¿De qué hablamos cuando hablamos de coronavirus?

El modelo en el que vivimos propone una dicotomía entre la vida o el capital. Frente al COVID-19 y la caída bursátil, ¿qué vamos a hacer y qué van a hacer los Estados? ¿Salvar a las grandes financieras, industrias y empresas o generar nuevas formas sociales y productivas desde la sustentabilidad de la vida?

Al día de la fecha, el coronavirus se ha registrado en 117 países (más del 60% del total de países en el mundo) y se calcula que la gran mayoría de las personas estará expuesta e infectada en los próximos meses. El COVID-19 y su rápido nivel de contagio impulsó a los países a cancelar las clases, cerrar las rutas aéreas e implementar el “home office”. Además, producto de la recesión, se registró el precio más bajo del barril de petróleo desde los años 80 y las cadenas globales de producción empiezan a tambalear con acciones a la baja en Wall Street.

No es la primera vez que pasa algo así. El mundo, desde que es mundo, experimentó distintas crisis. No hace tanto, en 2008, el mundo se sacudió con la crisis de la burbuja inmobiliaria estadounidense. Lo que pasó es conocido: quienes peor la pasaron fueron los, mal llamados, países “periféricos» que debieron afrontar el aumento en los precios de los alimentos. Tampoco es la primera vez que se registra una pandemia: hace algunos siglos, la peste negra mató a un tercio de la población europea. En Argentina, a inicios del año 1870, el 8% de la población falleció a causa de la fiebre amarilla, que en la actualidad continúa provocando entre 200.000 y 300.000 muertes anuales a nivel mundial según datos de la OMS y, entre 2014 y 2016, 11.325 personas murieron por ébola, según datos del Center for Desease Control de EEUU.


Diría Marx que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Entre la peste negra y el coronavirus, son más las semejanzas que las diferencias. Muchas de las enfermedades actuales no son modernas sino que, por el contrario, han coexistido en la naturaleza por miles de años. Los “nuevos virus” no son nuevos en sí, son nuevos para el ser humano. Los virus no son emergentes sino en la medida en la que se ven forzados a desplazarse a nuevos territorios de conquista: nuestros cuerpos.

¿Es la culpa del murciélago o del ratón? ¿Es culpa nuestra por alterar ecosistemas enteros, por manipularlos y mutilarlos? Sólo en el 2019 e inicios de 2020, los pulmones verdes del mundo ardieron, devastando más de 5.500.000 hectáreas en el Amazonas y 50.00 kilómetros en Australia. En Argentina, el monocultivo ha destruido más de 8 millones de hectáreas en los últimos 30 años y el 17% de la sabana africana sufrió deforestación en apenas tres años. Además, según investigaciones de la NASA, 21 de las 37 reservas de agua dulce más grandes del mundo disminuyen exponencialmente año tras año. El precio de la deforestación, la contaminación de las fuentes de agua dulce y el desplazamiento forzado de cientos de especies animales es alto. El precio de la ganancia codiciosa, de los Estados ausentes y de la producción irresponsable afecta tanto a los humanos como a la biodiversidad.

Marge, no voy a mentirte: se vienen momentos difíciles

En todo el mundo, se calcula que más del 60% del trabajo es informal. Dentro del trabajo formal, además, existen aquellos que no son de relación de dependencia (el ejemplo de Argentina por excelencia: el monotributo). Antes de la cuarentena obligatoria, la gran mayoría de trabajadores/as no contaba con la opción real de dejar temporalmente sus puestos. Vendedores ambulantes, trabajadores sexuales, feriantes y cartoneres no cobran si no trabajan en el día a día. Por eso, ante la medida urgente del aislamiento social es necesario un Estado presente con perspectiva sobre aquellos sectores históricamente postergados. En países como España, por ejemplo, brindaron diferentes subsidios y reducción de la presión impositiva a sectores de la economía informal o precarizada.

En Argentina, el Ministro de Economía Martín Guzman junto al Ministro de Trabajo Claudio Moroni anunciaron un bono de 10.000 pesos para los monotributistas de categorías A y B. Además, el Gobierno decretó otras medidas como el impulso a la construcción con una línea de $100.000 millones de presupuesto para obra pública; la renovación del Ahora 12; el adelanto de las jubilaciones, pensiones y AUH; un bono de $3.000 para jubilades que cobran la mínima, para perceptores de planes sociales y quienes cobran la AUH, así como el refuerzo presupuestario para los comedores escolares y comunitarios.

De todas maneras, parece ser claro que las medidas económicas serán insuficientes para paliar las crisis económicas y sociales. También será insuficiente la capacidad del sistema de salud si no existe una responsabilidad social acorde a los tiempos que nos tocan vivir. Para “aplanar la curva” es necesario apelar a la consciencia colectiva, evitar espacios comunes y circular lo menos posible por la vía pública. Marge, no voy a mentirte, no se puede evitar que una gran cantidad de personas se vean infectadas por el coronavirus, pero sí se puede trabajar en relación a cuántos y cuándo. Es importante reducir la cantidad de nuevos casos día tras día para que se le permita al sistema de salud la cobertura de la mayor cantidad posible de pacientes sin saturarse.

Preguntas desde la economía feminista

Es importante “aplanar la curva”, especialmente, para cuidar a los y las más vulneradas. Si bien es cierto que la tasa de mortalidad del coronavirus afecta en mayor proporción a los varones (2,8% vs 1,7% en mujeres), la recesión económica y la fragilidad del sistema afectan con mayor intensidad a las mujeres. Recientemente, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicó una investigación que analiza desde una mirada de géneros, la repercusión del COVID-19. En América Latina el 80% de les trabajadores de la salud (mediques y enfermeres) son mujeres. A eso se le suma que Argentina tiene una de las tasas más bajas de enfermeres. La delicada situación laboral de les profesionales de la salud pública se dificulta con esta epidemia: ingresarán más pacientes, pero la cantidad de profesionales seguirá siendo la misma.

Además, si en un día «normal» (es decir, sin coronavirus) las mujeres dedicamos el doble de tiempo a las tareas de cuidado, ¿qué pasa con esta cuestión en la cuarentena?

Desde la economía familiar, es importante recordar que en Argentina el 11% de los hogares son monoparentales y que, de los mismos, el 84% tiene a cargo una jefa de hogar. Estos datos surgen de la Encuesta sobre la Estructura Social y nos permiten preguntarnos qué pasa con esos hogares. En Argentina, 1 de cada 2 menores de 14 años vive por debajo de la línea de pobreza y el 70% de las mujeres en Argentina se encuentran sub-empleadas, desempleadas o en un empleo precario. ¿Cómo perjudica la cuarentena a las economías de las identidades femenizadas y a la calidad de vida de les niñes?

Son pocas las respuestas.  Hay que empezar a pensar, de manera urgente, nuevas formas de producción sociales y económicas. No podemos permitir que el aislamiento social vulnere más derechos. Tenemos que poder empezar a responder qué vamos a hacer con el virus y qué van a hacer los Estados: ¿salvarán a las grandes financieras, industrias y empresas o generarán nuevas formas sociales y productivas desde la sustentabilidad de la vida? ¿y nosotres? ¿cuál es nuestra responsabilidad civil y social? ¿nos quedamos mirando Netflix fingiendo que sólo cuarentenar es nuestra responsabilidad civil y social o tomamos cartas en el asunto para poder cambiarla?

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Lucía Sánchez Barbieri

Escribo sobre economía pero no me preguntes por el dólar. Latinoamericana, lesbiana y militante. Tomando mates y viajando.