Un año más de recuerdo por Nuria y Natalia

Natalia y Nuria, de 15 y 18 años, fueron asesinadas por Mariano Bonetto en el barrio de La Boca allá por octubre del 2016. Ana, la madre de Natalia y dos de sus mejores amigos, reconstruyen su historia luego de un nuevo aniversario.

Hay instantes que trasforman la vida. Volantazos, que rompen la linealidad de la trama. Partículas de tiempo que escupen fuego.  Segundos cúlmines que fulguran, relampaguean frente a los ojos, virando el curso normal de los acontecimientos. Hay instantes inaprensibles capaces de convertir lo cotidiano en tragedia. Haciendo estallar la realidad como una piedra que encuentra de golpe el cristal destrozándolo.

El 11 de octubre del año 2016, a Natalia y Nuria la tragedia les impactó sobre el cuerpo. Ese día ambas pasaban la tarde con sus grupos de amigos en la Plaza Irala, cuando Mariano Bonetto, veterinario cordobés de  27 años al momento del hecho, las atacó a cuchillazos generando heridas que les costarían la vida. Natalia tenía 15 años, cursaba su tercer año en la “Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano” en el barrio de La Boca, a unas cuadras del lugar donde sucedió el hecho. Nuria tenía 18, era egresada del colegio y trabajaba en la librería que funcionaba dentro del mismo. Ambas se conocían y tenían amigos en común.

El día de la tragedia, Bonetto merodeó por la plaza estudiando el terreno. Antes había estado en Parque Lezama, pero se trasladó a la Plaza Irala donde no había presencia policial. Bonetto atacó primero a Nuria, cuyos amigos salieron desesperados gritando y pidiendo ayuda. A continuación -antes de que pudiera comprender la situacion- hizo lo mismo con Natalia usando el arma blanca que había comprado especialmente. Cuando el asesino intentó escapar, los transeúntes lo interceptaron para retenerlo y fue entonces cuando un vecino le clavó su propio cuchillo en la sien.

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Natalia Grenbenshicova nació en Rusia el 31 de diciembre del 2000 en Rusia. Cuando habla de ella, su madre Ana lo hace con voz bajita y los ojos encendidos.

“Natalia tenía cuadernos donde escribía notas y cuentos, los tengo y todavía los leo, también tengo su cuarto”, dice en un español que deja entrever un legajo de patrias distantes. A Natalia le gustaba dibujar y pintar, de manera autodidacta había aprendido griego y japonés y participaba activamente en el centro de estudiantes y las tomas del colegio, el que ella misma había elegido.

Para Ana nada fue fácil, al duelo se le sumó un proceso legal tortuoso. Por ley el Estado debe proveerle gratuitamente un abogado defensor al imputado dejando al querellante, aún en casos como éste, desprotegido. Ana tuvo que hacerse cargo económicamente tanto de la defensa como de los peritajes posteriores. Gracias a la ayuda de una amiga abogada pudo llevar a cabo el proceso jurídico, en el cual siempre estuvo acompañada por los amigos y compañeros de Nat, incluso cuando ellos mismos debieron encargarse de buscar testigos por el barrio.

La primera instancia judicial fue en diciembre del 2016, cuando la jueza de instrucción Wilma López declaró al acusado inimputable y fue sobreseído, alegando supuesta insuficiencia de sus facultades. En ese momento Bonetto fue trasladado al Programa Interministerial de Salud Mental Argentino (PRISMA), del Complejo Penitenciario Federal N° 1 de Ezeiza. La familia de Natalia apeló la medida y fue la misma jueza la que insistió, sobreseyéndolo por segunda vez. Tras la segunda apelación, el caso se elevó a juicio oral. Durante el juicio Bonetto escribió una carta aceptando la intención deliberada con la que cometió los hechos y solicitó ser trasladado del pabellón psiquiátrico a uno normal. “He sido declarado inimputable mediante una entrevista con profesionales en la que bajo los efectos del miedo a ser puesto en juicio y condenado mentí”, explicó. Sin embargo, su abogado minimizó el hecho.

El 5 de julio del 2018, gracias a la insistencia de amigos y familiares de las víctimas, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 22 -integrado por los jueces Ángel Nardiello, Patricia Cusmanich y Sergio Paduczak- aceptó el pedido de las querellas dictando prisión perpetua. “Cuando la jueza declaró la sentencia la sala estalló por un momento”, recuerda Ana con voz entrecortada.

Ana, mamá de Natalia

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Santino y Camila eran amigos y compañeros de curso de Nat. “Lo primero que se me ocurre es que estaba siempre escuchando Sumo”, dice Camila, que lleva el pelo con rastas y un pañuelo verde en la riñonera.

