El crimen de Fernando Báez y la necesidad de construir otro rugby

El crimen de Fernado Baéz Sosa en Villa Gesell conmovió a la sociedad y abrió cientos de interrogantes sobre las masculinidades, el deporte, el alcohol y la adolescencia. El Grito del Sur conversó con jugadores y dirigentes de clubes de rugby que buscan terminar con la violencia y la discriminación en un deporte que suele ser practicado por la élite argentina.

Entrenamiento de Ciervos Pampas - Noviembre 2019. Foto: Nicolás Cardello

El asesinato de Fernando Báez Sosa afuera de un boliche de Villa Gesell a manos de un grupo de diez jóvenes que juegan al rugby en el club Náutico Arsenal Zárate generó, entre otras cosas, que las redes sociales se llenaran de historias de violencia perpetradas por rugbiers. Integrantes de otros clubes remarcaron que, si bien el deporte no es la causa de la violencia, es necesario construir otro rugby. “Me parece que tenemos que hacer un mea culpa y fijarnos cómo formamos a los chicos -dijo a El Grito del Sur Emiliano Rodríguez, coordinador del área de rugby en el Club Camioneros -. Estos chicos son asesinos, pero son hijos nuestros, del rugby, que fueron infantiles y juveniles nuestros, son chicos que no supimos formar y, si vamos a hacer como que es un caso aislado, no vamos a aprender nada”.

Foto: Nicolás Cardello

El testimonio de F., que jugó rugby a los 15 años, es uno de los tantos que circularon en las redes sociales. El joven recordó cómo a un chico de su categoría otros compañeros “lo envolvieron en gomas de auto y quisieron prenderle fuego ‘la concha’ porque ‘era puto y pobre’”. “No me acuerdo cómo salió, pero no intervino ningún adulto”, contó a este medio. El hecho, según F., pasó en una cancha vacía cuando viajaron a un torneo en otra ciudad, pero señaló que a ese chico lo maltrataban de forma constante. Después de los partidos, agregó F., “algunos salían a correrlo” e incluso recibió un apodo peyorativo por una marca que tenía en el rostro que “hasta los entrenadores si le tenían que gritar algo durante un partido lo llamaban así”.

Rodríguez, por su parte, comenzó a jugar al rugby desde chico. “Me molesta que hablen de la estigmatización del rugby porque fue el deporte por excelencia que siempre se encargó de estigmatizar al de clase baja, al que no podía pagar la cuota social. Esto lo viví, no me lo contó nadie”, aseguró. El coordinador de Camioneros recordó cómo otros jugadores “miraban mal al que tenía una camiseta vieja” o cuando en un tercer tiempo -un momento después del partido en el que ambos equipos se reúnen para comer un asado en el club que ofició como local- “nos dieron la caja de patys y no nos dejaron entrar al quincho”.

“Ser rugbier no te hace un asesino, pero no podemos mirar a un costado cuando somos parte del problema -opinó Rodríguez-. Esto pasa hace años, hay pibes hospitalizados por golpizas. Todo deporte es noble y te deja valores. Si amamos el rugby, no miremos para el costado”.

Equipo ‘Ciervos Pampas’ Foto: Nicolás Cardello

El bautismo, entre los golpes y los abrazos

El miedo al denominado “bautismo”, un rito que los integrantes más antiguos del equipo practican con los nuevos, fue lo que hizo que F. no quisiera ir más a jugar. “En ese momento (el bautismo) era que te encerraban y te agarraban a palos o te hacían tomar pis”, afirmó y señaló que también el entrenador “preguntaba cuándo nos iban a bautizar a los jugadores nuevos”. “El deporte me gustaba, era divertido de jugar. Adentro de la cancha estaba todo bien, pero estaba el miedo de que después del entrenamiento había tres en el vestuario que se habían puesto de acuerdo y te estaban por ir a agarrar”, lamentó F.

Pero el “bautismo” no es igual en todos los clubes. “Nuestra forma de bautismo es un abrazo”, sostuvo Pedro Moya Meléndez, capitán del equipo de rugby de Ciervos Pampas, el “primer club de rugby de diversidad sexual de América Latina”, según su cuenta de Instagram, donde los rugbiers entran a la cancha con medias con los colores del arcoiris. “Compartiendo vestuario, vimos cómo a un chico del otro equipo le golpeaban la espalda (desnuda) con una toalla mojada”, recordó y luego, durante el tercer tiempo, ese mismo joven fue “vestido y maquillado como mujer con la intención de ridiculizarlo” y obligado a “vender rifas y pedir plata para el club”. “Del otro equipo se dieron cuenta de que nos había impresionado un montón y vino uno a preguntarnos cómo hacíamos nosotros el bautismo. ‘Nosotros nos damos un abrazo’, le contestamos”, dijo el capitán de Ciervos Pampas.

