Fotografía sin consentimiento: el acoso escondido detrás de la lente

La fotografía sin consentimiento en espacios públicos es una modalidad de acoso sexual en la que el agresor utiliza una cámara para capturar imágenes de la víctima, sin que ésta lo apruebe. Según una encuesta de Sentido Colectivo, el 77.3% de las mujeres afirma haber sido fotografiada o haber visto cómo fotografiaban a otras mujeres en espacios públicos sin consentimiento.

L. es estudiante de medicina. Todos los días a las 7.30 se tomaba la línea D para ir a cursar. En una ocasión, mientras dormitaba en el asiento, vio un destello de luz. El hombre que viajaba frente a ella acababa de tomarle una foto con el celular y, por error, había dejado el flash encendido. “En el colegio, algunos compañeros varones tenían un grupo de WhatsApp en el que compartían fotos de los culos de nuestras compañeras, sacadas sin permiso en contextos escolares”, cuenta C. de 20 años. Además, agrega que lo que más le llama la atención es que, cuando saltó a la luz la situación, la mayoría de los reproches se limitaban a un simple: “Esa es mi novia, boludo”.

La fotografía sin consentimiento en espacios públicos es una modalidad de acoso sexual en la que el agresor utiliza una cámara -por lo general del celular- para capturar imágenes de la víctima, sin que ésta lo apruebe. Esta práctica no se da en ambientes en los que hay una aprobación tácita de tomar fotos con fines documentales, como es el caso de las movilizaciones o recitales, sino que, en general, ocurre en la vía pública y sin un fin artístico de por medio.

Fotos: Julieta Bugacoff

Según una encuesta realizada por Sentido Colectivo -un grupo integrado por estudiantes y licenciades de diferentes carreras humanísticas-, el 77.3% de las mujeres afirma que han sido fotografiadas o han visto cómo fotografiaban a otras mujeres en espacios públicos sin consentimiento tácito o explícito en, por lo menos, una ocasión. La medición fue realizada sobre una base de 1000 encuestadas residentes en diferentes áreas (urbanas y rurales) de Argentina, y dio como resultado que los lugares más frecuentes en los que ocurre esta práctica son el transporte público (38.3%), la calle (19.4%) y las instituciones educativas (16%). Un caso especial es el de las movilizaciones y eventos masivos (20.2%), donde la mayoría de las entrevistadas reconocen que existe una cierta validación del contexto y entienden que el material es producido a modo de registro periodístico.

“Chicas Bondi” fue un proyecto iniciado en 2011, cuyo lema era “Sin pose y sin permiso”. Un fotógrafo anónimo -lo único que se llegó a saber era que se trataba de un varón- utilizaba la cámara de su Iphone 4 con el objetivo de fotografiar mujeres en el transporte público sin que ellas lo notaran, para luego compartirlas en redes sociales. En palabras del mismo creador, su objetivo era “rendir homenaje a las mujeres que hacían más lindos sus viajes en colectivo”. A pesar de que en la mayoría de los casos las mujeres retratadas eran jóvenes y de rasgos hegemónicos, el administrador remarcaba que su idea era imponer “la estética de la belleza natural”, y que por eso las imágenes no eran retocadas con Photoshop. En su momento, la cuenta de Facebook llegó a tener 50.000 me gusta, y 8000 seguidores en Twitter. Además, varios medios de comunicación alabaron el trabajo e incluso celebraron el voyeurismo del “piropo fotográfico”.

En abril de 2013, casi a las puertas del Ni Una Menos, la cuenta fue denunciada por el Centro de Protección de Datos Personales de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, bajo la premisa de que el sitio invadía la privacidad de las jóvenes retratadas. Además, el fallo presentado resaltaba la violencia simbólica ejercida contra la mujer, ya que ésta quedaba limitada a un lugar de “inacción, de falta de decisión y pareciera volverlas ‘disponibles’ por el solo hecho de circular en el espacio público, cuando ello no debiera ser así”. A pesar de los actos judiciales y del repudio general, el usuario de Twitter continuó publicando contenido hasta febrero del 2017. La colección de fotos, compuesta por más de 700 imágenes, aún sigue disponible en Internet.

Fotos: Julieta Bugacoff

En Sobre la fotografía, Susan Sontag comenta que hay algo depredador en la acción de hacer una foto: “Fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente”. La aparición de los celulares con cámara implicó una segunda democratización de la fotografía -la primera fue la invención de las cámaras de bolsillo- y dotó de radicalidad al fenómeno. En pocos años, gran parte de la población adquirió la capacidad de disponer del mundo en imágenes y clasificarlo según su propia subjetividad. Al igual que todos los aspectos de la vida cotidiana, el fenómeno también puede ser analizado desde la perspectiva de género. El problema de la fotografía sin consentimiento no es sólo la violación explícita a la privacidad, sino la cosificación inherente. En el caso de “Chicas Bondi”, un hombre, dotado de una supuesta superioridad otorgada por el lente, se encargaba de decidir lo que es bello y lo que no es.

La fotografía también está motivada por fines estéticos. Sontag afirma que fotografiar es conferir importancia y, por lo tanto, hacer importante un objeto que de otra forma no lo sería: algo feo o grotesco puede ser conmovedor porque la atención del fotógrafo lo ha dignificado. El problema es cuando la herramienta fotográfica se convierte en una herramienta más de cosificación hacia los cuerpos. No es de extrañar que, según la encuesta efectuada por Sentido Colectivo, el promedio de edad de las mujeres que son fotografiadas sin consentimiento en el espacio público sea entre los 15 y 23 años.

En 2017, el Senado sancionó la ley que incorporaba al acoso sexual callejero como una modalidad de violencia de género. La toma de fotografías sin consentimiento quedó englobada dentro de esta medida. Sin embargo, alcanza con ver las cifras presentadas por el observatorio Ni Una Menos de MuMaLá en 2019 para darse cuenta de que, a pesar del avance en materia de género, la problemática no disminuyó: según las encuestas, el 70% de las mujeres recibió comentarios sobre su apariencia, mientras que el 37% declaró que un hombre les mostró sus partes íntimas. El espacio público es un terreno en disputa y no es lo mismo transitar una avenida siendo mujer, trans o no binarie.

Fotos: Julieta Bugacoff

De la encuesta sobre “Fotografía sin consentimiento” participaron 43 mujeres trans y dos personas no binaries. El 91% manifestó haber sido fotografiade en el espacio público. De estos datos, puede inferirse que la problemática es aún más acentuada cuando se trata de identidades disidentes. El filósofo queer Paul Preciado sostiene en su libro Un Apartamento en Urano que el cuerpo trans pone en jaque nociones como la Nación, los juzgados, la familia y la psiquiatría. En ese marco, agrega: “En una sociedad en la que hay una epistemología binaria y no existe un discurso médico o jurídico que contemple otro tipo de género por fuera del masculino o el femenino, afirmarse trans es situarse en el lugar de la patología”. Por lo menos, 15 de los testimonios coinciden en un mismo punto: en el momento en que les entrevistades quisieron alertar sobre la situación, la gente les tildó de “loques” e incluso se les rieron en la cara. R, de 31 años, cuenta que, en una ocasión, recurrió a un policía porque un hombre venía siguiéndola hace tres cuadras y le había tomado varias fotos. El oficial, lejos de ayudarla, le respondió que se tenía que quedar tranquilo, total nadie querría sacarle fotos a una persona de su tipo.

El primer trabajo sobre violencia de género que realizó la antropóloga Rita Segato fue en 1993, en una cárcel de Brasilia. Fue allí, entrevistando violadores, donde desarrolló la idea de que detrás de las agresiones contra el cuerpo de las mujeres había una cofradía de hombres, en la que el agresor recibía el mandato por parte de otros hombres de mostrarse “más hombre” ante sus pares, para lo cual se vuelve necesario poseer a una víctima sacrificial y así entrar en la cofradía. El acoso sexual callejero no tiene la misma magnitud que una violación, pero se rige por una lógica similar: un hombre le toma fotos a una mujer sin su consentimiento, por un lado, para probarse a sí mismo su propia masculinidad y, por otra parte, para reafirmarse frente a otros. No es de extrañar que en la encuesta realizada por Sentido Colectivo, la mayoría de las mujeres comentaron que, al darse cuenta de que estaban siendo fotografiadas, los hombres del entorno reaccionaban con burlas o se limitaban a ignorarlas. En el mejor de los casos, fueron otras mujeres quienes otorgaron algún tipo de contención.

Una de las situaciones más difíciles para delimitar el consentimiento son los eventos masivos. Es común escuchar el argumento de que si el fotógrafo Henri Cartier Bresson hubiese parado a preguntarle a les retratades si podía tomarles una foto, el resultado no hubiese sido el mismo. Con respecto a este punto, Florencia Trincheri, licenciada en periodismo, fotógrafa y cofundadora del colectivo MAFIA (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs), comenta que la fotografía es un acto recíproco y colectivo, y no un hecho unidireccional e individual en el que sólo valoriza la figura de quien tiene la cámara. Por lo tanto, en cualquier situación fotógrafica en la que hay personas debe existir un acuerdo. “Se trata de tener sensibilidad hacia el entorno, intuición y respeto para que le otre se sienta parte de eso”, asegura.

El término “feminismo pilgrim” es utilizado para referirse a aquel feminismo puritano, presente en muchas de las corrientes de pensamiento estadounidenses, en que el Estado se coloca siempre en el medio y auspicia como árbitro de las relaciones. La fotografía sin consentimiento en espacios públicos no es el problema en sí -de nada serviría prohibir las cámaras con celulares, o censurar la fotografía callejera-, sino la expresión de una conciencia colectiva en la que, a pesar de los avances en materia de género, aún está naturalizado que las mujeres y disidencias puedan ser cosificadas, clasificadas y, en el peor de los casos, expuestas ante una audiencia.

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Julieta Bugacoff

Es estudiante de antropología (UNSAM) y egresada de periodismo (TEA). Trabaja como periodista y fotógrafa freelance y colabora con El Cohete a la Luna, Infobae y El Grito del Sur, entre otros medios. Tiene un gato fanático de los fideos con salsa, y milita en el ejército revolucionario de la menta granizada.