La maternidad es una sola injusticia

La incapacidad para desromantizar la relación madre-hijx y poder reconocerla como un entramado que incluye como posibilidad el disgusto y la apatía sólo debe traer angustia y dolor. La imposición de la afinidad del vínculo maternal se trata de una enorme crueldad.

Querida mamá

Una vez, cuando tenía 12 años, fuimos a hacer los mandados juntas. Odiaba entonces y odio ahora ir a hacer las compras, pero más odiaba tener que ir contigo, hacer la performance de mirar los precios y compararlos teniendo en cuenta la frágil economía de nuestro hogar. Ese día peleamos por algo que no recuerdo, nos enojamos. Tú no quisiste hacer un espectáculo público y yo tampoco, así que refunfuñaste un alegato entre los labios y me miraste con esa cara típica de hartazgo, amenaza y cansancio. Retomaste el paso entre las góndolas mientras yo te perseguía con el carrito. Sé que empujé el carrito con ímpetu y sé que no frené de manera intencional, golpeándote los tobillos. Te dolió. Me miraste con un gesto de ira y congoja a la vez. Yo también te miré fijamente, sosteniendo el manubrio con las manos sudadas de los nervios y te pedí disculpas. Fue sin querer, dije, pero mentí. Sabía que iba a lastimarte y con esa intención te golpeé. No fue esa la primera mentira que te dije, ni la primera que elegiste creer con pretendida ingenuidad y condescendencia para evitar escalar a un conflicto mayor, pero sí fue la primera mentira que esbocé para justificar una acción destinada única y exclusivamente a lastimarte.

Nos conocemos desde hace 28 años y en ese tiempo yo he aprendido las cosas que te lastiman y también las que te hacen feliz. Hemos estado obligadas a tener contacto, diálogo e intensidad aún cuando nuestras personalidades parecían imanes negativos que se repelen. También hemos construido sobre las ruinas y la distancia un vínculo nuevo, quizás más honesto, quizás menos idealizado, definitivamente más feliz, en el que siento que disfrutamos con mucha más transparencia de nuestros encuentros. Muchas veces, cuando viajo a verte, sonrío con genuina alegría de estar ahí. Pero nunca hemos podido reconocer con honestidad las veces en las que hemos querido lastimarnos. Por eso empiezo por ahí.

Una de las tareas importantes que tenemos como feministas es reconocer el trabajo no remunerado de las labores domésticas y de cuidado, visibilizar que el amor filial encubre formas de explotación; por eso casi siempre, cuando una se percibe feminista, empieza por reivindicar a su madre. Yo te reivindico todo el tiempo. Destaco la forma en que te tocó cuidar a dos hijos y la cantidad de licencias que mi papá se pudo tomar y tú no. La libertad que él pudo perseguir y a ti se te cercenó sin siquiera preguntarte, convenciéndote de la falacia de no tener otra opción, de que finalmente habías elegido ese camino. Entiendo entonces que la vara de mis expectativas contigo es distinta a la que tengo con mi papá. Que su amor siempre pareció condicional y por eso me esforcé más por tenerlo, por agradarle, mientras tú estabas dada por sentado porque eras mi mamá y tu incondicionalidad se supone obligatoria, inamovible, incuestionable. Veo eso mismo en casi todas las mamás que conozco que están separadas. Ellas son las responsables de poner los límites y pensar en el futuro de los niños y las niñas mientras los papás se entregan a la diversión y a ser el policía bueno de la relación, evitando la tediosa tarea de negar, de enfrentarse al odio, al desprecio y a la crueldad de la que los hijos son capaces, pero imponiendo, igualmente, toda la autoridad que les da su investidura patriarcal. Entiendo la injusticia, y es fatal.

