Yo te creo Ori(herm)ana

A partir de la foto que compartió Oriana Sabatini luego de tener un atracón, se generó una gran polémica con posiciones a favor y en contra. Más allá de las opiniones, ¿qué pasa con los trastornos alimentarios en nuestra sociedad? ¿Qué y cómo se habla al respecto? Algunas reflexiones en primera persona.

Tengo diez años de trastornos alimenticios, dice Oriana Sabatini al pie de un video donde se la ve en ropa interior agarrándose los brazos, la cola, las tetas. Cuenta que se acababa de dar un atracón pero que igualmente decidió mostrarse, igual que cuando sube fotos haciendo ejercicio y «cagándose de hambre» (dixit). Abajo, cientos de miles de comentarios, algunos maltrátandola pero muchos, la mayoría, hablando de lo bueno que es que se muestre de esa manera después de un atracón, dando – en mayor o menor medida- un mensaje de autoaceptación, aunque ella aclare específicamente que no busca hacerlo.

Diez años de trastornos alimentarios. Bienvenida al club Oriana, yo cumplo los mismos.

Hasta hace poco pronunciar las palabras «trastorno alimenticio» (TA) en voz alta, para mí hubiera significado lo peor del mundo y, que alguien lo supiera, motivo suficiente para desaparecer de su vida. Entonces, ¿por qué lo hago ahora? Porque hace tiempo siento la necesidad de escribir sobre esto y no encuentro el momento, las palabras ni las letras disponibles.

Diez años para algunos no es mucho, para otros son cientos de cumpleaños arruinados, de cenas con amigos perdidas, de tortas sin cortar, de dolores de panza, de frío. Para muchos es comer a escondidas, robar y tirar, convencer con mentiras, evitar lugares, contar constantemente cuánto entra y cuánto (y cuándo) sale de tu cuerpo.

No creo que Oriana no sufra, y esto quiero que quede totalmente en claro: estoy segura que sufre, sufre como yo y como muchísimas personas más, y capaz lo peor es que sufre con un sufrimiento que siempre debe ser disimulado. Porque si se puede vivir con TA, se puede vivir con ataques de pánico, con mucha tristeza y mucho dolor y seguir activo, yo lo hice. Se puede seguir firme conquistando todos esos logros que tu viejo quiere poner en un cuadro en la pared mientras te vas disolviendo. Capaz eso es lo más difícil: que no comer te coma por dentro.

Sí Oriana, yo te creo, te creo porque sé lo que es ir al baño con un propósito específico, lo que es dormirse todos los días pensando que mañana va a ser distinto y fracasar, porque sé lo que es poner buena cara en una reunión cuando solo estás pensando en qué vas a comer. Sos un fantasma y, cuando volvés la vista atrás, fuiste un fantasma una década. Sí Oriana, somos fantasmas las dos.

Y también te creo que duela aunque seas flaca, porque ahí hay otra trampa. La trampa es creer que te ves igual a como te sentís. Entonces, si sos una persona delgada – porque sin duda lo somos aunque no nos sintamos así ni vos ni yo- sos feliz y tenés éxito, cuya contracara es pensar que personas con otra corporalidad siempre tienen que sufrir o taparse. Y si bien no dejo de entender los privilegios (en este punto aclaro que no voy a extenderme ni hablar por otres porque no me corresponde), es simplista creer que una figura puede ser un trampolín directo a la felicidad y otra a la infelicidad. No es verdad, ningún cuerpo trae éxito. Dar por sentado esto (y repito que entiendo los privilegios y las diferencias) es volver a reducir una discusión mucho más compleja. Porque si bien es real la necesidad de tener modelos de cuerpos diversos, siento muchísimo informarles que los TA no se limitan a un peso y un cuerpo. Pensar eso reproduce la idea de que las personas que los sufrimos somos huecas y superficiales, que solo pensamos en panzas chatas y abdominales duros, en vez de entender que está mucho más cercano a un problema anímico de baja autoestima que muchas veces puede derivar en autoagresiones o intentos de suicidio.

Y ahí está otra vez la carga de la escenografía. Porque sí, vivir con TA es cargar una escenografía: una escenografía en la que está todo bien, una escenografía donde no te pasa nada, una escenografía de que podés con todo y más, de que sos la mejor encargándote de que el otro no sufra y que el otro siempre, siempre está por delante tuyo.

