La renuncia del símbolo

Sérgio Moro, exjuez de la causa Lava Jato y hasta hace algunas horas Ministro de Justicia de Jair Bolsonaro, renunció a su cargo en el gobierno y desató un escándalo en Brasil. Moro no era simplemente un ministro, era más un símbolo que un funcionario: el de la lucha contra la corrupción política, un elemento central de la "comunidad moral bolsonarista".

Sérgio Moro, exjuez de la causa Lava Jato y hasta hace algunas horas Ministro de Justicia de Jair Bolsonaro, renunció a su cargo en el gobierno y desató un escándalo de proporciones mayúsculas en Brasil. Lo que se desarrolla ahora es una disputa por la narración política del conflicto que, al momento, lo muestra mucho más sólido a Moro que a Bolsonaro. Este es el golpe político más severo que ha recibido el presidente brasileño que, si bien ha sabido tener muchos conflictos internos (varios de los cuales significaron “víctimas” en el gabinete), la de Moro es la primera caída con peso propio.

A diferencia de algunos exministros como Ricardo Vélez Rodríguez, Gustavo Bebianno o, incluso Henrique Mandetta, flamante exministro de salud (todos expulsados del gobierno por algún escándalo y/o desavenencia con el presidente), Moro no tiene reemplazo. El exjuez del Lava Jato no era simplemente un ministro. Era más un símbolo que un funcionario: el de la lucha contra la corrupción política, un elemento central de lo que la autora Angela Alonso, en la compilación Democracia em risco?, denominó “la comunidad moral bolsonarista”.

En apenas una hora y media de conferencia de prensa, Moro se las arregló para escenificar una salida de película, con frases y denuncias que fueron las granadas que detonaron el fuego y las explosiones mientras él se aleja. Resumidamente, el conflicto se desató porque Bolsonaro decidió echar a Maurício Valeixo, ahora ex Director General de la Policía Federal (PF) y jugador de confianza del exjuez Moro, quien lo había impulsado para el cargo. Ante esta decisión presidencial, Moro renunció, argumentando que Bolsonaro violaba la promesa de darle absoluta autonomía para hacer su trabajo en el ministerio. Pero, sobre todo, porque declaró no haber recibido ninguna justificación para el desplazamiento. En su salida triunfal, Moro agregó que el Presidente le había informado que “tenía preocupación con investigaciones en curso en el Supremo Tribunal Federal y que el cambio en la PF sería oportuno por ese motivo”. Y en este punto, el mediático juez se dio el lujo de largar una chicana, como para que no quedasen dudas de que lo suyo es menos una renuncia que una declaración de guerra: dio a entender que ni Lula ni Dilma se habían atrevido a interferir en las investigaciones judiciales como pretendía hacerlo Bolsonaro.

Al final del día, Moro había dejado “sin querer queriendo” dos denuncias gravísimas contra el Presidente. Por un lado, la mencionada intención de intervenir en investigaciones en curso. A lo que sumó que no había sido informado de la decisión de echar a Valeixo ni había visto el Decreto que lo oficializaba a pesar de que, en el Boletín Oficial, el documento que anunciaba el desplazamiento incluía su firma. Para colmo de males, y aunque parezca mentira, horas después del discurso de Sérgio Moro el gobierno volvió a publicar el decreto de exoneración, esta vez ya sin la firma del exjuez. Ante todo esto, el Procurador General de la República (PGR), Augusto Aras, hizo una presentación ante el STF para que se investigue lo denunciado por el exjuez de Curitiba: se calcula que, según lo mencionado por Moro, Bolsonaro pudo haber incurrido en por lo menos siete delitos.

Actualmente, hay dos causas en poder del STF que involucran al presidente o a sus colaboradores más cercanos. La que probablemente lo tenga más alterado es la que investiga una organización “paraestatal” encargada de esparcir noticias falsas y ataques virtuales sobre distintas autoridades políticas. Versiones periodísticas ya indican que Carlos Bolsonaro, hijo del presidente y actual concejal en el estado de Río de Janeiro, sería el indicado por la Policía Federal como articulador en el esquema. El máximo tribunal, además, tiene en curso otra investigación que pesa tanto sobre Bolsonaro como sobre sus hijos, por organizar manifestaciones antidemocráticas (vale la pena recordar que el domingo 19 de abril, Bolsonaro fue orador en una manifestación frente al Cuartel General del Ejército, en Brasilia, donde se clamaba por el cierre del Congreso).