Sin embargo, hay algo de nuestro vínculo que todavía hoy, que estamos en nuestro mejor momento, me da una mezcla entre pena y bronca: quisiera que en algún momento pudieras reconocer que te he caído mal sin un halo de culpa fatal, sin decirme forzando las lágrimas que qué hiciste para merecer eso y que yo piense que eres una mala madre. No sólo reconocer que te he desagradado como persona, sino que has tenido la intención de hacerme daño. No te lo digo con el objetivo de juzgarte, todo lo contrario: quisiera que pudieras reconocer que te equivocaste sin que ello significara para ti un cuestionamiento fundacional como ser una mala madre, porque yo no lo pienso. Quisiera que pudieras reconocer que en nuestras peleas más feroces me dijiste cosas que sabías que me dolían solo con la intención de lastimar, que pudieras reconocer tu propia mezquindad. A fin de cuentas nos conocemos. Yo sabía que te iba a doler lo del carrito y que también te iba a hacer daño cuando te dije, en una maniobra macabra de la que todavía me arrepiento, que prefería a la novia de mi papá, aunque no lo sentía así, pero pude reconocer que esas palabras salieron de mi boca porque quería verte sangrar en el piso como un boxeador vencido. Soy una persona y cuando me enojo lastimo, incluso a ti, igual que tu.

La imposición de la afinidad del vínculo maternal me parece de una enorme crueldad. No sólo contigo, mamá, sino con todas las madres. Escribo desde mi lugar de hija y, aunque no entiendo ni puedo hablar de la maternidad, intuyo desde acá la inhumanidad de la obligación, no solo de amor, sino de simpatía. De siempre forzar la fluidez de una relación y negar el contrabando de pequeños y naturales intereses que se inmiscuyen desde ese lugar de poder y responsabilidad, como si tener una agenda propia fuera un pecado. El peso de no poder cuestionarse si se llevan bien con sus hijos, si son personas con las que compartirían más tiempo o la culpa que recae ante la sola idea de eso resulta una condena insufrible. La incapacidad para desromantizar la relación madre hijx y poder reconocerla como un entramado que incluye como posibilidad el disgusto y la apatía solo debe traer angustia y dolor.

Me parece infame, aunque ahora me resulta un poco chistoso, que la operación sea siempre la victimización. Las lágrimas forzadas, el qué te hice para merecer esto, la respuesta desproporcionada e irracional con la que se cierran todos los diálogos sobre lo que duele entre nosotras, los que no te gustan, de los que tendrías que tomar alguna responsabilidad. La idea de que como hubo amor siempre hay buenas intenciones, e incluso si las intenciones también fueron buenas, el resultado es inobjetable, porque sino se cuestiona la maternidad como tal y entonces hay un cuestionamiento también a la identidad: a aquello que era tu única tarea, tu one job y que todas las instituciones sociales se han dedicado a juzgar a su antojo cuando les parece que sale mal. El terror a la figura de mala madre, no solo legal, sino moral. La fatal obligación de no poder fallar nunca. No creo que no me hayas pedido perdón por orgullo, creo que ni siquiera pudiste revisar esos pequeños momentos, que no opacan ninguna de tus grandezas, porque errar como madre, así sea en las cosas más chicas, sigue siendo para la sociedad un crimen imperdonable.

Como adultas hemos tomado nuestras decisiones sobre ello. Hemos elegido no hablar de lo que duele y fingir que no dolió, pero dolió. Yo quise lastimarte y tú también quisiste en muchos momentos. Porque sé que muchas veces he sido una hija de mierda y sé que muchas veces he sido ingrata y dura contigo, otras no, pero también sé que te llamo antes de subirme a un avión porque nada me trae más calma que escucharte la voz y que casi ninguna de mis palabras ve la luz sin que me des tu opinión, que dices con una honestidad que a veces me resulta molesta, pero que finalmente es la más imprescindible para mí. Sé que todo lo que me parece importante del mundo quiero discutirlo primero contigo y que te veo todo el tiempo en las cosas que me gustan de mí, así como de las que reniego. Me aprovecho de la incondicionalidad que se te impuso y la critico como el fundamento de nuestro conflicto, pero al mismo tiempo sé que me contestarías el teléfono a cualquier hora, que dejarías todo lo que estás haciendo por darme una mano si lo necesito -sin demandar reciprocidad en el momento- y eso me hace sentir una tranquilidad peculiar. Qué complejidad la contradicción permanente de este vínculo. Me aprovecho yo también de esta injusticia.

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