Evade, como mantra. Evade, en los carteles del metro, en los cordones de la vereda, en todas las paredes de la ciudad. Evade, como un hongo que lo invade todo, que emerge de las profundidades, que sale entre los adoquines de la Alameda. Evade, como consigna y bandera, como pavilo, como mecha, como chispa.
Santiago está «rayada». Si las paredes son las imprentas de los pueblos, la capital de Chile es hoy una editorial popular a cielo abierto. Edificios, paredes, monumentos, pisos y carteles. Todo «rayado»: graffitis, bombas, tags, murales, consignas. Fuera Piñera, Chile despertó, Mata un Paco, No + AFP, No son 30 pesos son 30 años. Los muros son programa político: radical, insurrecto, anti institucional y combativo.
Mientras tanto, Chile está seco. En el «oasis neoliberal» hace meses que no llueve y es una de las peores sequías de la historia reciente. El pasto, antes verde, ahora se chamusca en un amarillo lúgubre. El caldo de cultivo necesario para que prenda mejor el fuego.

Llegamos a Santiago para cubrir la mayor movilización de los últimos 40 años en el que fuera el laboratorio del neoliberalismo regional. El aumento del pasaje de metro prendió la llama de una democracia que suena más a prolongación dictatorial que a sistema incluyente, con una constitución pinochetista, el agua privatizada y la minería en manos extranjeras. Un pueblo sometido a base de militarización que explota y desborda por fuera de unas instituciones caducas.
En el profundo descrédito de las instituciones, la calle es la que habla. El tono de la protesta es insurreccional, anti establishment y profundamente desconfiado de la política. «No confiamos en ningún político, ni ninguna weá», dice una piba encapuchada que no debe tener más de 15 años. La marcha de hoy es especial porque confluyen les estudiantes y los sectores populares en el clima del festejo de Halloween: un fiesta que gana cada vez más terreno en un país que no tiene carnaval. El guasón, la Casa de Papel, Anonymus o Hulk llegan a la calle con máscaras anti gas, botellas con agua y bicarbonato o limones. Todo el kit profesional anti represión en un clima festivo.
En Plaza Italia vuelan las primeras lacrimógenas y los cabros repliegan un poco. «El que no salta es paco», agitan les pibes y vuelven a ganar posiciones. A lo lejos viene «el guanaco»: un hidrante de proporciones monumentales que hace las veces de monstruo y combate a miles de jóvenes disfrazados. Pasa una caravana de motoqueros y unas mujeres envueltas en la bandera mapuche cantando y tocando el kultrún. La calle no se calma, pero cae la noche y decidimos retirarnos: ya recibimos suficiente gas para una única jornada y mañana se espera que llegue una marcha que proviene de Valparaíso, caminando 130 kilómetros para confluir con las poblaciones linderas a Santiago.
Un helicóptero surca el cielo y en la calle persisten pequeñas fogatas. La ciudad se apaga ardiendo entre gritos y bocinazos. Los rostros de los muertos pegados en las paredes. Los rostros de los cabros, antes maquillados, ahora lucen despintados groseramente bajo las lágrimas que generan las lacrimógenas. Ahora a descansar. Mañana será otro día de lucha en un Chile en llamas.