Mi puto padre

En una nueva celebración del Día del Padre, desde El Grito del Sur conversamos con padres de familias homoparentales sobre la construcción de otras paternidades, las dificultades del sistema de adopción y la lucha constante contra la discriminación en una sociedad que sigue pensando a la familia como una relación posible únicamente entre mamá-papá.

En los últimos años, la celebración del Día del Padre ha puesto sobre la mesa distintos debates relacionados a los diversos tipos de paternidad, la división equitativa de las tareas de cuidado y la pelea por la ampliación de las licencias por paternidad. Sin embargo, la mayoría de los debates parten del preconcepto instituido que continúa concibiendo a la familia como una relación monogámica y, fundamentalmente, heterosexual. Habilitar el lugar a discutir qué pasa en las familias homoparentales, las dificultades de querer adoptar un niño, una niña o une adolescente, y la discriminación que sufren en muchos casos tanto hijes como padres nos permite pensar qué tipo de paternidades queremos construir y ensayar cómo hacerlo.

Adrián, Fabio, Mariana, Diego y Cintia

Adrián Urrutia tiene 48 años, es director de Diversidad del gobierno de Neuquén y desde hace cinco años es padre de Mariana (17), Diego (19) y Cintia (21). Aunque pasó 33 años de su vida llevando una vida heterosexual, en 2009 decidió dejar atrás las presiones familiares, sociales y religiosas que lo habían llevado a reprimir durante largo tiempo su orientación sexual. «Siempre fui una mezcla de Susanita y de Mafalda. Mafalda por presidir el centro de estudiantes del colegio secundario, ser presidente de la comisión vecinal y siempre ser contestatario, y Susanita en la cuestión más romántica y familiera. Siempre había querido ser papá», cuenta en diálogo con El Grito del Sur.

Asumir entonces su sexualidad no implicaba únicamente discutir con los mandatos y presiones a las que estaba acostumbrado, sino también renunciar a su deseo de ser padre. «Cuando me asumo como gay, lo que más trabajé en terapia fue clausurar esa etapa para mí. Me acuerdo que mi psicólogo me decía «pero… podés adoptar» y yo ya estaba negado: «No, no voy a poder ser papá, pero no importa, prefiero ser libre» -le respondía-«. La primera frustración que yo tuve como papá fue cuando salí del closet», recuerda.

Al poco tiempo de asumirse homosexual conoció a Fabio (38), su primer novio y su marido en la actualidad. En 2009 empezó a militar activamente por los derechos del colectivo LGBT+ y en particular por la sanción de la ley de matrimonio igualitario, promulgada un año más tarde por el Congreso de la Nación. «El día que yo sentí que iba a poder ser papá fue el día que se aprobó el matrimonio igualitario», confiesa. Apenas unos meses antes, Fabio y Adrián habían iniciado su inscripción en el Registro Único de Adopción (RUA). Pero, al momento de iniciar los trámites, debieron crear dos expedientes por separado, ya que las normativas vigentes hasta entonces no les permitía inscribirse como matrimonio.

Pablo Fracchia y M. en la Marcha del Orgullo 2019

Su historia tiene algunas coincidencias con la de Pablo Fracchia, trabajador social y empleado del Poder Judicial en la Villa 31. En octubre del año pasado, a sus 37 años, Pablo logró alcanzar su sueño de ser padre adoptando a M. y este año celebrará por primera vez el Día del Padre. «La paternidad fue algo que siempre estuvo en mi vida, con los nenes más chiquitos o en la adolescencia también con mis primitos. La paternidad fue como una idea que siempre rondaba y siempre que imaginaba el futuro me lo imaginaba con hijos», cuenta.

Sin embargo, a los 15 años sus planes a futuro empezaron a estar en duda a partir de comenzar a cuestionarse su sexualidad. En este sentido, Fracchia se vio amenazado por el mismo miedo que Urrutia: «Siempre cuento que una de las cosas que más me demoró en salir del closet tenía que ver con asociar inmediatamente ser gay a la imposibilidad de ser papá, así como a la imposibilidad de construir una familia», sigue.

En su caso, además, debió atravesar dicho proceso a mitad de la década de los ’90, cuando primaba un estereotipo muy fuerte y violento de la homosexualidad. «Era una moneda de cambio muy injusta y muy tortuosa para un pibe de 15 años que estaba tratando de entender qué le pasaba en la vida y teniendo que elegir si es quien es o entrega uno de sus deseos», confiesa lamentándose. De ello se desprende su participación en la Coalición Cívica-ARI a comienzos de este siglo. Sin embargo, su militancia en la diversidad y las primeras señales progresistas del gobierno de Néstor Kirchner lo terminaron de acercar al peronismo. Años más tarde, participó activamente de la Federación Argentina LGBT (FALGBT) e impulsó las distintas movilizaciones por el matrimonio igualitario.

