Eso que llaman amor es trabajo no pago

En el marco del día del trabajador y la trabajadora, El Grito del Sur reunió a tres mujeres del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) para hablar del trabajo, la organización popular y el feminismo que se gesta desde los barrios.

La sede central de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) está situada en el corazón del barrio de Constitución. Allí, en octubre del año 2018, la feminista italiana Silvia Federici habló para cientos de mujeres, lesbianas travestis y trans sobre la relación entre el capitalismo y el trabajo doméstico.

“El Estado no está afuera, está en la cocina, en la cama, estructura nuestra vida con prohibiciones, con gestión de los recursos. (…) Lo que se ha llamado vida privada ha sido muy público, controlado por el Estado porque la familia, la casa es en realidad un lugar de producción (…). El salario no es sólo una medida económica, es también una medida política para estructurar la sociedad y para crear jerarquía entre los asalariados (…) A través del salario el Estado da al varón el control sobre nuestro trabajo”. Éstas son algunas de las frases que ilustran el pensamiento de Federici

En el mismo patio donde la teórica italiana fue ovacionada cual rockstart, me esperan mis entrevistadas. Ellas hablan del trabajo informal, de las tareas domésticas, de la falta de reconocimiento del Estado, de las jornadas laborales eternas y los descansos inexistentes, pero no desde la teoría sino desde la experiencia. Entre manos cansadas y pieles curtidas, cuentan cómo es atravesar la desigualdad y explican que el feminismo les permitió generar tramas de cooperativismo.

 

De izquierda a derecha: Ángela, Janet y Paola.     Fotos: Rocio Tursi

Janet es parte del MTE Rural de La Plata y trabaja produciendo verdura en el cinturón hortícola que abarca desde Arana, Los Hornos, hasta Florencio Varela. Ángela es parte de la cooperativa textil del MTE en Mataderos, forma parte de la colectividad boliviana y tiene una hija de 4 y un hijo de 8. Paola es cartonera de base y delegada de niñez de la cooperativa “Amanecer de los cartoneros”. Dice que si le sacan su chaleco se siente desnuda. En cada dorso del chaleco tiene estampado el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo y el logo del MTE. Las tres responden la entrevista a la vez, pero también se escuchan entre sí, ríen y conspiran.

¿Cómo se acercaron a la organización?

Ángela: Nosotros trabajábamos dentro de nuestras casas en talleres familiares, hasta que empezaron a clausurarlos. Mi casa fue una de las primeras en ser clausurada y, aunque vinieron arquitectos e ingenieros, era imposible habilitarla. Entonces nos juntamos varias familias de la colectividad boliviana para buscar una solución. Con la ayuda del MTE pudimos alquilar galpones habilitados y en condiciones como para funcionar como cooperativas. Ahora hay más de 10 cooperativas textiles en Capital Federal, donde las familias vienen a hacer su propia mercadería, cada una con su mesa directiva común, además de guarderías para nuestros hijos. En casa trabajábamos con los niños y eso trae consecuencias: ahora mi hijo tiene alergia, pero uno no ve eso, sino la necesidad.

Paola: Empecé a trabajar con mi hijo en la calle, y uno de mis primeros reclamos fue tener una guardería. A través de la organización logramos conseguirla, ahora tenemos convenios con el Gobierno y en nuestros espacios hay educadoras que ellos mandan y militantes. La obra social también fue un reclamo fundamental al comienzo y lo logramos.

Janet: En mi caso empecé a organizarme porque en el ámbito rural la economía es muy dura. Partimos de la base de que el trabajo de la quinta no está visibilizado en sí, no es reconocido, la gente consume las verduras pero no piensa en cómo se producen y menos aún que nos da muy poco margen de ganancias.  En el caso de la mujer es peor, porque al ser economía familiar no tiene sueldo propio, lo cual la vuelve más dependiente. Las mujeres campesinas trabajamos doble jornada, pero socialmente -cuando se habla de trabajo agrícola- se piensa más en el varón. Respecto a lo que cuentan las compañeras, nosotras no tenemos guarderías, a nuestros hijos los llevamos a la quinta o se quedan solos mientras los padres trabajan. El año pasado hubo dos accidentes donde los niños fallecieron porque se quemó la casilla.

Janet: «Yo trabajo en quintas desde muy chica ayudando a mis papás que vinieron de Bolivia, cuando vos te crías en una quinta no conocés más allá de lo que pasa en una quinta».
Fotos: Rocío Tursi

¿Ven diferencias con sus compañeros varones en sus trabajos?

Paola: Para mi es algo personal y tiene que ver con cómo cada uno quiere relacionarse.  La mujer es como una lombriz que se va metiendo y va haciendo su caminito para subsistir porque la naturaleza de la mujer es esa.  Yo manejo 4 camiones, aprendí a relacionarme con todo el mundo, no me creo tan débil, no me creo susceptible al sistema de trabajo.

