Retrato intimista de la cofradía masculina

“La Hermandad” es la ópera prima del director tucumano Martín Falci y se estrena mañana en el Cine Gaumont. La película, que trabaja íntimamente sobre las masculinidades, es un retrato del paso de la infancia a la juventud.

“La Hermandad” es la ópera prima del director tucumano Martín Falci. La película retrata el campamento del colegio Gymnasium en el 2017, el mismo año donde uno de los alumnos fue asesinado y el último en que la institución es únicamente de varones. Durante los ocho días de convivencia, 500 alumnos de primer año participan en el campamento organizado por los de 6to en un tipo de ritual de iniciación de lo que significa pertenecer a uno de los colegios más elitistas de la provincia de Tucumán. La película -donde la cámara actúa como un ojo testigo, retratando sin interferir en nada- delinea la construcción de la masculinidad entre pares, los miedos y las imposiciones del paso entre la infancia y la adultez.

La película que participó en el Festival internacional de Cine Documental de Buenos Aires (FIDBA), y en la Competencia Argentina del 14° Festival Tucumán Cine,fue producida por Benjamín Ávila (Gilda, Infancia Clandestina) se estrena mañana en Buenos Aires.

En diálogo con El Grito del Sur, Falci revisa su creación en clave de género y habla de cómo fue construir un retrato intimista de la cofradía masculina.

Más allá del suceso del asesinato, vos dijiste que desde antes querías contar la experiencia de estar en el Gymnasium. ¿Por qué?

Es curioso, y no dejo de sorprenderme por toda la realidad. Lo del suceso del asesinato pasó en el año 2017, pero yo inicié el proceso exactamente 5 años antes, cuando en el 2012 estudiaba Producción y Antropología en la Escuela de Cine. El hecho no fue ni cerca un motivo para hacer la película, pero sí la resignificó inevitablemente. La muerte obligó a mirar las cosas desde un lugar más real, más humano… Pero para ir más a los inicios, en 2012 me encontré con la novela “El Señor de las Moscas”, donde se retrata al hombre salvaje en contacto con la naturaleza a través de un grupo de niños que se auto-gobiernan para sobrevivir en una isla luego de un accidente; y fue inevitable conectarlo con mi experiencia personal de campamento. Estar en el campamento durante 8 años significaba ante todo auto-gobernarse. Elegir cuándo comer, cuándo bañarte, cuándo hacer tus tareas, cuándo cumplir con tus obligaciones. Dividirse los roles, tensionar, discutir, decidir. Y de alguna forma, todo eso significaba también libertad. La libertad de qué hacer y cuándo hacerlo, algo que desde los 10 años empezaba a tenerlo impregnado y lo comenzaba a transitar. Tomar decisiones sin los padres, que todo dependa de vos mismo. Quería contar esta experiencia porque me parecía superlativa, que estaba más allá. A cualquier persona que le contaba lo que allí vivíamos le provocaba un particular interés y muchas preguntas, el querer saber más. Y esa experiencia también tenía muchas contradicciones que yo no podía explicar, que tenía que ver con la convivencia de varones solos. Con el universo de los hombres, con nuestra construcción por la fuerza implícita y real. Había una violencia implícita permanente, pero en un contexto de cariño y contención sin igual. Sin dudas me generaba más preguntas que respuestas y eso es lo que buscaba retratar. Sumado al hecho que el campamento mismo es un universo estético único, con 500 jóvenes en medio de la naturaleza en plena selva tucumana.

¿Creés que el campamento representa una transición de niño a adulto?

Absolutamente. Entramos a los 10 años en un universo completamente nuevo y desconocido, con reglas y obligaciones que seguir. Somos niños inocentes. Pero año a año, ese niño se va formando y transformando en comunidad, en sociedad con los demás cursos y edades, va creciendo. Adoptando conceptos que le servirán desde ese momento, para toda su vida. Colaborando con el otro, acompañando a un compañero, sabiendo que lo que él decida, sea lo que sea, será determinante. En empezar a tomar las decisiones uno mismo caminamos hacia la adultez. Y el hecho de que sea año a año obligatorio, nos va formando ‘y curtiendo’. Pasamos de ser «niños varones» a “hombres adolescentes», es el inicio de la formación de ese adulto que somos hoy. Incluido de esos hombres que somos hoy, llenos de contradicciones.

La película está retratando todo el tiempo la construcción de la masculinidad, la idea del control de los varones entre sí, la validación. ¿Vos lo ves así?

Lo veo así, y para mí ahí está la máxima contradicción del “ser hombre”, de esa masculinidad hegemónica construida a lo largo de los tiempos, de la fuerza como prioridad, que hasta para demostrarse cariño, hay violencia. Te golpeo pero te quiero, te someto pero te pregunto en el medio si estás bien. Como varones fuimos criados para no mostrarnos débiles, ocultar los sentimientos, para vernos fuertes y seguros en relación a otros. Esa validación implícita que se empieza a reconocer sólo si nos alejamos de allí, y nos preguntamos: ¿qué pasó ahí?. Cuando iba al colegio nunca entendía por qué al que más querían, es al que que buscaban golpear, someterlo o llevarlo al límite de la humillación. Esa construcción del “hombre” es lo que está mal, lo que hay que deconstruir, lo que tenemos que mirar, observar, y analizar que nos oprime de niños sin darnos cuenta, para luego ser hombres adultos opresores de este sistema patriarcal.

¿La pensaste en clave de género?