Casamiento de Fabio y Adrián

A los pocos meses de la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario, Adrián y Fabio se encargaron de hacer el concubinato ante un juez y fueron a vincular su expediente al Registro Único de Adopción. La incertidumbre y la angustia se extendieron durante cinco largos años, mientras aguardaban en la lista de espera el día en que sonara el teléfono para darles la noticia. «La Justicia es una cagada con respecto a los tiempos que los señores y las señoras juezas se toman para resolver sobre la vida de los niños y las niñas. Mis hijos estuvieron siete años en un hogar», cuestiona el titular de la Dirección de Diversidad de la provincia de Neuquén.

A pesar de la larga espera, el 17 de julio de 2015 tuvieron en Luján el primero de varios encuentros con quienes hoy son sus hijos. Y ese mismo año decidieron comprometerse y casarse. «En Neuquén nuestro casamiento fue muy conocido: somos los putos que viven en el campo. Estamos a 10 kilómetros de la Ciudad de Neuquén, tenemos una casa grande de dos hectáreas con pavos, gansos, gallinas, perros, gatos, canarios, patos, codornices. Mi mamá vive acá a 100 metros, y mi hermano con su esposa y sus dos hijos acá a 50 metros dentro del predio», describe Urrutia.

Fabio es economista y cuenta que empezó a militar a partir de la muerte de Néstor Kirchner, el 27 de octubre de 2010. Hoy ya lleva diez años participando de la Mesa por la Igualdad de la provincia y es subsecretario de Diversidad de la Municipalidad de Neuquén. Ambos de procedencia peronista, agradecen a Cristina Fernández de Kirchner por la modificación del Código Civil que introdujo cambios significativos que ponen el foco en los derechos de los niños y las niñas. «El día que fui a buscar la sentencia definitiva de adopción de mis hijos, allá por noviembre de 2015, me fui al Instituto Patria, esperé a que apareciera Cristina, le di una copia y le agradecí. Me saqué una foto con ella y le expliqué que ella y su marido algo habían tenido que ver con que hoy nosotros fuéramos una familia constituida», recuerda emocionado.

Tatuaje que se realizó Adrián Urrutia tras la entrega de la sentencia definitiva de adopción en noviembre de 2015.

El 3 de octubre, cuando llegaron a su hogar en Neuquén, sus hijes tenían pesadillas y se hacían pis en la cama. Adrián recuerda que en ese entonces les contaron que «ellos habían vivido un infierno con su familia de origen y una pesadilla en el hogar». «Tres hermanitos durante siete años estuvieron en un hogar porque hubo una familia compuesta por una mamá y un papá -como la sociedad y Dios manda- no les pudo dar lo que ellos necesitaban -revela- y vinieron dos papas gays y hoy dos de mis hijos están en quinto año, la más chiquita esta en tercer año. Dejaron de tener pesadillas, y dejaron de hacerse pis en la cama. Además, dejaron de caminar encorvados con el ceño fruncido: hoy andan mirando de frente», comenta orgulloso.

Aunque la espera de Fracchia también fue larga, el camino elegido fue distinto. Luego de terminar hace cinco años con su pareja con la que habían proyectado paternar, empezó a repensar la idea y decidió iniciar el camino de la adopción en soledad. «No se trata de construir una pareja para después llegar al deseo de la adopción, sino que hay que empezar a romper ese mandato y pensar que uno puede tener un proyecto de familia solo», plantea. «Cuando el deseo y la necesidad fue más fuerte que los miedos avancé y completé el formulario en el Poder Judicial», cuenta. «Ahora me tenía que enfrentar a un sistema judicial que sabemos que es patriarcal, heteronormado, homofóbico y provida. Entonces tenía que ponerme a prueba y ser evaluado por ese sistema que tenía que determinar si yo podía ser un buen padre o no», continúa.

Afortunadamente, el juzgado que le asignaron sostuvo en todo momento una perspectiva de género y de los derechos humanos que le hizo más fácil el proceso, aunque los miedos no cesaron y las inseguridades estaban a flor de piel. «Yo no solo era gay, sino que además estaba solo», dice. El sistema de adopción en nuestro país tiene serias dificultades no solo para les niñes que buscan ser adoptades, sino también para quienes están en la búsqueda. «El problema de la adopción en la Argentina tiene que ver con que los niños que están en el sistema esperando a ser adoptados no se corresponde con la búsqueda de los adoptantes. Generalmente, los adoptantes esencialmente buscan a Mirko y la realidad en el sistema es que no existe Mirko, existen un montón de otras realidades mucho más complejas», destaca Fracchia.

Finalmente, el año pasado recibió un llamado del Juzgado Nº 1 para comunicarle que había una nena de un año y diez meses internada en un hospital de La Plata por problemas de salud y que lo habían seleccionado como uno de los posibles adoptantes. El día de la entrevista fue acompañado de su madre y, sabiendo que había otras cuatro familias postulantes, sus inseguridades crecían segundo a segundo. No habían pasado ni diez minutos del momento en el que abandonó el lugar, cuando recibió un llamado que le revolucionó las emociones y su vida.

