Transfeminismos antipunitivistas: qué tenemos y qué nos falta

El miércoles 26 de junio se organizó en el Centro Cultural de la Cooperación la mesa “Feminismos antipunitivistas”. El objetivo fue abordar una discusión actual sobre nuestros movimientos, poniendo bajo la lupa aquellas prácticas que, voluntaria o involuntariamente, derivan en demandas punitivas. La mesa, moderada por Luciana Mignoli, estuvo compuesta por Ileana Arduino, Eleonor Faur, Ariell Fernanda Carolina Luján, Dora Barrancos y Alba Rueda.

“¿Qué las trae por acá?” fue la pregunta disparadora que realizó Mignoli e inauguró más de dos horas de exposición. Un collage de perspectivas -una abogada, una socióloga, una historiadora, una activista trans y una estudiante de comunicación y activista en el universo de los escraches- compusieron la imagen de una temática que compete hoy a los transfeminismos: la pregunta sobre el punitivismo.

En su libro “Responsabilidades limitadas”, la jurista italiana Tamar Pitch se preguntó acerca de este conflicto: “es de gran interés preguntar cómo y por qué las luchas de los actores colectivos organizados en torno a temas complejos, como la liberación de la mujer (…), conducen algunas veces -sin dudas en interacción con otros grupos de actores y sus demandas- a demandas de criminalización”. Sin duda, es una interpelación constante dentro del debate sobre los escraches feministas el repensar las formas de construcción que derivan en gestos punitivos. Aparecen entonces algunas preguntas iniciales que fueron también las que condujeron el debate.

El decir y el cómo decir

«Veníamos apretando los dientes y aguantando el silencio», enfatizó Ileana Arduino, haciendo hincapié en no perder de vista el sentido de ruptura de silencios que implican los escraches en su re-emergencia. «La impugnación de punitivismo debe ser puesta en sospecha. Cuando alzamos la voz aparece la preocupación». Es que, como se evidenció en la discusión del panel, la idea de descartar al método es una discusión infértil: los escraches feministas existen, el método fue tomado y replicado en distintas dimensiones sociales -«crecen como una bola de nieve”, según ilustró Eleonor Faur-. Sin embargo, su problematización es urgente para pensar futuros que aseguren las condiciones en las que el decir en sí mismo no provoque revictimizaciones ni refuerce traumas y frustraciones.

Los escraches feministas polemizan el orden de las categorías de victimización, en las formas de enunciación en el espacio público y en la reivindicación del testimonio sobre las experiencias. ¿Es esto suficiente para pensar nuevos horizontes discursivos en los que las discusiones que plantearon los escraches feministas estén saldadas, y se construya sobre aquella base una forma concreta de erradicar la violencia por fuera de la solución penal? Y sobre esta pregunta: ¿existirá aquella forma por fuera de la erradicación de quien ejerce la violencia, el varón violento, sin que esto suponga una eliminación de aquel sujeto tal como se percibe a la pena con cárcel?

La voz cantante

“Nuestra venganza es nuestra autonomía”, reza la remera de Ariell Fernanda Carolina Luján. La joven es una referente en la materia por haber editado el WordPress “Ya no nos callamos más” por más de dos años y haber difundido y militado al escrache como método para la prevención y futura erradicación de violencias: en sus palabras, la erradicación definitiva del mundo macho. Comenzó su disertación preguntándose cómo generar empatía. “Por fuera de la falsa sororidad, por fuera del yo te creo hermana”. Es que el fomentar las enunciaciones en contra de los abusos y las redes de complicidades que los contienen no fue gratuito. Tres años después su aparición pública por haber denunciado a Cristian Aldana por abuso sexual sostenido a lo largo de seis años, Ariell carga con once judicializaciones en total por haber hablado -seis de Aldana y cuatro de Diego Boris, director del Instituto Nacional de la Música-.

El planteo de Ariell abrió nuevas dimensiones para cuestionar el aspecto punitivo de los escraches. Por un lado planteó que el escrache como método apunta al macho, “es decir: ni las mujeres, ni las disidencias, ni les menores de edad”, demarcó. En un segundo aspecto, apareció en su discurso un nuevo gesto: el habla en plural. Una de las críticas políticas a los escraches feministas fue siempre su condición individualizadora de la víctima: la diferencia fundamental con los escraches de H.I.J.O.S., que siempre se articularon de una forma colectiva por concebir a los victimarios como victimarios de todos, independientemente de a qué familias en particular habían afectado. En las violencias sexuales la denuncia está más personalizada. Los escraches feministas aparecieron, durante los primeros años, como enunciaciones individuales contenidas en un universo de enunciados colectivo, el feminista.

Sin embargo, Ariell se manifestó esta vez desde un “nosotres”: les que vivieron situaciones de abusos, violencias, se organizaron, hablaron, respondieron, se reinventan. Les que se encuentran para compartir y crear nuevas estrategias frente a un mundo patriarcal que continúa revictimizándoles. “Es escrache es palabra y la acción en conjunto. Por eso no nos lo pueden sacar”, definió. “Nosotres sabemos que el mundo que necesitamos es igual de legítimo que el mundo que existe. Por eso nuestra certeza, y también por eso nuestra valentía”, concluyó.

Instituciones alternativas

Como enfatizó Ileana Arduino en su exposición y repuso Eleonor Faur, la tensión sobre a quién y qué se demanda cobra mayor contorno cuando se observa que los espacios institucionales que deberían contener no están a la altura de las circunstancias. ¿Pedimos gestos transfeministas a las instituciones que criminalizan a las trans y travestis sistemáticamente, como expuso Alba Rueda? ¿Pedimos respuestas transfeministas a directivxs de escuelas que no aplican la ESI? ¿O pedimos tal vez estrategias no punitivas de reparación a la Justicia que descartó todos los posibles métodos que no fueran fundamentalmente castigo?

En ese marco Dora Barrancos, candidata a senadora, llamó a “pensar instituciones alternativas: ni Observatorio de, ni Instituto de; espacios en los que las mujeres del barrio puedan encontrarse y apuntar a quien está siendo violento, hablar, ser atendidas con velocidad”. La referente feminista ilustró lo que hoy funcionan como redes feministas de hecho, y planteó la posibilidad de su traducción a un espacio institucional fuerte, inescindible de una realidad social más tolerable: “ha aumentado también la oportunidad de violencia ante el desempleo”, dijo, refiriéndose a la realidad nacional.

Los debates sobre la dimensión punitiva de los escraches no quedan agotados en esta discusión pero, definitivamente, comienzan a encauzarse en un futuro en el que no se trate de responsabilizar a quienes enuncian sus experiencias de violencias sino, por el contrario, repartir responsabilidades en aquellos espacios donde la negligencia reproduce las violencias patriarcales. Son aquellos los futuros donde el decir transfeminista construye un mundo más habitable.

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Lucia Cholakian Herrera

Comunicación UBA // Periodismo Narrativo UNSAM+Anfibia. Escribe en Vice, Cosecha Roja y Nodal.am // En redes es @queendelqueso