Al principio cuando empecé con la idea, no. Al pasar los años, con el repensarme cómo había sido construido como varón, y repensar mi propia masculinidad gracias al cambio de paradigma mundial del feminismo, se fue resignificando. Y lo agradezco. Porque de alguna forma inconsciente, la intención estaba ahí. Cuando inicié el proyecto tenía la idea de que la película iba a ayudar al “debate” que se negaban a hacer sobre el ingreso de mujeres al colegio. Durante muchos años la resistencia de alumnos y egresados era feroz, y de alguna manera ese universo “solo de varones” se estaba volviendo tradicional tóxico, donde nada se repensaba, cualquier cambio se negaba. ¿Por qué iría a perderse la tradición si entraban chicas? Y fue impensado y descomunal que meses antes del rodaje, el colegio se haya hecho mixto, generando que el rodaje sería obligado para retratar justo el “último campamento de varones”. Cambió todo: quizá pasó de ser una película pensada para el debate, a ser un registro histórico con más capas temáticas para analizar. Esto me permitió tomar el campamento con libertad «tal cual era», sabiendo que al año siguiente y los años siguientes, ya no sería lo mismo.

Hay algo del tocarse entre varones que se evita pero al mismo tiempo aparece: por ejemplo, la escena en que los dos chicos se pasan el caramelo con la boca, cuando juegan a estar uno encima del otro, o cuando se están sacando la pintura en el río. ¿Por qué elegiste en el trabajo de edición poner esas escenas?

Sin dudas, el juicio al tocarse entre varones empieza a construirse cuando dejás de ser niño, al empezar tu adolescencia varonil. Y elegí cuidadosamente estas escenas porque son el punto álgido que para mi representa la gran contradicción de la masculinidad hegemónica: donde el machismo empieza a estar a flor de piel, de forma natural e inconsciente, pero que está acompañado por un cierto ‘falocentrismo’, un chiste permanente y ‘desprecio sobre lo gay’, se contradice con el ‘culto al pene’, midiéndose el tamaño del miembro de forma indirecta a través de canciones, juegos y dibujos de pitos por el cuerpo. Y a esa edad, nuestros 10 años, estamos por empezar a perder cierta inocencia y a desnaturalizar, entonces allí ese tacto está aún naturalizado. Humano, real.

Rita Segato habla de la cofradía de varones y vos a tu película le pusiste “La Hermandad”. En las dos hay una referencia a la complicidad en lo masculino que oscila entre lo amistoso y lo violento, y muchas veces es ese código implícito el que permite que se conserve el machismo. ¿Lo pensaste así?

Es lo que me llamaba la atención desde siempre, eso del “ser hombre” que no me representaba y siento que aún no tengo todas las respuestas. Lo leí y pensé con el proyecto avanzado, viviendo mi propia incomodidad de ser un varón cis-bisexual que no está conforme con ese código. Entendía que existía el acompañamiento y el cariño, pero con la necesidad de recurrir a la violencia, y con ese código se ponen de manifiesto las “luces y sombras” de la construcción masculina. Es ese código el que debemos erradicar, lo que hoy está en centro de la discusión y de lo que los hombres debemos hacernos cargo y afrontar. Por eso la película no viene a hablar de feminismo, sino de masculinidad: ese es el debate que nosotros tenemos que dar.

¿Sentiste que haciendo la película dejabas en evidencia la lógica machista de los grupos de varones? 

Sí, y me costó un poco decantarlo. Porque también lo tuve en algún momento de mi infancia naturalizado. Es como poner algunas cartas muy sobre la mesa. Pero decidí mostrarlo desde el lugar más honesto, que era el que yo podía y no pensarme soberbio con traer respuestas sino preguntas. Y ese lugar donde yo no podía juzgar por haber pasado también por ahí, es inocente: esa construcción de ese machismo cuando tenemos 10 años, somos sobre todo un reflejo de la sociedad y sus normas que oprimen -e impone el sistema- a través de las familias, las instituciones y los medios de comunicación.

¿Hay algún vínculo entre el ingreso de mujeres y la muerte violenta del alumno que en la película nombrás como “Paver”?

Sorpresivamente, ninguno. Fueron dos hechos que coincidieron en un año muy marcado para la institución…  Quizá se los pueda relacionar, metafóricamente. Pero sinceramente todavía no puedo creer cómo ambos sucedieron justo ese año, justo antes de la filmación. Eso es lo que hace al cine-documental único, me parece que en la ficción buscas tener todo fríamente calculado, mientras que en la no-ficción no se puede prever todo jamás y los hechos que suceden en la realidad te resignifican todo el proyecto para siempre.

¿Pesaba en vos cuando ibas al colegio la sensación de élite?

Cuando sos adolescente es lo único que tenés, que te contiene, y tanta identidad colectiva te generaba cierta sensación de ’superioridad’ de que estar en esta escuela pre universitaria, ya te hacía ser más que el resto. Es algo que empecé a ver claramente algunos años después de egresar del colegio. Al encontrarme en el mundo real y presentarme como “gymnasista”, como que ya venía de un lugar predeterminado. A diferencia del resto, que nadie aclaraba exacto si venía de un colegio o escuela particular de entrada. Y ahí me di cuenta que había algo diferente muy marcado en nosotros. Y eso era, con todos sus grises, el sentido de pertenencia.

Viendo la película en retrospectiva, ¿cambiarías algo?

Nada y todo a la vez. A esta altura al verla tantas veces, estoy en un constante amor-odio. Pero al mismo tiempo, observo un trabajo mucho más complejo de lo que me imaginé y eso me deja tan en shock como satisfecho… Uno no termina los proyectos, quizá puede continuar años repasándolos, cambiándoles algo. Uno los abandona. Ahora ya es película. Sometida a millones de lecturas. Toma vida en cada espectador, que cada uno saque sus conclusiones.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios