Curar las heridas

Transición democrática, liderazgos carismáticos y ciclo corto del neoliberalismo nacional. Una crónica política del regreso peronista al poder.

La sucesión de un liderazgo carismático no es fácil. De hecho, es uno de los principales problemas que han enfrentado los procesos de cambio en América Latina. Desde Simón Bolívar, hasta Juan Domingo Perón pasando por Néstor Kirchner o Fidel Castro. Los Maduro, los Díaz Canel, los Santander o los Cámpora cargaron con la difícil tarea de sostener la continuidad de una legitimidad social construida en base al carisma y el cariño popular. Lo que los teóricos liberales definen como caudillismo y catalogan como rasgo autoritario de nuestros procesos, es en verdad parte de su esencia, el problema y la solución de estas transformaciones. Lo que es inevitable es la conclusión final: resulta muy complejo suceder en el poder y llenar el espacio vacío que legan las grandes mujeres y hombres de nuestro tiempo.

Los discursos de Alberto y Cristina Fernández en la Plaza de Mayo de ayer fueron una pista de que en Argentina, por visión estratégica de un lado, y por amplitud y osadía del otro, comienza la transición hacia una nueva etapa.

En términos institucionales finaliza el corto ciclo neoliberal. Venían a quedarse 12 años, se fueron en apenas 4. Eso sí, dejando detrás suyo tierra arrasada. Y no sólo en términos económicos: el macrismo intentó avanzar en la batalla cultural y, si bien encontró una ferviente resistencia del otro lado, logró reinsertar debates que estructuran su fuerza social. Los migrantes, los vagos, los chorros y los planeros, ese otro que supieron construir.

http://www.elgritodelsur.com.ar/2019/12/feminismo-albertismo-asuncion.html

En términos de correlación de fuerzas, la victoria en las urnas se conjuga con una suprema unidad del campo popular. El espanto, pero también una decisión política clara y atinada, lograron estructurar una alianza tan amplia que será buena parte de la garantía de poder del gobierno frente a sus adversarios de afuera y de adentro.

El discurso de Cristina Fernández de Kirchner fue una delegación in situ del liderazgo presidencial. Invitó a Alberto a que «convoque al pueblo» en caso de que lo juzgue necesario y reafirmó que el presidente deberá obedecer a la voluntad popular por sobre «la tapa de algún diario».

Por su parte, Alberto cerró la tarde como la había empezado. Un discurso antigrieta, alfonsinista para algunos y nestorista para otros. Una jugada importante para abrazar a un adversario derrotado y en crisis: tender el brazo después de ganar. El país de Todes contra el de unos pocos.

Los desafíos son mayúsculos e incluyen la difícil tarea de representar las continuidades y los cambios. Alberto deberá conducir lo mejor de los 12 años kirchneristas intentando incorporar nuevos reclamos sociales y sostener un complejo entramado de actores políticos.

Su principal capital es la esperanza de un futuro inclusivo para las mayorías populares. Algo nada sencillo en el país más endeudado con el FMI del mundo, con un 40% de pobreza y un Cono Sur inclinado a la derecha. Pero la historia del peronismo cuenta que no han habido imposibles en esta tierra.

Ha llegado Alberto, para expulsar a los expulsivos y para curar las heridas.

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