Moya Meléndez contó que ese abrazo lo hacían “porque nos salía”, pero a partir de ese momento, el equipo hace el ritual a los jugadores que se inician “de forma más consciente”. “Hacemos una ronda entre todo el equipo y el o los jugadores que van a hacer su bautismo pasan al medio, todos extendemos las manos al centro, ellos gritan de forma enérgica ‘¡Vamos Ciervos Pampas, que esto está buenísimo!”’ y el resto le tiene que responder”, explicó el jugador.

‘Ciervos Pampas’ Foto: Nicolás Cardello

“No es el deporte, es el patriarcado”

“Hablar de ‘violencia rugbier’ es darle al rugby el origen de la violencia. La violencia no tiene origen en el rugby, la violencia es patriarcal”, opinó Moya Meléndez y señaló que aspectos como “la xenofobia y el racismo”, “los privilegios de género” o “la pertenencia de clase social” generan que una persona “piense que puede violentar a otros cuerpos ya sea en un espacio público o privado”. En Ciervos Pampas hay talleres sobre género y diversidad, entre otros temas, de los que los integrantes del equipo participan y, además, el club organiza el torneo Tackleando la Homofobia. “El rugby es un deporte que amamos y nos enseñó un montón de cosas. Nosotros estamos construyendo el rugby que queremos”, afirmó Moya Meléndez.

Xoana Sosa juega al rugby hace casi 14 años y hace ya una década que ella y un grupo de amigas formaron el equipo femenino del club SITAS. “Esos rituales (como el “bautismo”) no los tenemos las mujeres, no ejercemos violencias sobre nuestras compañeras. Son casi indetectables los hechos de violencia para con otros equipos”, aseguró la jugadora y lamentó la tristeza que atraviesa la familia de Fernando.

Al igual que Moya Meléndez, Sosa señaló que “no es el deporte, es el patriarcado” la causa de la violencia que terminó con la vida de Fernando. “Estos son actos perpetrados por varones en manada, que son características muy típicas de los rituales de querer ser varón y que, si no los hacen, no pertenecen (a un grupo). El varón en el rugby debe cumplir un checklist: ser viril, muy fuerte  y dar cuenta de eso”, opinó la jugadora y sostuvo la urgencia de que se aplique la ley de Educación Sexual Integral (ESI) para que se genere un cambio en la forma de socialización de los niños y niñas porque “no se puede seguir así”.

Foto: Nicolás Cardello

Los valores del rugby

Ariel Festa empezó a jugar al rugby siendo adulto y hoy es subcapitán del equipo de la Universidad de San Martín (Unsam), que promueve una visión social del deporte. “Estamos en contra del rugby como un deporte de élite, del deporte del macho. Tiene que ser un deporte abierto al que todos tengan acceso”, opinó. Si bien Festa señaló que “el rugby de gran tradición” es “retrógrado”, cree que “la parte positiva (de este deporte) son los valores”.

Según Festa, uno de los mayores valores que promueve el rugby es el respeto. “Después está en cada uno cómo lo aplica o no -afirmó el subcapitán del equipo de la Unsam-. El rugby te da una identidad, una idea de pertenencia a un grupo y en esa idea de grupo, de unión, de comunión, pueden pasar cosas buenas o no”.

Ciervos Pampas
Fotos: Nicolás Cardellos

En el Club Camioneros también se practica un rugby con visión social. En octubre del año pasado, durante la inundación que azotó a la localidad bonaerense de Esteban Echeverría, los jugadores de Camioneros colaboraron con el rescate. “Los chicos se metían con el agua hasta la cintura para ayudar a amigos y vecinos”, destacó Rodríguez. Para él, el objetivo del club es “sacar a los chicos de ciertos contextos y mostrarles que hay otra realidad”.

“A mí el rugby me salvó la vida por estos valores que intenta enarbolar y porque conocí gente buena -afirmó el coordinador de Camioneros-. Yo crecí en Villa Soldati en el auge de la delincuencia. Por todo lo que hicieron por mí, decidí dedicar mi vida a esto, a construir un puente para que los pibes salgan de situaciones peligrosas para dedicarse al deporte. Pero tenemos que respetar los valores y principios en todos lados, porque si afuera de la cancha rompemos las reglas, no sirve”.

Foto: Nicolás Cardello
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Ludmila Ferrer

Periodista y Licenciada en Comunicación Social (UBA). Escribe también en Página/12 y sigue más podcasts de los que puede escuchar.