo-marginación. “Yo sólo pido que haya justicia para que estas cosas no vuelvan a pasar en el barrio”, exige Marta.

La foto de Daiana que Marta lleva a todos lados. Foto: Rocio Tursi
Foto: Rocío Tursi

El 19 de octubre del 2016 se realizó el primer paro nacional de mujeres, una medida única en la cual el feminismo materializó su importancia en nuestro país. Había pasado menos de un mes desde la muerte de Daiana Colque, y Marta marchó ese día rodeada de cientos de mujeres. El simple hecho de estar juntas las aliviaba. Paradójicamente, ese día Hernán Báez cayó detenido en la localidad Bonaerense de “El Jagüel”, esta vez por venta de drogas. “Fue una alegría inmensa”, recuerda Marta.

Desde que sucedió el crimen de Daiana, Marta estuvo acompañada por la comunidad educativa del jardín de su hija menor, y la organización “Lxs invisibles”, quienes la ayudaron en el proceso de búsqueda de justicia.  Junto a ellxs viajó al último Encuentro Nacional de Mujeres en la ciudad de Resistencia, Chaco. “Fue fundamental poder compartir la experiencia y  formar una red colectiva de ayuda. Aun me escriben chicas desde Mendoza y Ushuaia”

Los lazos de sororidad y contención le permitieron a Marta tomar valor para las siguientes instancias: tres semanas luego del Encuentro Nacional de Mujeres, Marta debía declarar en el juicio oral por la causa del asesinato de su hija.

Al principio no sabía si declarar, tenía miedo de escuchar los demás testimonios, de que eso me devastara, sin embargo supe que mi aporte era fundamental para que se haga justicia y se siente precedente en otros casos”, dice Marta. “Yo quiero verlo presos, que estos tipos no vuelvan a caminar por el barrio. Acá en la villa son muchas pibas que terminan cayendo de una manera u otra. Enfrente de casa veo a las chicas embarazadas, prostituyéndose para comprar paco. No quiero que mis hijas y mis nietas crezca en este contexto, explica.

Foto: Rocío Tursi

Ni  los medios de comunicación hegemónicos ni la justicia han difundido el caso. Esta indiferencia suele repetirse en los casos de las mujeres más vulnerables que si logran arrancarle algunos minutos al raiting televisivo quedan cristalizadas en la figura de la mala víctima, la figura marginal, sin destino que no estudia, ni trabaja.

Al terminar la entrevista la sentencia se iba a realizar el martes 7 de noviembre. Sin embargo, al cierre de esta edición ya fue postergada en dos ocasiones. La sentencia estará para fin de año, la querella pide prisión perpetua para el acusado, aún no se sabe el resultado de las pericias de ADN sobre la escena del crimen. Para Marta todo quedará detenido en un silencio tenso hasta la justicia hable.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios