¿Quién, cuándo y cómo vamos a amar y a tocar nosotrxs lxs solxs?

El aislamiento social, preventivo y obligatorio nos dividió entre quienes -por convivir con pareja o familia- tienen derecho al contacto físico y quienes les queda vedado, convirtiéndose en un nuevo privilegio. "¿No hay ni más amor ni más piel para nosotrxs?", se pregunta María Del Mar Ramón.

Cumplimos un mes de aislamiento social obligatorio, como le llaman acá en Argentina, y más o menos lo mismo en el resto de países de la región, que eligieron distintos eufemismos para nominar al encierro al que nos sometemos por el miedo a morir y a que otrxs mueran. Hasta no tener otra respuesta a este virus silencioso, invisible, novedoso y mortífero, lo mejor será que no nos toquemos, que no nos acerquemos entre nosotros y que evitemos todo vínculo físico con personas con quienes no convivamos, como aseguró el Ministerio de Salud de la Nación.

Para esta altura, quienes tuvimos la suerte de que el encierro nos agarrara con un techo sobre la cabeza y en nuestro país de residencia, estamos divididos por lo que es ahora un nuevo privilegio que algunos, los que están con parejas o familia, tienen y al que otros, nosotros los solos, no podremos acceder hasta nuevo aviso: el contacto físico.

Cuando empezó la cuarentena, Paul B. Preciado escribió un texto bellísimo en el que describía parte del problema que -quienes permanecemos solxs- vemos hoy. Allí decía que las medidas de distanciamiento social nos obligaron a quedarnos congelados en el tiempo en el que estábamos, y que quienes habíamos quedado sin convivir con otra persona, estaríamos totalmente privados del contacto humano, del calor de las pieles y de los abrazos, que esa sería la condición de nuestra supervivencia. Después se hacía una pregunta que todavía me parece fundamental y en la que no puedo parar de pensar: «¿Bajo qué condiciones y de qué forma merecería la pena seguir viviendo?».

Las cuarentenas de los países empiezan a cambiar para poder encontrarse en un punto medio con la producción y la sostenibilidad de la economía. El gobierno de Colombia ya emitió las recomendaciones oficiales para la salida de la cuarentena, allí decía que se va a poder ocupar el espacio público para recuperar la vida productiva, pero no la vida social. Nunca el capitalismo fue tan literal, pensé con angustia cuando lo leí. Vamos a poder salir a trabajar y volver a nuestras casas a encerrarnos.

Hannah Nishat Botero

Mientras miro gente pasar esporádicamente por la ventana, pienso que hace más de un mes que no toco a nadie. Ni hablar de coger con alguien, aunque en este momento me parece más importante abrazar. Mi nueva fantasía transgresora es que abrazo y huelo los cuellos de personas que me voy encontrando por ahí. Yo quedé acá en mi casa, sola, sin pareja. Lo que parecía entonces como una elección se volvió una limitación y obligación enorme para mí. Qué tonta fui, pienso en momentos de ansiedad. Debí haberme casado como dictó toda norma social que me propuse romper, como me insistieron todas mis tías, así no estaría acá, sintiendo el frío en la piel. Podría estar con alguien a quien posiblemente odio, pero tocarlo al fin. El contacto parece ser el nuevo privilegio del que carecemos lxs solxs. Una nueva casta que tiene algo que a otros nos falta y nos faltará por muchísimo tiempo. Lo que antes fue libertad, independencia y autonomía ahora parece tener forma de castigo cruel.

Y si no tenemos derecho a la vida social, ¿cómo vamos a conocer a la gente que nos va a tocar? ¿Es esto una nueva condena para coger exclusivamente con la gente a la que ya conocemos? ¿Incluso eso se podrá hacer en algún momento? ¿Vamos a poder abrazar? ¿Cómo vamos a armar nuestros espacios y a tejer nuestras redes colectivas? ¿Cómo nuestras amistades van a ser contención, amor y calor si no hay espacio para encontrarnos?. Fuera de la institucionalidad de la convivencia, de la oficialización de los vínculos, de la monogamia obligatoria, ¿no hay nada más? ¿Cómo gestionamos el mundo sexoafectivo que habíamos construido al margen de esa norma ahora? ¿No hay ni más amor ni más piel para nosotrxs?

