«Entre hombres no aparece la vulnerabilidad porque no hay un lugar donde mostrarse frágil»

Las muertes de mujeres, lesbianas, travestis y trans aumentan. Sin embargo, pocas veces se generan políticas públicas que aborden la problemática de manera integral e incluyan las masculinidades. La asociación Pablo Besson trabaja desde hace 14 años con grupos psico-socio-educativos para varones que ejercieron violencia de género. Algunos de sus integrantes nos cuentan qué recursos existen actualmente para trabajar con estos hombres.

“Comprender la masculinidad es un acto político indispensable, para los hombres inclusive, que la sufren”, explicó la antropóloga Rita Segato en diálogo con la Agencia Télam. Aunque algunes vienen trabajando hace mucho al respecto, el tema de las masculinidades ingresó recientemente en la agenda pública y tuvo su pico mediático luego del crimen de Fernando Báez. Actualmente, si bien el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidades está integrando el tema, no existen políticas públicas concretas que aborden esta problemática y piensen medidas contra la violencia de género de manera integral. Si la “cofradía de varones”, como lo llama la autora, no se puede desarticular sola: ¿qué recursos existen actualmente para trabajar con los varones violentos?

La asociación Pablo Besson funciona en la Ciudad de Buenos Aires desde hace 23 años. Si bien comenzó trabajando con mujeres y niñes víctimas de violencia de género o abusos sexuales, a partir de esta experiencia se dieron cuenta de que la única manera real de terminar con el círculo de la violencia era incluir a todos los actores y sumar al otro eslabón de la cadena: las masculinidades. Por eso, desde hace 14 años generan dispositivos de abordaje para varones que han ejercido violencia de género. Hoy, la asociación cuenta con tres grupos psico-socio-educativos que abordan la problemática de manera integral y forma parte de RETEM (Red de Equipos de Trabajo y Estudio en Masculinidades), integrada por 18 equipos de coordinación y trabajo con los mismos marcos teóricos y lineamientos. La mayoría de quienes asisten a estos grupos semiabiertos llegan por derivación judicial, aunque hay un pequeño porcentaje que se acerca por iniciativa personal. El principal trabajo de los grupos se basa en romper la lógica con la que estos varones se relacionan tanto con las mujeres como entre sí para demostrar que se pueden crear otras dinámicas que no funcionen a partir de la sumisión ni deriven en conductas violentas.

Malena Manzato es psicóloga social y hace 14 años que coordina grupos en la asociación. Sobre cómo surgió la necesidad de crearlos, explica: “En un momento recibimos a dos mujeres y cuando escuchamos las historias eran víctimas del mismo señor. Eso nos impactó mucho y entonces empezamos a estudiar el tema, aún cuando las investigaciones sobre masculinidades eran muy pocas. Así nos fuimos capacitando y a partir de allí comenzamos a abrir grupos de trabajo”. Malena cuenta que hay que generar la demanda de contención y armar la dinámica grupal. Si bien al inicio hay mucha resistencia, compartir espacios con personas que estén más adelantadas en el trabajo grupal permite reconocer las violencias.

Matías de Stéfano Barbero es antropólogo, miembro de la Asociación Pablo Besson y del Instituto de Masculinidades y Cambio Social. Llegó a la asociación con el fin de realizar su tesis de Doctorado en Antropología, pero pronto terminó coordinando grupos. Él explica que la violencia de género está totalmente atravesada por la manera en que se relacionan los varones en su vida cotidiana y la lógica de los grupos de amigos. Si bien estos vínculos están atravesados por alianzas y complicidades, pocas veces llegan a generar espacios de intimidad, ya que existe la concepción de que mostrarse vulnerables significa una oportunidad para ser subsumidos y humillados. “Estamos todo el tiempo tratando de poner de manifiesto que la asociación es un lugar seguro donde se puede ceder a la vulnerabilidad sin que eso suponga una competencia o una humillación, entonces se va armando una pertenencia al grupo. Hay hombres a los que les cuesta más y otros a los que les cuesta menos tomar confianza, pero cuando se dan cuenta que pueden decir algo y que el equipo de coordinación o los compañeros no lo van a usar para burlarse, sino para compartirlo es que se empiezan abrir. La mayoría viene pensando que son los únicos a los que les pasa esto y cuando se encuentran con que no, es más fácil empezar a hablar”.

El filósofo Robert Brannon postula que la masculinidad hegemónica puede resumirse en 4 puntos fundamentales: total repudio a lo femenino, tener poder, éxito y riqueza; controlar las emociones para no mostrarse sensible y tender a la valentía y la violencia. Todas estas características son las que propician la violencia de género. “Uno de los casos que utilizo para mi tesis es el de un hombre que me dijo: ‘Yo no sabía que hablar hacía bien, me di cuenta viniendo al grupo’. Fue muy fuerte. Les pedimos a los varones que reflexionen sobre el patriarcado pero vienen con muy pocas herramientas de comunicación y de reflexión al respecto, entonces hay que hacer un trabajo desde abajo”, agrega Matías.

Si bien los grupos psico-socio-educativos realizan un trabajo fundamental, continúan siendo una burbuja que se rompe cuando terminan y los integrantes deben salir a un mundo exterior donde prima la masculinidad hegemónica y el sistema patriarcal. “Ahí hay varias dimensiones. Nosotros en el grupo demostramos que hay alternativas, por eso es importante que el equipo de trabajo sea mixto, porque si ves que un varón se para de esa manera vas mostrando otras relaciones entre pares. Por ejemplo, al principio cuando uno de los varones se quiebra, los otros no saben qué hacer, pero después de un tiempo de trabajo si alguno se pone a llorar los compañeros lo contienen. Estas experiencias de escucha y diálogo van construyendo un tipo de lazo que en general es la primera vez que lo están experimentando. Es verdad que después salís y te juntás con tus amigos y sigue siendo la misma dinámica, pero en ese sentido el trabajo en el grupo puede cambiar su posición. Ellos también son agentes de cambio de alguna manera”.

Juntarse a jugar al fútbol, ir a la cancha o a un bar no son contextos donde se habilita la charla de par a par. Son contextos en los que el prejuicio y la homofobia limitan las relaciones entre pares porque prima la jerarquía entre masculinidades. “Cuando vos te juntas de a uno hay un espacio más propicio porque sentís que no está la mirada del grupo que te va a juzgar, pero en general no se da. Entre hombres no aparece la vulnerabilidad porque no hay un lugar donde mostrarse frágil y encontrar contención en el otro. Llegar a eso es una transformación mucho más lenta”.

Durante el aislamiento no solo aumentó la violencia de género, sino también la tensión en las relaciones, la frustración frente a las dificultades para generar ingresos y el ahogo por la convivencia. La imposibilidad de continuar los grupos presenciales complicó la manera de seguir con el proceso que se estaba llevando a cabo. “En este tiempo lo que hicimos fue crear un grupo de Whatsapp para mantenernos en contacto. Trabajamos temas específicos, les mandamos actividades, armamos un programa para ir desarrollando, un protocolo. En este contexto en que la violencia es mucho más compleja, insistimos en usar todas las herramientas posibles para manejar la situación de enojo y que en cada momento de explosión se comuniquen con el grupo. Solo tuvimos un caso en el cual hubo que llamar a la fiscalía; sin embargo, eso sirvió para saber que están presentes la asociación y la justicia”, cuenta Malena.

Finalmente hay una pregunta que flota, rondando en el aire: ¿Es posible reconstruir la pareja o construir relaciones sanas luego de un episodio de violencia? A esta pregunta, Malena responde: “Siempre decimos que nosotros no casamos ni divorciamos porque esas son decisiones que tanto mujeres como varones tienen que tomar en libertad. Algunos reconstruyen la relación y otros no. Si ambos hacen procesos en distintos espacios es posible que retornen; también depende del límite de violencia que se haya ejercido”. Por su parte, Matías opina: “Desde afuera pensamos que un varón que ejerce violencia va a ser igual en todas sus relaciones y no necesariamente es así. Mucho tiene que ver con la dinámica específica de las parejas: la posición de la masculinidad es relacional. Puede suceder que un varón tenga un vínculo con una mujer cuya posición le suponga un conflicto en su masculinidad -por ejemplo porque es independiente económicamente- y eso puede generar situaciones de violencia, pero con otra mujer que ocupa otra posición, no. También puede ser que en un periodo el varón se quede sin trabajo y eso suponga una ruptura en su masculinidad. Según cómo se gestione esa incertidumbre se puede dar una situación de violencia, pero en su próxima relación, si hace un trabajo en el grupo, tal vez entienda que no ser proveedor no implica necesariamente perder su identidad, y esto no le suponga un problema. Igual, sin duda, uno de los objetivos principales del trabajo con varones en los grupos es evitar la reincidencia para proteger a las mujeres”.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios