Luther King y una nueva «hora para romper el silencio»

Con la nueva oleada de racismo que vive EEUU, asoma el recuerdo de Martin Luther King y su prédica por derechos y libertad de los afroestadounidenses. Hubo un discurso menos recordado que "Tengo un sueño", pero más combativo y, por eso mismo, silenciado por la historia oficial.

Martin Luther King-MLK, líder del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, es conocido mundialmente por liderar la resistencia pacífica contra el racismo. Por su activismo no-violento, en 1964, con apenas 35 años, fue condecorado con el Premio Nobel de la Paz.

MLK tenía una oratoria envidiable, la historia no ha conocido alguien con su nivel de elocuencia, su retórica tenía poder de transformación y movilización del cuerpo social.

«Yo Tengo Un Sueño” es el nombre del discurso más conocido de King. Los mas informados e interesados por la lucha antirracista en el mundo se acuerdan con facilidad de las palabras del líder y sus aspiraciones de conquistar la convivencia armoniosa entre negros y blancos. El discurso, que ocurrió el día 28 de agosto de 1963, en el contexto de la Marcha de Washington por Trabajo y Libertad, es el principal símbolo de la lucha pacífica liderada por MLK. Este discurso se afianzó en la memoria colectiva y recordarlo es casi intuitivo cuando se piensa en las movilizaciones por derechos y libertad de los afroestadounidenses.

Otro poderoso e importante discurso de King fue el titulado «La Hora de Romper el Silencio», el cual, a pesar de haber sido considerado por la revista protestante y progresista Sojourner como “uno de los más importantes de la historia de EE.UU.”, no es tan fácilmente recordado y cayó en el olvido colectivo. Este discurso fue pronunciado en Riverside Church, New York City, el 4 de abril de 1967. Aquí King presentaba una versión más revolucionaria de la que muchos estadounidenses están dispuestos a recordar, realizando duras críticas a la Guerra de Vietnam y a las desigualdades económicas y sociales del país. Su redactor, el historiador Vincent Harding, sostenía que «… fue precisamente un año después de este discurso que esa bala que lo había estado persiguiendo durante mucho tiempo finalmente lo alcanzó». Harding, que también fue amigo de MLK, advirtió estar “convencido de que esa bala, la que lo asesinó el 4 de abril de 1968, tuvo algo que ver con ese discurso» (Magali Fox, 2014).

A la luz de este ejemplo surgen algunos interrogantes: ¿Qué hizo que un discurso sea más recordado que el otro? ¿Cómo fue posible que muchos estadounidenses olviden uno de los discursos más importantes de la historia de EE.UU.?

La respuesta a estas preguntas se pueden atribuir al lugar, la magnitud y el contexto social diferente en el que se dan ambos eventos; sin embargo, este artículo pretende apuntar la explicación a la existencia de disputas por la narrativa del pasado en la memorialización de estos discursos.

De acuerdo con Elizabeth Jelin, la memoria consiste en los hechos que se desean recordar, siendo ésta caracterizada por la subjetividad, ya que está sujeta a interpretación y la intención de quien desea memorar. Para la autora, la memoria de ningún modo constituye una erogación pura del pasado, ya que se vincula directamente con las experiencias de aquellos que recuerdan (2018). Una reflexión crítica del pasado resulta en una memoria con un papel político, la cual deriva en una constante disputa entre los actores sociales por su construcción de forma colectiva.

Ciertamente, uno de los actores que ha disputado y dominado la forma de memorar las luchas por los derechos civiles en EE.UU. es el Estado Nacional, el cual promovió una forma oficial de recordar que funcionó como un recorte del pasado favorable a la narrativa que ocupa, hasta la actualidad, un lugar central en los discursos públicos del país.

Para la memoria oficial el discurso “La Hora de Romper el Silencio” resulta bastante incómodo, ya que en esta predica King mostraba su versión más subversiva, la que le costó la vida. En el MLK hablaba en nombre de los “pobres del mundo” y confrontaba a los grandes poderes instituidos cuestionando: “¿qué piensan los campesinos cuando nos aliamos con los terratenientes y nos rehusamos a poner en práctica nuestras palabras acerca de la reforma agrícola?». El discurso estaba a tono con el King que planeaba la “Campaña de los pobres», una ocupación en Washington para protestar en contra de las desemejanzas económicas y sociales en el país y en el mundo. El propio MLK reconocía que este discurso y las nuevas demandas incorporadas a la lucha por los derechos civiles generaban consternación, haciendo alusión que frecuentemente era cuestionado de “¿Por qué el Sr. King se está uniendo a las voces de la disidencia?» o cuando afirmaban «…que la Guerra de Vietnam y los derechos civiles no se mezclan”.