El nivel de felicidad de Pablo fue equivalente a la cantidad de cambios que debió realizar en su vida: «Yo era drag queen, laburaba en boliches a la noche además de mi laburo en el Poder Judicial. Entonces claro, un fin de semana estaba haciendo dos boliches por noches ponele, y al otro estaba cuidando a una nena, el mambo en la cabeza era muy fuerte. Del momento que me dicen que me eligen, en adelante tuve que adaptar toda mi vida a recibir a un pibe, preparar la casa, la cuna, la ropa, un montón de cuestiones que los casos más comunes de embarazo tenés nueve meses para hacerlo y yo lo tuve que hacer en 15 días». El cuarto de drag se transformó en la habitación de M., guardó las pelucas y empezó desde entonces el camino de la paternidad que tanto ansiaba.

Para atravesar la adopción y la primera parte de la vinculación con la nena, Fracchia decidió tomarse licencia en el trabajo. En la Argentina la licencia por paternidad es de tan solo dos días, mientras que la licencia por maternidad llega a los tres meses. Si bien el presidente Alberto Fernández adelantó en la apertura de sesiones de este año que trabajan en un proyecto para extender la licencia por paternidad a 15 días, esta iniciativa se vio interrumpida por la pandemia de COVID-19. «Tuvimos la suerte de que partimos de un privilegio, hasta de clase te diría, que tiene que ver con que laburo en el Poder Judicial, que es como el sistema de privilegio armado en el Estado. Cuando Gils Carbó era la procuradora general de la Nación había creado una comisión de género que se encargó de revisar todas las políticas internas de recursos humanos y les encomendó modificarlas para que tuvieran una perspectiva de género. Entonces, en mi caso, por ejemplo, la licencia por adopción está equiparada con la de maternidad», aclara. Aunque reconoce que esto no sucede en todos los ámbitos y que muchas veces esta imposibilidad material es el motivo de muchos de los fracasos en los procesos iniciales de vinculación entre xadres e hijes.

M., hija de Pablo Fracchia.

Consultado por este medio, el joven militante y activista LGBT+ cuenta que, si bien nunca fueron discriminades, ni él ni su hija, convive a diario con la presión de tener que demostrarle a todo el mundo que puede ser buen padre: «Tengo que romper no solo con la heteronorma de ser un varón gay, sino con el machismo y el patriarcado de ser un varón que cuida, cuando eso está asignado históricamente a las mujeres». «Para mí es muy violento tener que estar todo el tiempo destacando que somos solo una familia monoparental con un papá a cargo. Me pasa hasta cuando voy a comprarle ropa y elijo una remera -ejemplifica-. La vendedora me dice «decile a la mamá que cuando la lave se le va a achicar un poquito», y no hay mamá, soy yo -risas-«.

«Todo el tiempo tengo que estar resaltando porque la sociedad está armada para que quien cuida sea una mujer, y una mujer heterosexual además», insiste. «Si bien hay discursos aperturistas o nuevas miradas más amigables con los feminismos, cuando hablamos de familia todavía persiste esa mirada muy tutelar y de la vieja escuela, de que los pibes son cosas y cascaras vacías que hay que llenar de contenido y quienes tienen que llenarlas son en primer lugar personas heterosexuales, y en segundo lugar parejas heterosexuales. Y yo no soy ninguna de las dos cosas», añade.

El caso de Pablo y M. además cuenta con la particularidad de que la nena -a los cuatro días de nacimiento- sufrió una perforación intestinal, por las condiciones de embarazo de la madre biológica. Esto le provocó una asepsis generalizada y debió ser intervenida de urgencia en dos oportunidades, llegando incluso a estar en riesgo su vida. Luego de ese proceso, la beba estuvo con una bolsa de colostomia hasta abril del año pasado, lo que requirió de su internación en el proceso. Lamentablemente M. debió atravesar todo eso en soledad, ya que ni su madre ni su padre biológico estuvieron presentes. A partir de la adopción empezó una nueva etapa en su vida, con un padre presente con el que aprendió a caminar. Y aunque para sus dos años y cinco meses habla menos de lo que debería, M. empieza a recuperarse y crecer cuidada y querida en un hogar.

Pablo Fracchia cuenta qué significa esta fecha para él en esta primera oportunidad en la que, a pesar del aislamiento, fue mimado con regalos y envíos de familiares y amigues durante todo el día. «Para mí es súper emocionante. Aunque no pensé que lo iba a vivir así, era como algo que ni lo tenía presente de hecho, empezó a tomar magnitud a medida que se acercaba la fecha y para mí es un momento de celebrar que nos encontramos», concluyó.

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Christopher Loyola

Estudiante de Edición (FFyL-UBA), Presidente del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras (CEFyL).