Lo que creo desacertado del posteo es salir a decir que eso es aceptarse y que es lo que tenemos que hacer para revertir una patología. Una patología que se cobra miles de muertes, – Argentina es el segundo país con más casos de TA a nivel mundial-, que puede tener muchos otros trastornos asociados y que muchas veces está mal tratada por esta misma filosofía del ‘be yourself’. Lo que no resulta conveniente es pensar que decir ‘me saco una foto cuando estoy cagada de hambre’ o después de un atracón puede doblegar un trastorno que lamentablemente no se basa solamente en un modelo social, sino que tiene muchísimos factores. Que es multicausal y que influyen incluso cuestiones biológicas por los cuales ciertas personas somos más propensas a tenerlos que otras.

No creo que esta sea la manera y no lo digo como castigo a nadie. Entiendo que la gente comenta y comparte lo que hace con la mejor intención, pero personalmente – y puedo estar totalmente equivocada- entiendo que usar esos términos es simplificar las consecuencias. Es dejar de lado que cada vez que alguien vomita le baja el potasio, por lo cual puede tener un infarto; que la amenorrea por bajo peso puede generar una osteopenia – es decir osteoporosis temprana-, que el corazón te late más lento si no tenes la energía suficiente, que la piel se te seca, que el pelo se te cae, que los dientes se arruinan, que el esófago se te quema de vomitar.

Si el mensaje que queremos dar es hablemos de TA, debemos hacerlo con responsabilidad. Sí, desde la experiencia propia – porque lo personal es político-, pero no simplificándolo bajo un mandato edulcorado de «amate a vos misma» (permítanme la ironía). No se trata de compartir una foto ajena en una historia: para desmitificar los TA hay que hablar de eso con la suficiente información y la necesaria empatía. Por ejemplo, una buena manera de no promover los TA sería dejar de hablar de dietas en cada oficina, cada reunión, cada cena familiar, dejar de restringir y controlar la comida de nuestros allegados -especialmente los y las niñas-, agregarlo a los contenidos a la ESI, dejar de fomentar el consumo únicamente de productos light (mientras no sean necesarios por alguna condición preexistente), no llenar la ciudad con publicidades de yogures Ser ni pesar chicos diciendo que están mal nutridos, poniendo el foco en el peso en lugar de la comida de mala calidad que pueden consumir por su clase social. Trabajar para generar una sociedad que no fomente los TA sería dejar de hablar de «CÓMO LLEGAR AL VERANO» y disculpen que lo ponga en mayúscula, pero me cuesta muchísimo creer que todos los que compartieron el posteo no lo hagan.

Yo te creo Oriana, te creo más que nadie porque lloro mucho, porque lloro ahora que escribo y pienso cómo estarán cuchicheando los que leen esto. Porque sí: muchas decimos que nos comemos al mundo mientras el mundo nos está comiendo a nosotras. Y ahí es cuando se bate la posta. No cuando se comparte un posteo, sino cuando dejás de mirar a otro lado como si el otro fuera un OVNI. Porque todos conocemos a alguien con TA y pocos se animan a decirlo, porque una buena forma de desarticular eso que creo que buscan quienes aplauden el posteo tal vez sea simplemente dejar de desentenderse. Empezar a hablarlo con tu amiga, con tu prima, con la piba de tu laburo que lo está atravesando. Porque, si lo que queremos realmente es cortar con los TA, debemos dejar de lavar las culpas y revisar la responsabilidad individual y social que nos toca. Hacerse cargo de que todavía los murmuramos y los seguimos naturalizado. ¿O acaso no se dan cuenta que nos damos cuenta que saben? ¿Que nos espían, que nos controlan en vez de acercarse? Y sí lo digo es porque en estos diez años hubo miles de miradas inquisidoras y poquísimos, poquísimos ‘Vení y hablemos’.

Yo te creo Ori(herm)ana. Te creo en carne propia y quisiera abrazarte.

Yo te creo un montón, porque a mí también se me notaron las venas y se me hinchó la panza y yo también me abracé a mi misma mientras lloraba diciendo que no me merezco esto.

Te creo porque yo también me sentí mala feminista por estar contando calorías, aunque mi cerebro no pudiera controlarlo.

Y tal vez esa es la respuesta a la pregunta de por qué este texto. Porque el like no alcanza, porque el video no alcanza, porque la historia de Instagram no alcanza. Porque amarse a una misma no alcanza. Si queremos comprometernos en serio, empecemos a hablar de TA con fundamentos y escuchando profesionales formados.

Diciéndolo a lo ojos y en voz alta.

CAPAZ, ahí cambie algo.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios