«La gente que lo sigue es la que no lo deja morir»

Hoy se cumplen 20 años de la muerte del joven que arrasó en las bailantas de todo el país, pero su música sigue vigente y la leyenda continúa. Fanáticos de El Potro nos dejaron historias y anécdotas que retratan la importancia del ídolo del cuarteto cordobés en sus vidas.

Arriba de la heladera de Olga hay un portarretratos de borde cromado con una foto de Rodrigo Bueno: serio, con el pelo corto y azul y una medalla de oro que le cuelga del cuello. “Está hermoso -dice la mujer de 82 años-. Cuando limpio, agarro la foto y le doy un beso”. Hoy se cumplen 20 años de la muerte del cantante cordobés que, después de un recital, se accidentó con su camioneta a la altura de Berazategui donde hoy hay un pequeño santuario.

Olga cuenta que las canciones de El Potro la ayudaron a superar la tristeza que le causó la muerte de su marido en 1992. “Yo lo amo (a Rodrigo) porque me dio alegría. Me ponían las canciones para levantarme el ánimo. Incluso hoy, si voy a una fiesta, me pongo a bailar cuando suena una de sus canciones. Nadie puede creer que una vieja de 82 años esté tan metida con Rodrigo, pero a mí me hizo muy bien”, asegura. Cuando le preguntan su canción favorita no duda: «Fue lo mejor del amor».

Soy cordobés

Rodrigo Alejandro Bueno nació en la ciudad de Córdoba el 24 de mayo de 1973. Sus padres, Eduardo “Pichín” Bueno y Beatriz Olave, impulsaron la carrera musical de Rodrigo desde pequeño. A los dos años, hizo su primera aparición musical de la mano del cantante Carlos “la Mona” Jiménez en el programa La Fiesta del Cuarteto.

“Pichín” produjo el primer disco de su hijo, Disco Baby, cuando éste tenía sólo 5 años. A los 12, Rodrigo dejó la escuela para dedicarse de lleno a la música y se unió al grupo Manto Negro; a los 17 lanzó su primer disco solista «La foto de tu cuerpo». Como la carrera de El Potro -en ese momento apodado “El Bebote”- no despegaba en su provincia natal, “Pichín” decidió llevarlo a probar suerte a las bailantas de Buenos Aires.

Ro, Ro, Ro, Ro, Rodrigo, carajo

Paola era adolescente cuando encontró el cassette de «La leyenda continúa» (que Rodrigo había lanzado en 1997) en la casa de su tío. Lo puso “para ver qué onda” y le gustó.  Ella vivía en zona oeste y con su hermano, Gustavo, iban a ver los shows del cuartetero a las bailantas. “El tipo tenía un carisma que arrasaba, entraba al escenario y se paraba todo -recuerda Paola-. Una vez, fuimos a una bailanta en Castelar. Él estaba anunciado para las 4 y llegó a las 7 de la mañana y todo el mundo lo estaba esperando, a nadie le importaba (que llegara tarde). Y él se quiso disculpar, pero los aplausos y gritos tapaban la disculpa”.

Paola asegura que Rodrigo y su banda tenían una relación cercana con sus fans. Uno de los coristas la saludaba cuando ella lograba acercarse al escenario. “Y yo flasheaba que por él lo iba a conocer a Rodrigo”, cuenta. Una noche, a Rodrigo se le cayó una pulsera. Paola la agarró y se la tiró a los pies del cantante, con la esperanza de que le devolviera la mirada, pero no pasó. La última vez que fue a un show de El Potro fue en Wall Street, en Moreno.

En diciembre de 1999 Rodrigo lanzó su último disco, «A 2000», e inició una gira que coronó con 13 presentaciones seguidas en el Luna Park que reunieron a más de 82 mil personas. En honor a la mítica tradición pugilística del estadio, Rodrigo se calzó short, guantes y protector bucal. El cantante ingresó al escenario por el medio del campo, acompañado de un séquito, al ritmo de Eye of the tiger y vestido con una bata de boxeador. Arriba del escenario, había un pequeño ring montado desde donde El Potro arrancó su show con Yerba Mala.

“Era impresionante, te hacía llorar de locura y emoción mientras bailabas. Me acuerdo y se me pone la piel de gallina, fue una noche increíble”, cuenta María Clara, que en ese momento estaba en quinto año del secundario. Todavía tiene guardada la entrada de ese recital al que fue con su primo. “Me acuerdo de todes bailando al ritmo del cuarteto, como si no hubiera mañana. Con Amor Clasificado estallaba todo”, recuerda.

Para Laura, el recital en el Luna Park es “doblemente emotivo”. “Mi abuelo me regaló la entrada. Yo no tenía un mango porque tenía 13 años, no laburaba y comprar una entrada era un re esfuerzo”, afirma. Esa experiencia, agrega, es “un tesoro que guardo para siempre”.

“Para El Potro. Te amo”

El 21 de junio del 2000, Rodrigo se presentó en el Centro Polideportivo de Ushuaia. “Me acuerdo que se escuchaba desde mi casa, que estaba a unas cuadras del Polideportivo”, dice Sofía a El Grito del Sur. En ese momento, ella tenía 6 años y sus padres no la llevaron al recital. “(Rodrigo) era mi ídolo. Mi papá ponía los discos en el Fiat Uno que teníamos”, afirma. Una vez, los primos mayores de Sofía fueron de visita a Tierra del Fuego y la llevaron a una disquería para hacerle un regalo. “Me preguntaron si quería el de Britney; yo no tenía idea de quién era, entonces pedí que me compraran uno de El Potro”, agrega.

Rodrigo volvió a Buenos Aires el 23 de junio. Esa noche fue a cenar a El Corralón antes de ir al que sería su último show en Escándalo, una bailanta de City Bell. Cuando volvía del recital, Rodrigo chocó la camioneta Ford Explorer roja que manejaba y falleció a los 27 años. En el vehículo también viajaban su expareja, Patricia Pacheco, su hijo Ramiro, el músico Jorge Moreno y el locutor de radio Alberto Pereyra, quienes resultaron ilesos, y Fernando Olmedo, hijo del comediante, que falleció en el accidente.

“Me levanté ese sábado y me quedé todo el día mirando los noticieros sentada en la cama y llorando. Ese día le escribí una cartita que todavía guardo”, recuerda Sofía. En la carta escribió una parte de «Fue lo mejor del amor» rodeada de corazones. El sobre es una hoja doblada a la mitad, con los bordes cerrados con una abrochadora y tiene escrito “Para El Potro. Te amo” con más corazones dibujados.

Victoria tenía 8 años cuando murió Rodrigo. “Me acuerdo que mis viejos estaban en la cocina y no me escucharon llegar. Miré la tele y estaba la placa de Crónica: ‘Se mató Rodrigo’ y que mostraban el cuerpo de él cubierto con un nylon. Me puse a llorar como si se hubiera muerto un familiar. Era como si me hubieran arrancado un pedazo del corazón”, asegura.

La leyenda continúa

Victoria sigue escuchando las canciones de El Potro porque, para ella, “Rodrigo es sinónimo de felicidad”. Cuando empezó a usar Internet, Victoria buscó canciones, videos y entrevistas del cantante. “Me parece hipnótico. Si encuentro en Facebook un video de Rodrigo en lo de Susana, por ejemplo, me lo quedo mirando”, afirma.

Guido también era un niño cuando murió Rodrigo. “Me empezó a gustar de grande, mucho después de su muerte. Para bailar, es lo que más me gusta”, sostiene. Su canción favorita es «Fue lo mejor del amor». “Es bien descriptiva de la situación de ‘lo prohibido’, como que logra meterte adentro de la situación”, describe.

“Me enganchan las letras, parecen de un adelantado, de un poeta cantando cuarteto, que era un ritmo que no estaba legitimado -opina Victoria-. Él cantaba con un ritmo feliz una canción como Informe Policial que cuenta un femicidio, es tremendo”.

En el 2000, Dana tenía 5 años, pero ya le gustaban las canciones de Rodrigo. A los 12, decoró su habitación con pósters del ídolo cordobés y a los 15 se hizo su primer tatuaje. “Iba a hacerme la cara, pero no me dejaron. Me hice una clave de sol con una R y una D. Cuando pueda, me voy a hacer el caballito”, afirma decidida.

En 2018 se estrenó la película El Potro. Lo mejor del amor, dirigida por Lorena Muñoz -que ya había hecho la biopic de Gilda-. Dana fue a verla tres veces y conserva las entradas del cine, aunque tiene sensaciones encontradas respecto al film. “Está bien mostrar las distintas caras del artista, pero le falta el espíritu de Rodrigo que es la alegría”, señala la joven.

Para Dana, Rodrigo es sinónimo de carisma, de felicidad. Conserva sus posters, participa en grupos de Facebook que honran al cantante, usa remeras y tazas con la cara de El Potro. “Voy a estar eternamente agradecida con él por la alegría que me da su música -asegura-. Seguirlo te hace sentir como si estuviera acá haciendo música, como si estuviera acá con nosotros. La gente que lo sigue es la que no lo deja morir”.

Compartí

Comentarios

Ludmila Ferrer

Periodista y Licenciada en Comunicación Social (UBA). Escribe también en Página/12 y sigue más podcasts de los que puede escuchar.