Leo en las conversaciones de Twitter muchas personas que nos angustiamos por esto.  @parialapsus tuiteó hace poco: “Hablo desde la resignación, la tristeza y la soledad: no necesito que me convenzan de que esto es lo mejor para todxs, ya lo sé. Pero si he militado antes de la pandemia que “sobrevivir no es suficiente”, también de alguna manera podemos elaborar esta falta. A mí me pesa”, muchas otras que dicen que es una angustia extravagante o que finalmente el sexo y el contacto físico no son tan importantes. La verdad es que no quiero escuchar a nadie que con la cama caliente de la presencia de unx otrx me dice que el contacto no es importante y que el sexo es una cuestión de otro orden que no tiene tanta relevancia. Quizás es menos relevante pensarlo para quienes lo tienen garantizado, como esos millonarios que dicen que la plata no importa porque a fin de cuentas la riqueza es un estado mental.

Hannah Nishat Botero

Porque el problema es que proponer una vida carente de actividad social implica que quienes la tenían dada desde antes por sus espacios domésticos y privados están habilitados al regocijo, placer, contacto y cariño (esto en mi imaginario ahora celoso y triste de las convivencias colectivas) y que hay una enorme otra parte que tendrá admitido únicamente el trabajo, la productividad y lo mínimo para la supervivencia, sin pensar ni considerar la afectividad, la colectividad o el placer con otrxs.

Me preocupa la imposibilidad de las respuestas y los cuidados. Me preocupa el retroceso que esto significa para nuestros cuerpos. Me angustian las formas que encontremos de discriminación en los vínculos. Me pongo nerviosa cuando pienso en que colectivizar el amor y el contacto como respuesta a la heteronorma monogámica ya no tiene más vigencia, que perdimos esta pelea, odio reconocerlo como fracaso, odio estar tentada a eso y al mismo tiempo no poder evitarlo. Y sí que me preocupa el tiempo que pase así. Escribo sobre las formas virtuales de contener la calentura y sobre estrategias para digitalizar nuestra sexualidad análoga, pero extraño tocar y a esta altura no me parece menor: me parece un derecho humano. Todas las estrategias de cuidado que habíamos diseñado para interactuar con otros y no permitir que la violencia nos aleccionara se acaban de diluir en el peligro de muerte que habita la saliva de los demás. No hay más encontrarte en lugares públicos con gente con la que chateas, no hay más cuidarte y cuidar de las ITS con preservativos, no hay más sexo autónomo, libre y seguro. No hay nada fuera de la convivencia, la institucionalidad de la convivencia, la formalidad, la estabilidad y la promesa de que plegarnos a esa norma que estábamos rompiendo es la única forma de habitar la sexualidad física en medio de una pandemia.

Hannah Nishat Botero

Finalmente todos dicen que esto será transitorio, que no será permanente. Algunos, en cambio, especulan en línea con lo que vienen planteando los gobiernos: que podremos ir moviéndonos lentamente y con distancia social. Que podremos producir, pero no habrá espacios públicos habilitados para disfrutar. A mí sí me suena triste y miserable. Además de nuestra subjetividad, somos descendientes y militantes de movimientos que hicieron de la ocupación del espacio público, de la noche y la libertad colectiva de los cuerpos una bandera, una forma de resistencia, lucha y revolución. Encontraremos estrategias, seguro, pero también habrá cosas que perdamos presas del miedo al virus, a lxs demás, al contagio y a lo que sea que quede de nosotrxs, nuestras psiquis y nuestras ganas de adueñarnos del espacio público cuando nos dejen salir.

Cumplo, acato y cuido, por supuesto, pero desde el silencio de la soledad en el confinamiento me pregunto por el futuro, por el abrazo y por el frío, por el triunfo práctico de todas las instituciones que habíamos odiado, al menos durante este tiempo, por la dificultad de todas nuestras estrategias de amor y resistencia comunitaria en tiempos de pandemia y la pregunta de Preciado me retumba en la cabeza: ¿estas son condiciones de vida que valen la pena?

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