“De afuera parecía que era seria pero nada que ver, se la pasaba haciendo chistes. Cocinaba brownies, le gustaban mucho las margaritas. Su risa es algo que nunca me voy a olvidar”, agrega Santino.

Ellos fueron testigos del hecho, lo que implicó que con 15 años debieran recorrer juzgados y fiscalías a dar su testimonio. “No sabíamos nada del mundo legal, recién empezábamos con las clases de cívica. Estábamos en un mundo de adultos donde nos trataban como nenes pero en realidad no nos sentíamos así, no nos considerábamos igual de niños que éramos antes”, dice el joven.

Cómo pasa más de una vez, la Justicia se puso del lado del asesino: en cada audiencia les daban el espacio más chico en los juzgados a pesar de que movilizaban una gran cantidad de personas de diferentes centros de estudiantes y comunidades educativas.

Además enfatizan en las consecuencias que tuvo la falta de cuidado en el Hospital Argerich de la salud de Natalia, quien -ni bien comenzó a recuperarse- pasó de terapia intensiva a terapia intermedia y contrajo una infección intrahospitalaria que agravó su salud y provocó que perdiera la vida el 24 de noviembre del 2016.  El veterinario fue trasladado rápidamente a la misma clínica, pero dos días después pasó al Hospital Santojiani donde se recuperó. “La ambulancia lo quería llevar antes a él, como si fuera la víctima y no las chicas”, asegura Ana.

Natalia Grenbenshicova

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En ‘La Belgrano’, el centro de estudiantes organiza desde hace tres años festivales para recordar a Natalia y Nuria en los aniversarios del accidente. Además, al aula donde Natalia cursaba le pusieron el nombre de ambas. Fueron los alumnos, quienes realizaron dos murales con las caras de sus amigas, uno enfrente de la Plaza Irala y otro, tallado, dentro del colegio.

“Pintar el mural fue muy emocionante. Fue muy raro representar su cara en madera teniendo en cuenta que la última vez que la vimos estaba en una camilla de hospital. La idea era no quedarnos con esa imagen, sino con todo lo que era ella y cómo la recordamos. Hacer jornadas artísticas y festivales tiene que ver con recordar que también las identifica el arte que hacían. Tanto el mural como los festivales, el esfuerzo que llevan, el hacer compartido, las hace presentes de alguna forma. Se invocan”, cuenta Camila.

Natalia era muy activa dentro del colegio colaborando con la organización. Por esta razón, resulta fundamental que su imagen junto con la de Nuria esté en el establecimiento para las próximas generaciones. “Nosotrxs estamos la mayor parte del día en el colegio, gran parte de nosotros está ahí adentro y sabemos que gran parte de ella también. La idea es recordarle a las generaciones siguientes que están, que siempre van a estar y que de alguna forma viven ahí y en cada uno de nosotros”, agrega Santino.

Festival por Nuria y Natalia en el colegio Manuel Belgrano

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La familia de Natalia siempre exigió que el crimen sea considerado un femicidio porque entienden como no arbitrario que los ataques hayan sido a dos mujeres. Según se supo luego, Bonetto (hijo de un banquero de Córdoba) aceptaba y presumía del odio que tenía hacia las mujeres, luego de de que su ex novia lo dejara.

Ana, Camila y Santino entienden que por más que la sentencia haya dado la pena más alta, hay algo de la lo judicial que excede a la Justicia real y tiene que ver con la imposibilidad de recuperar los afectos. Arrancados por el odio y la saña de un sistema patriarcal donde algunos cuerpos -los de mujeres y disidencias- valen menos.

“Lo que pasó fue muy injusto y no hay una medida igual a ésta, ninguna justicia la puede igualar”, dice Ana sin elevar el tono de voz.

En el mural frente a la Plaza Irala ambas sonríen, entre pétalos de flores violetas sobre el fondo de rojos y naranja. Sus sonrisas dejan ver los dientes. Nuria tiene la cabeza ladeada y el pelo ondulado hacia un costado. Natalia lo lleva trenzado.

Santino dice que tiene la foto del mural en su celular. Para él, tanto dolor que significa que le haya arrancado la vida a su amiga es algo que no se repara.

“Yo lo sigo sintiendo injusto. Él [Bonetto] tiene un par de años de cárcel, pero sale y la familia sigue estando ahí y teniendo un montón de plata. No existe justicia para esto, solo existen formas de aliviar el dolor y contrarrestarlo. El sentimiento nunca va a pasar, es algo que siempre vamos a tener. Yo lo sigo sintiendo como ayer y creo que nunca se va a superar porque no se supera”.

 

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