Turismo en la cuna del fin del mundo

Mientras el COVID-19 se extiende por el mundo, el pánico generalizado y la paranoia aumentan. En Nueva York, el escenario de los grandes éxitos cinematográficos, la pandemia avanza generando desesperación. Crónica de la cuarentena en la ciudad que nunca duerme.

Llegar a Nueva York no era un sueño ni una meta, pero sí una oportunidad. Lo primero que me dijeron mis amigues fue “conectás con bocha de películas”. Pensaban en ‘Un Día Lluvioso en Nueva York’ o ‘Cuando Harry Conoció a Sally’. Lo primero que le pedí a mi esposa fue ir a conocer el túnel en el que Macaulay Culkin escapa de la señora de las palomas en ‘Mi Pobre Angelito 2’. Lo segundo fue fotografiar la puerta del Hotel Plaza, donde se encuentra con Donald Trump.

No tenía idea dónde era el MoMA, ni el MET, ni la 5ta Avenida. Pero mi mapa marcaba con cruces la Estación de Bomberos de Los Cazafantasmas, bares donde se filmó Mad Men, el sector exacto del Museo Americano de Ciencias Naturales donde estaban los huesos del T-Rex y las principales comiquerías de Manhattan. Quería conocer los lugares donde Jay-Z canta “Empire State of Mind” junto a Alicia Keys y ver a los Knicks en el Madison Square Garden. Un encuentro con unos de los centros neurálgicos del nerdismo.

El miércoles por la tarde comenzó el fin del mundo. Mientras sacábamos fotos a los restos de un Triceratops y gugleábamos escenas de “Una Noche en el Museo”, Andrew Cuomo -gobernador del Estado de Nueva York- anunciaba la emergencia sanitaria. No es de extrañar que en la casa de las ideas apocalípticas el pánico se esparciera en pocas horas. Los latinos que trabajaban en el bar cambiaron la cara y miraban la tele con la pera apoyada en la escoba. Uno de los cocineros se sacó el gorro y empezó a lagrimear. Afuera, la gente se apuraba para llegar a sus casas y los móviles de los noticieros entrevistaban a los vendedores ambulantes de comida. Caminamos hasta el Time Square para ver las publicidades inmensas de las principales series de TV, de las más importantes obras de Broadway en cartelera y de los traperos más escuchados en Spotify. En el gift shop de los New York Yankees hicimos uno de los últimos chistes de nuestra luna de miel: “Compremos un bate de baseball por si vienen los zombies”.

Esa misma noche, Alberto Fernández daría una conferencia de prensa para contar sobre las medidas que se tomarían en Argentina. Cancelamos nuestros planes de ir a ver humoristas de Saturday Night Live y nos encerramos en el departamento de Koreatown para ver las novedades. Sin demasiadas certezas sobre cómo iba a seguir la situación para nosotres, salimos a cenar.

Muchos restaurantes empezaban a cerrar sus puertas temprano, otros limitaban la cantidad de comensales al mínimo. Broadway cancelaba todas las obras de teatro. La NBA anunciaba la suspensión de la liga por tiempo indeterminado. El Museo de Arte Moderno y el Metropolitano cerraban hasta nuevo aviso. La ciudad que no duerme entraba en cuarentena y sus ciudadanos en un caos contagioso.

Soy fanático de El Eternauta. Lo leo cada año, desde los seis años. Una de sus máximas es la defensa del héroe colectivo, del héroe en grupo y nunca del individuo. En la fábrica del sueño americano y el “american way of life” eso no existe. Los supermercados empezaron a llenarse de personas y a vaciarse de productos. Sin remedios, sin termómetros, sin comida no perecedera. Más contagioso que el coronavirus es el pánico. Más importante que los demás, es la supervivencia de uno. Como dice el profesor Favalli a comienzo de la obra de Oesterheld, “muy pronto esto será como la jungla, todos contra todos”. A mi esposa le sacan un medicamento de la mano, a mi me empujan para llevarse el último papel higiénico y una señora destroza a golpes un maniquí en Macy´s, el shopping más grande del mundo.

“Tenemos que irnos, acá la cosa se está poniendo peluda”. Compramos comida en lata, mucha que ni siquiera sabíamos qué era o cómo se prepara. Llevamos medicamentos en base a su efecto pero sin saber qué drogas contienen. Una miel y mucho té. A mí me empezó a doler la garganta y empezamos a asustarnos. Cuomo, en conferencia de prensa, comparaba la situación con contextos de guerra y no podía asegurar que todes tengan lo necesario para pasar la crisis. Nos dimos cuenta que la trama de las películas sale de su particular modo de experimentar la cotidianeidad estadounidense, un nivel de dramatismo alarmante. Los neoyorquinos se peleaban por el último descongestivo nasal por la mañana y sacaban a pasear al perro en el Central Park por la tarde. Trump declaraba la emergencia nacional y Univisión entrevistaba a David Beckham -dueño de uno de los equipos de fútbol de la liga estadounidense- para medir cuánto afectaba esto al negocio. Mientras Billie Eilish mostraba su torso en público por primera vez desde que saltó a la fama, miles de niños y niñas quedaban sin la alimentación que, acá también, la escuela les da. Las personas en situación de calle quedan entregadas a su suerte mientras se viraliza un baile vietnamita que enseña a lavarse las manos en TikTok.

Al mismo tiempo que cae la nevada mortal que te mata al tocarla, en el cielo neoyorquino aparecen las nubes de la muerte. Mientras se acaba el alcohol en gel y los fideos, la gente alucina un apocalipsis zombie donde todo se prende fuego y donde sólo sobrevive el más apto: aquel que hace hasta lo imposible por salvarse a sí mismo.

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Demian Urdin

Antropólogo social, coleccionista y crítico de la Historieta Argentina. Ganador de la Beca de Investigación Boris Spivacow II de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno en 2018. Colaborador en Revista Blast de Colombia y Revista Kamandi de Argentina. Co-creador y co-conductor del ciclo de entrevistas "Guion y Dibujo: Diálogos de Historieta" que se transmite por YouTube.