Se alzan mujeres poderosas

La "Casa de la Mujer" es el espacio de géneros de la organización La Poderosa en Villa 31. Diariamente concurren unas 70 mujeres que se juntan a hacerle frente a las carencias de infraestructura y al sistema machista. En la casa funcionan desde talleres recreativos hasta espacios de producción para que las vecinas puedan tener un sustento económico. Johana Ibarra, una de sus coordinadoras, cuenta cómo es construir feminismo villero entre la violencia y el abandono.

La Villa 31 es el carozo arrugado del durazno sangrante (pero jugoso) que es la ciudad de Buenos Aires. Zona de hoteles paquetones y avenidas anchas, los que transitan Retiro -apurados de papeles o gustosos de arquitectura- no se adentran más allá de la estación.

Más allá de la estación está la feria y la villa. La feria vendría a ser como la puerta del placard de Narnia.  Allí, montañas de amontonamientos -con objetos comerciables que van desde jabón líquido hasta zapatillas- se mezclan con el olor a cebolla frita y Paty, entre tarros multicolores de ensalada de frutas y cuadrados mullidos de sopa paraguaya -que nada tiene de sopa y mucho de queso y maíz-.

La Villa 31 es la más antigua de la Capital Federal. Según Diego Fernández, secretario de Integración Urbana y Social de la Ciudad de Buenos Aires, en los últimos censos se registró una población de aproximadamente 38 mil personas -las organizaciones señalan es el número llega tranquilamente a 60 mil-.  La villa tiene otra idiosincrasia, otros códigos, otra movida, otro sustrato. Se expande a lo largo y a lo ancho, y, con el tiempo y la necesidad, se dilata absorbiendo todo caserío que quede relegado del microcentro.

La Villa 31 se posicionó como una de las preocupaciones principales del gobierno macrista, que se propuso realizar las obras de re-urbanización. Según publicó el diario La Nación: “La urbanización contempla la pavimentación de las calles; el tendido de redes de agua potable, cloacas y desagües pluviales; la colocación de luminaria y el cableado de servicios; también, la mudanza del Ministerio de Educación porteño al barrio. El proyecto, que estará listo en 2019, tendrá una inversión estimada en $ 6000 millones.”

Foto: Emergentes

Entre obras a medio hacer, relocalizaciones forzadas y la intención de modificar el trazado de la autopista Illia para colocar un espacio verde, hace dos años que los habitantes de villa 31 lidian con un plan de urbanización que no contempla sus necesidades. Los enviados del gobierno, que se reúnen con los vecinos en asamblea, no dan respuestas y los albañiles que viven en la zona hicieron el test pre ocupacional hace tres meses y aún no son empleados.

Actualmente ambas entradas al barrio están en obras para su pavimentación. Esto implica la imposibilidad de acceso de ambulancias y camiones de bomberos. Al mismo tiempo, el trabajo con maquinaria pesada expone a la población al perjuicio de sus propias casas, que de por sí cuentan con servicios básicos limitados. Mientras tanto, en todo el barrio hay un solo CESAC (Centro de Salud Comunitario) que da diez turnos médicos al día.

Johana y Valeria son parte de la organización “La Garganta Poderosa”, que tiene más de 57 asambleas en Argentina, y otras tantas en Latinoamérica, y juntas coordinan “La Casa de la Mujer” de la Villa 31. Este espacio se inauguró el 3 de marzo pasado y busca trabajar la perspectiva de género en el territorio. La falta de espacios educativos, de políticas públicas e incluso la mirada por momento oblicua del mismo movimiento feminista -que parecen caer en el vicio de la teoría y los claustros universitarios-, plantean un escenario complejo.

La Casa de la Mujer recibe un grupo de aproximadamente 70 mujeres que participan en diferentes talleres. El proyecto trabaja varios ejes en relación a las mujeres del barrio:  salud, trabajo, educación, recreación, derechos humanos y diversidad. También funcionan talleres de crochet, tejido, marroquinería, zumba, yoga, reggaeton y más.

“Luego de la apertura no dimos cuenta de que era una demanda real del barrio. No hay una estructura. Acá si querías hacer una denuncia de violencia de género te mandaban al Centro Integral de la Mujer que queda afuera del barrio. Pero no es tan fácil salir, hay que contemplar desde cargar la Sube y dejar a los chicos con otra persona, hasta que una compañera en situación de violencia probablemente está siendo controlada por su pareja. Es diferente si la ayuda está dentro del barrio: ahí puede salir a comprar, hablar con una vecina, una compañera, contarle algo”, comentan desde la organización.

Johana Ybarrola habla del doble estigma de ser mujeres y pobres. De tener que enfrentarse a la violencia de los hombres con los que conviven y del Estado machista que las posterga. Frente a esto, ellas construyen un feminismo villero: el de parar la olla, el de hacer malabares con una economía maltrecha, el de lidiar con las frustraciones de maridos que no llegan a fin de mes y vuelven a los comedores comunitarios.

“Nuestros femicidios no salen en los medios. Vas a hacer una denuncia y el comisario te dice: “Si igual usted va a volver con su marido” y no te toman la denuncia. Encima, si tu marido se entera, a la vuelta te caga a palos. A veces no te podés salir del círculo de violencia porque no tenés el sustento económico para dejar la casa, pero tampoco es fácil conseguir un ingreso. El sistema te discrimina, tenés que cambiar tu dirección para conseguir laburo y si no, piensan que como sos mujer y pobre lo único que podés hacer son laburos de limpieza o de cuidado, que precisamente son los peor pagos”

“La Casa llegó para que dejemos de naturalizar estas situaciones. Hay un estereotipo del negro villero y pobre que es muy difícil de romper. Existe ese discurso de “me toco ser pobre, me tocó vivir en una villa, no tener luz, no tener agua porque es así y por que dios lo quizo así”. Pero en verdad alguien quiere que tengamos esos lugares”, remarcan las referentes.

Foto: Infonews

Johana también cuenta de la dificultad para acceder al sistema de salud. El único lugar donde se proveen anticonceptivos en la Villa 31 es el Cesac, y ninguno de los profesionales que atienden están formados en perspectiva de género. “Te dan una pastilla o te inyectan y a veces te cambian la pastilla cada mes. No es como a las chicas que van a un médico particular y les hacen un análisis de cuáles son las mejores para su cuerpo. Por otro lado, hay maridos que no las dejan tomar anticonceptivos a las mujeres porque creen que van a engañarlos. Tampoco tenemos test de embarazo, se los demandamos a los Cesac y estamos viendo de articular para conseguirlos, pero son productos caros.”

En el marco de la votación por la media sanción de la ley de interrupción legal del embarazo, “La Casa de la Mujer” realizó mesas de debate sobre el tema. “Fue un paso fundamental. Nosotras no discutimos aborto en el barrio. No porque no sucediera, sino porque no se hablaba. A nosotras nos criaron pensando que nos tenía que dar verguenza abortar, que como sos mujer, tenés que ser madre. Por eso supimos que esta discusión no nos puede pasar por al lado, son las pibas de nuestros barrios las que se nos mueren.”

Las compañeras de “La Casa de la Mujer” se preparan para el 8 de agosto. Piensan ir a acompañar al Congreso, aunque todavía no decidieron si todas llevarán el pañuelo verde. Saben que tienen que estar ahí porque la lucha por la ampliación de derechos las convoca y las atraviesa en primera persona. “Es nuestra realidad, sino, nos estamos mintiendo en la cara. Somos nosotras también desde los barrios las que tenemos que dar la lucha.”

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