Remontar el barrilete en esta tempestad

El Presidente inauguró el año legislativo con una cruda descripción de la realidad económica del país e insistió con que "hay que empezar por los de abajo para llegar a todos", lo que por mucho tiempo, parece, será la prioridad de su gobierno. Ese panorama gris contrastó con la euforia del anuncio sobre el aborto y la histórica y necesaria reforma de la Justicia Federal.

La última vez que pisó la alfombra roja del Salón de los Pasos Perdidos rumbo al óvalo de Diputados lo hizo para jurar como presidente. Este mediodía, 81 días después, Alberto Fernández anduvo el mismo camino y frente a diputados y senadores inauguró las sesiones de este año del Congreso con dos anuncios históricos: enviará un proyecto de ley para legalizar el aborto y otro para quitarle poder a Comodoro Py y refundar en parte el Poder Judicial. El primer anuncio opacó un poco al segundo, pero ambos proyectos, de concretarse, tendrán efectos de largo plazo en la sociedad argentina.

El anuncio del proyecto más ansiado y reclamado por las mujeres y disidencias en las calles provocó lágrimas en los rostros de las ministras, diputadas y senadoras que lo esperaron con sus pañuelos verdes anudados a sus micrófonos. Lo mismo sucedió con las miles de militantes que siguieron el discurso desde las pantallas gigantes montadas en la Plaza de los Dos Congresos, bajo un sol tremendo. Se festejó con un estruendo a la altura de lo que se estaba viviendo: por primera vez un presidente en ejercicio reconocía el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo y lo enmarcaba en la salud pública, con argumentos que casi parafrasearon a los repetidos como un mantra por el movimiento feminista.

La reforma de la Justicia, de la que en la previa se especulaba más de lo que se proyectaba con certezas, también llegó, no sin eludir primero el debate sobre la existencia o no de presos políticos en la Argentina, que atraviesa precisamente a la fuerza que conduce. Hubo referencias al lawfare y palabras muy duras hacia el embudo que pega las operaciones de los servicios de inteligencia, los jueces federales y los medios de comunicación hegemónicos –y opositores–. Pero poco y nada referido a indultos ni a revertir procesos judiciales en curso. Sí hubo mayores precisiones sobre el alcance de la reforma, lo que se extrañó en cuanto al aborto: Alberto confirmó que los delitos de corrupción serán investigados por un nuevo tribunal, de 50 miembros, lejos “del puñado” de magistrados permeables “a la utilización política de la Justicia”. 

Al margen de ambas reformas, que llegaron sobre el final del discurso, no hubo grandes anuncios. A lo sumo, la presentación de algunos trazos gruesos, como el objetivo de industrializar al país y la intención de generar en la sociedad algo parecido a una conciencia post-neoliberal, con eso del “nunca más” al endeudamiento imposible y “la puerta giratoria” de la fuga de divisas.

La hora y media restante estuvo destinada a sacarle una foto al hambre, la desocupación, la inflación récord y la deuda externa heredadas. Un barrilete que le toca remontar, «tierra arrasada» con poco para ofrecer: las tarjetas alimentarias, los bonos y el congelamiento de tarifas y medicamentos fueron lo que se pudo conseguir en 81 días. Para un sector de la sociedad tendrá sabor a poco; Alberto se ocupó en aclarar que es lo que hay, lo que se pudo. Ahí radica una paradoja de su gobierno: el Frente de Todos logró ganar las elecciones en buena medida por el desastre económico que dejó Macri, pero es ese mismo desastre el que condiciona las posibilidades de ofrecerle una respuesta acorde a la sociedad en su conjunto.

De ahí que primero lo importante, después el resto: “Hay que empezar por los de abajo para después llegar a todos”. Traducido: la clase media tendrá que esperar. Para muestra está el recorte en las jubilaciones mayores a 20 mil pesos, un tema que hoy eligió eludir.

Habrá quienes lo apoyen en ese modo de encarar el problema. Habrá otros que no. Pero la ausencia de una definición clara de hacia dónde iría su presidencia -si en el mejor de los casos Alberto logra que el bote no se hunda y la crisis se supere-, dio lugar a la proliferación del reproche de la oposición cambiemita que pide con bastante cara de piedra un plan económico a largo plazo.

En esa línea de futuro apenas hubo un anuncio del envío de un proyecto para la creación del Consejo Económico y Social, una especie de mesa de trabajo para proponer políticas públicas que a priori buscarán reindustrializar el país, lo que por ahora suena un tanto abstracto. Pero poco más.

En cuanto a los derechos sociales, hubo guiños para el colectivo migrante, los pueblos originarios y las disidencias sexuales y el feminismo: se seguirá el camino de desandar la herencia represiva y estigmatizante de Patricia Bullrich, Miguel Pichetto y CIA. Hay algunos decretos de Macri que están siendo revisados, y debería haber novedades aliviadoras en los próximos meses. También justicia poética: no sólo volvieron Zamba y Tecnópolis, volverán con ellos las notebooks y los libros escolares y los planes de vacunación y “un contundente programa de educación sexual integral y prevención del embarazo no deseado”. Populismo para todes versión 2020.

Alberto dejó claro el punto de partida: un país devastado para reconstruir en medio de la tempestad, con prioridades, restauraciones y mucho en el debe. Sobre todo el mañana mejor que todavía es promesa. Habrá que ver si, como denuncia la oposición, la reforma judicial esconde un copamiento de los tribunales; si el apoyo del Estado a los más pobres alcanza para reactivar la economía y salir de la recesión; si con el apoyo de los países centrales, el Papa y hasta el FMI alcanza para que las negociaciones por la deuda no fracasen; si el Estado tiene las herramientas para domesticar a los formadores de precios, tal como, en parte, lo logró con las retenciones al campo. En 81 días de mandato, nadie arriesga una cosa u otra, pero si hay que creer, alcanza con esa oración pronunciada al pasar: “Nosotros estamos del lado del pueblo”.

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