Y en el caso del célebre discurso “Yo tengo un sueño”, ¿cuál era su narrativa? ¿Por qué forma parte de la memoria oficial?

«Yo Tengo un Sueño”, a diferencia de “La Hora de Romper el Silencio”, es un discurso un poco más amigable con la narrativa hegemónica ya que, en su esencia, no se enfrenta directamente con problemas fundacionales de EE.UU. Un ejemplo de ello es el reconocimiento de King a los “padres de la Patria” como los «arquitectos de la República» y «escritores de las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia». En este discurso, “los padres de la Patria” están librados de la omisión de las desigualdades civiles entre blancos y afroamericanos que se perpetuó por siglos en EE.UU.

Asimismo, en el discurso en el Lincoln Memorial, King declaró que soñaba con una sociedad donde no existiesen diferencias entre negros y blancos, donde “los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos se puedan sentar juntos en la mesa de la hermandad». Este sueño de igualdad racial, que para algunos significa reparación histórica, económica y social, fue utilizado por “oportunistas del pasado” como fundamento para discursos meritocráticos.

Otra particularidad del discurso “Yo tengo un sueño” es el lugar central que le otorga a Dios, hecho armónico con la Historiografía Oficial del siglo XIX, la cual atribuye al “todopoderoso” la conquista de la independencia del país. King finaliza su discurso declarando «¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!». Es evidente la conveniencia para la memoria oficial de otorgar a Dios, y no a una revolución, el mérito de la conquista por los derechos civiles.

A contramano, en “La Hora de Romper el Silencio”, King le señala a los estadounidenses cuan distantes estaban de los “principios divinos”. Incluso va más allá y reivindica un Jesucristo revolucionario y tolerante con distintas ideologías, exhortando si «¿podría ser que ellos no saben que la buena nueva de Jesús era para todos los hombres? comunista y capitalista, para sus hijos y los nuestros, al negro y al blanco, para los revolucionarios y conservadores?… Entonces, ¿qué puedo decir para el Vietcong o Castro o Mao como un fiel ministro de Jesús? ¿Los amenazo con la muerte o tengo que compartir con ellos mi vida?».

También, es en este mismo discurso que cuestiona la guerra de Vietnam y sus razones, alegando que es fácil darse cuenta “que ninguna de las cosas por las que decimos estar peleando está realmente involucrada”. King también califica como «cruel ironía» el hecho de ver a blancos y negros luchando una guerra para defender a una nación «que ha sido incapaz de sentarlos juntos en las mismas escuelas”. El moralismo estadounidense nunca fue tan expuesto como en “La Hora de Romper el Silencio”, esta versión de King, desoída y olvidada, responde a una memoria filtrada por el Estado nacional.

Era tal el apremio de la memoria oficial de EE.UU. de construir la imagen pacifista del héroe afroestadounidense, que no sólo desoye el discurso «La Hora de Romper el Silencio”, sino también el tramo más relevante del discurso “Yo tengo un sueño”, cuando King declara que «no habrá ni descanso ni tranquilidad en EE.UU. hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra Nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia». El tono amenazante del discurso fue opacado por la idea de la “no violencia” y de una tolerancia sin fecha de vencimiento.

NO JUSTICE, NO PEACE

Tras el asesinato de George Floyd en manos de la policía el pasado 25 de mayo, se desencadenaron movilizaciones incendiarias en distintas partes de EE.UU.. Lo que debería ser una obviedad, «Black Lives Matter», necesitó de manifestaciones masivas para llamar la atención a los abusos policiales hacia las personas afrodescendientes.

A pesar de que la religión protestante tiene un rol central en la historia del movimiento negro en EE.UU., las manifestaciones parecían un verdadero culto a Xangó, orixá de la justicia, de los rayos, del trueno y del fuego según el Candomblé, religión de matriz africana.

No hay espacio para una memoria del consenso cuando avisás que no podés respirar y te siguen ahorcando. No hay espacio para la reconciliación cuando la herida sigue abierta. Nuevamente los oportunistas de la memoria no tardaron en hacer uso del pasado de Martin Luther King para censurar las protestas.

La justicia quitó el lugar a la paz. Como dijo MLK en el discurso “Yo Tengo un Sueño”, «hay quienes preguntan a los que luchan por los derechos civiles: ‘¿Cuándo quedarán satisfechos?’ Nunca estaremos satisfechos mientras el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial».

 

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