Está claro que el escenario post-renuncia de su ministro estrella le significa un doble problema al actual presidente: por un lado, pierde apoyo político en un importante sector de la sociedad que se identifica menos con Bolsonaro que con Moro. Por otro lado, fortalece a la oposición, que cada vez es más grande e intensa en su enfrentamiento con el oficialismo. ¿Esto significa que corre riesgo la presidencia de Bolsonaro? En principio, parecería que no. Según cuentan los reconocidos periodistas del podcast Foro de Teresina, actualmente hay 27 pedidos de impeachment contra el presidente (de los cuales 22 fueron solicitados este año). Y aunque el expresidente Fernando Henrique Cardoso le pidió a Bolsonaro, a través de su cuenta personal de Twitter, que renunciara para ahorrarle al país el desgaste de llevar adelante un juicio político, pareciera que Bolsonaro no va a darle el gusto. Aunque de mantenerse la tendencia en la caída de su imagen, es probable que varios presidentes de bloques, que hoy se muestran poco dispuestos a llevar adelante un proceso como el que terminó con la presidencia de Dilma Roussef, cambien de parecer.

En este punto se suma otro problema, una incógnita que aguijonea a los opositores democráticos al gobierno pero que nadie se anima a plantear en voz alta: ¿qué garantía de institucionalidad podría ofrecer el sistema político en el hipotético caso de que Bolsonaro fuera expulsado por un juicio político? Hay que recordar que el gobierno llenó de militares el Estado: según consta en el artículo de Angela Alonso, cerca de un cuarto de los ministerios está en manos de representantes del poder militar y, entre ellos, se cuenta al Vicepresidente, Hamilton Mourão, primero en la línea sucesoria. Fue bastante gráfico, en ese sentido, cómo Bolsonaro decidió rodearse mientras daba la conferencia de prensa para responder a las acusaciones de Moro. De los 24 ministros que acompañaron al presidente (entre los cuales sólo se cuentan tres mujeres y un negro), dos se destacaban como escoltas en primera línea. El primero a su derecha era el Vicepresidente Mourão y el primero a su izquierda era Fernando Azevedo e Silva, Ministro de Defensa: ambos pertenecen al Ejército.

Mientras tanto, el exjuez de la causa Lava Jato se aprovecha de su posición. La iniciativa es suya: toda la opinión pública se mantiene pendiente de sus movimientos, mientras obliga al gobierno a ponerse a la defensiva, teniendo que atajar y responder cada una de las acusaciones que emite. ¿Quiere, como denuncia Bolsonaro y se rumorea hace tiempo, un lugar en la Suprema Corte (STF)? Este planteo resulta difícil de determinar. Como él mismo se encargó de demostrar cuando filtró al noticiero nocturno de la cadena Globo sus conversaciones por Whatsapp con la diputada oficialista Carla Zambelli (de quien fue padrino de casamiento, vale destacar), hay sectores políticos que lo quieren en la Corte. Pero como twitteó en las últimas horas, si esa fuera su intención, hubiera aceptado la propuesta de ceder a su hombre en la Policía Federal a cambio de la próxima vacante en el máximo tribunal (que se abriría en noviembre de este año ante la jubilación de Celso de Mello).

«La clave estará en cómo replegar el avance de las tecnologías de vigilancia»

¿Será, entonces, que está empezando a pavimentar el camino para intentar ser candidato presidencial en 2022? Parece apresurado y tendría varios competidores en su sector.  De lo que no hay dudas es de que Moro es una estrella con brillo propio en la constelación política brasileña: su salida del gobierno drenó un porcentaje importantísimo de apoyo popular, demostrando que muchas personas lo sostienen como referente más allá de las acusaciones del gobierno o de las denuncias de arbitrariedad que pesan sobre su actuación en el Lava Jato.

Como un brazo que atraviesa un vidrio, Sérgio Moro se retira cortando. Y lo que queda a la vista es una escena que, por repetida que sea, no deja de llamar la atención: el presidente Jair Bolsonaro se desangra en público y, atontado, se agarra de lo que encuentra para no caer. Por lo pronto le alcanza.

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