Ángela: En la costura hay mucho de eso, por ser mujer ya no podés cobrar lo mismo que el varón, aunque la máquina y el tiempo es el mismo. Trabajamos las mismas horas, pero encima al salir tenemos que ocuparnos de los niños, la ropa, la comida.

Janet: En el área rural la mujer marca y toma la iniciativa para salir a trabajar en conjunto, somos las que siempre ponemos ánimos, pero el hombre maneja las máquinas. En mi familia nuestras abuelas y nuestras madres nos inculcaron que había que atender a nuestros maridos para no tener problemas, cuesta mucho romper esta cultura.

¿Para qué sirven las actividades de género de la organización?

Janet: En las quintas es muy difícil llegar a hacer lazos con los vecinos porque el más cercano está a cinco cuadras. Esto, en los casos de violencia de género, dificulta lograr la contención que te pueda ayudar a salir, hay personas que no tienen familiares porque son migrantes y no tienen a donde recurrir. Las rondas de mujeres se hicieron para generar redes. Igual cuesta que las mujeres se comprometan a ir; siempre estamos las mismas, ya sea porque son alejadas las casas, porque tienen que venir con sus niños o porque los esposos no las dejan.

Paola: Las compañeras cartoneras tienen mucha solidaridad entre ellas porque tuvieron que salir a trabajar con toda la familia a la calle. Si el tipo no quería salían a laburar ellas, y si había que quedarse a dormir en la calle lo hacían. En nuestro caso las actividades sirvieron para conectar entre las compañeras, dar herramientas para que las mujeres puedan hablar. Igual depende de cada una, hay mujeres que vienen  de familias más patriarcales y romper ese esquema para poder defenderse cuesta mucho. Es difícil que las compañeras se quieran.

Ángela: «Lo que nos pagan por prenda es muy poco. Trabajamos de 8 a 8, la materia prima la ponemos nosotros y ahora el dólar subió el 100% y el fabricante no te quiere aumentar, dicen que nos esclavizamos pero lo hacemos porque sino no llegamos a pagar el alquiler».
Fotos: Rocío Tursi

¿Qué sintieron cuando empezaron a darse cuenta de las desigualdades de género?

Janet: Bronca, porque te criaste en un ambiente donde la mujer siempre fue sumisa; antes de tener charlas de género no veía la diferencia y lo veía natural. Pero también como madres lo seguíamos enseñando, yo cuando tenía a mi hijo no dejaba que juegue con muñecas hasta que empecé a plantearme por qué, pero el cambio cuesta muchísimo y después vienen las consecuencias: muchas veces a los varones no les gusta que cuestionemos y hay que ser constantes.

Ángela: Yo fui al Encuentro de Mujeres en Chubut. Antes de eso lo naturalizaba todo, pensaba que todas las cosas de la casa las tenia que hacer yo y al varón ni le decía, pero hoy en día en mi casa no es así. Lo hablé mucho con mi pareja y también para demostrarle algo diferente a mis hijos.

Paola: «El Estado está muy ausente, nosotras somos parte de la economía popular y nos tuvimos que meter en trabajo, ser jefas de familias. No es justo, porque vos te ponés a pensar: ¿Por qué yo tengo que tener un comedor si tendría que tener una escuela? ¿Por qué yo tengo que tener un centro de rehabilitación si tengo un Estado que tiene que tener una contención para el pibe que llega a la droga?»
Fotos: Rocío Tursi

¿En la organización también encontrás diferencias de género?

Janet: En la organización me costaba mucho hablar. Me ponía roja y recién cuando fui delegada comencé a desenvolverme más. Las mujeres rurales -entre el trabajo de la quinta y de la casa- dejan de tener tiempo para participar y esos espacios los toman los hombres. Para ir a una reunión tenés que dejar todo preparado: la comida hecha, la ropa lavada, por eso a las mujeres les cuesta mucho más llegar a un micrófono o a un cargo.

Ángela: En las reuniones de la cooperativa las mujeres son más calladitas, yo soy la que más hablo. El 8 de marzo hicimos una lista de tareas que llevamos a cabo tanto en la cooperativa como en el hogar y empezamos a escribir cuánto dinero significaba y cuánto tiempo requerían, ahí comenzamos a tener conciencia. Cuando les preguntamos a las compañeras por qué no se veían siendo delegadas, por ahí decían que estamos cansadas o que no tenemos tiempo. Entonces termina tomando el cargo un varón y son todas mujeres atrás.

Por último, ¿qué es el trabajo para ustedes?

Janet: Es una necesidad, una posibilidad de darles educación a tus hijos y brindarles un futuro mejor.

Paola: Trabajo desde los 4 años y hoy tengo 45, ¿Qué querés que te diga? Para mí es reivindicativo, es parte de lo que le transmitís al otro. Si no transmitís trabajo no transmitís nada. Todo es trabajo: desde levantar una cuchara en tu casa hasta ir a una marcha a exigir un derecho.

Ángela: Es una necesidad, porque trabajar más de 10 horas adelante de una máquina es por necesidad, pero también para que tus hijos tengan un futuro mejor.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios