Les jóvenes y la otra vacuna que necesitan: contra el virus de la precarización

Si bien la precarización laboral ya estaba muy presente desde antes de la pandemia, el último informe de la OIT advirtió sobre el nuevo empeoramiento de las condiciones sociales y económicas de les jóvenes. Despidos, problemas en los cobros, teletrabajo y sobrecarga laboral, entre otros padecimientos.

64 millones de jóvenes desempleados en todo el mundo y 145 millones de trabajadores jóvenes viven en la pobreza. Estos son los últimos datos que brinda la Organización Mundial del Trabajo (OIT) que, además, asegura en un informe que la pandemia de COVID-19 profundiza la desigualdad y la crisis económica a nivel global.

“Uno de cada seis jóvenes (el 17 por ciento) que estaban trabajando antes del inicio de la pandemia dejaron de trabajar totalmente, en especial los trabajadores de menor edad, de entre 18 y 24 años”, asegura el informe de la OIT y señala que “dos de cada cinco jóvenes (el 42 por ciento) indicaron una reducción de sus ingresos”. Asimismo, el documento sostiene que la crisis económica provocada por la pandemia afecta más a las mujeres.

A nivel local, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) publicó un informe sobre el mercado de trabajo argentino durante el primer trimestre del año. El informe destaca que, en los primeros tres meses de 2020, la tasa de desocupación en las mujeres de 14 a 29 años aumentó de 18,9 por ciento en el cuarto trimestre de 2019 a 23,9 por ciento.

A las mujeres jóvenes desocupadas, le siguen los varones del mismo rango etario: la tasa de desocupación en el último trimestre de 2019 fue de 16,9 por ciento y entre enero y marzo de este año subió a 18,5.

La precarización laboral azota a les jóvenes desde antes de la pandemia: contrataciones irregulares; atraso en los pagos; falta de actualización salarial; carencia de beneficios sociales como aportes jubilatorios y obra social; imprevisibilidad y bajos salarios que hacen necesario tener más de un empleo si se quiere llegar a fin de mes. Todo eso y mucho más afecta a les trabajadores jóvenes… con o sin pandemia.

“Nunca sabía cuánto tiempo más iba a estar trabajando”

F. se recibió hace unos años como Diseñadora de Imagen y Sonido y, hasta hace dos meses, trabajaba como logger: hacía los primeros recortes de material audiovisual para una productora. “Es algo esporádico, depende del proyecto. Ahora estoy desempleada”, cuenta.

A ese trabajo, ella llegó por recomendación porque, explica, “es un ámbito en el que se mueven todos por contactos, llegás a un lugar porque alguien habló bien de vos”. “No hubo entrevista, entré directamente sin saber cuánto iba a cobrar, no pude hablar de números, me enteré cuando firmé el contrato -afirma F, aunque detalla que se respeta la escala convenida por el Sindicato Argentino de Televisión (Satsaid)-. El contrato era de renovación mensual, nunca sabía cuánto tiempo más iba a estar trabajando”.

El deseo de F. es conseguir un trabajo en relación de dependencia para tener previsibilidad y “poder proyectar a futuro”.

“Es una pena irse del trabajo que a uno le gusta”

E. tiene 27 años y trabaja desde 2017 en un club deportivo dentro del área de preparación física de jóvenes. “Llegué por medio de un contacto en la universidad en la cual estoy cursando la carrera”, recuerda. Al momento de entrar a trabajar, le advirtieron “que tuviera paciencia” porque el club demoraba “generalmente un mes” en pagar los sueldos.

“La contratación fue por medio de un contrato laboral, a renovar año tras año, similar a lo que ocurre en muchos clubes de Argentina. Uno tiene que ser monotributista para encargarse de sus aportes, pero tampoco exigen la facturación”, detalla E. El ambiente de trabajo era bueno, los horarios convenientes y, principalmente, le permitía trabajar de lo que le gusta. “Es la profesión que elegí”, asegura.

Sin embargo, los problemas en los cobros fueron inmediatos que “al principio se podía aceptar” y después “se fue agravando”, cuenta E. No importaba si era temporada alta -verano, cuando les niñes van a la colonia y genera grandes ingresos económicos en el club- o temporada baja; los pagos se demoraban, en promedio, dos meses.

“No cumplen con los pagos, demoran innumerables veces el cobro de todos los profesores y profesoras del club y en todas las áreas se sufre lo mismo”, lamentó y agregó que “no existe mucha posibilidad de reclamo, solo queda esperar”.

La situación empeoró con la pandemia: los pagos están suspendidos desde el inicio de la cuarentena y no hay perspectiva de que esa deuda sea saldada. Mientras tanto, les profesores siguen organizando actividades virtuales. “La verdad que estas cosas desilusionan y sacan las ganas de formar parte de una institución como ésta, ya que uno como profesor la representa frente a las familias que concurren a las actividades”, confesó E.

“El ambiente laboral es bueno, el problema es algo administrativo que podría solucionarse, pero sigue igual año tras año -lamentó E.-. Es una pena irse por estas cuestiones del trabajo que a uno le gusta, con gente muy buena alrededor. Uno depende del ingreso para poder subsistir y considera que debe ser debidamente reconocido luego de los años de capacitación realizada”.

“El salario no alcanza”

G. tiene una licenciatura y un profesorado en la Universidad de Buenos Aires y trabaja hace 5 años como secretaria administrativa part-time. “Lo único que me comentaron fue que el horario de trabajo era poco y la tarea sencilla. Comencé con cuatro horas por semana. Lo cual en el momento me vino muy bien porque estaba en los últimos años de la universidad”, cuenta.

La poca carga horaria y la experiencia en hacer trámites administrativos le parecían aspectos útiles. Pero “lo que comenzó siendo sólo cuatro horas de trabajo de secretaria derivó, con los años, en un aumento de las responsabilidades sin que eso se viera reflejado ni en mi condición de contratación ni en la remuneración salarial”.

A pesar de que siente que sus estudios tienen un valor simbólico, G. lamenta que eso no tenga relación con el sueldo que percibe. A principios de este año, comenzó a trabajar como preceptora en una escuela pública.

“(Desde que empezó el aislamiento), en ambos trabajos sigo desempeñándome de manera virtual. Y con mi salario completo, por lo que puedo decir que me considero bastante afortunada -comenta G.-. En el segundo trabajo estoy en relación de dependencia y es algo que me genera alivio: tener estabilidad laboral, poder empezar a hacer los aportes y contar con una obra social, pero el salario no alcanza para hacerle frente a los costos de la vida”.


La precarización y la falta de empleo para les jóvenes no son nuevas. Por esta razón, el gobierno de Alberto Fernández lanzó el programa integral “Jóvenes con Más y Mejor trabajo” destinado a jóvenes de 18 a 24 años. El programa comprende acciones orientadas a la capacitación, la terminación de estudios o la generación del emprendimiento propio.

Apenas empezó la pandemia, la Confederación Sindical Internacional (CSI) destacó que Argentina era uno de los países que habían tomado medidas ligadas al apoyo a los ingresos de trabajadoras y trabajadores independientes, autónomos y de la economía informal. Aunque no se sabe cómo será el mundo de la postpandemia, será necesario pensar formas de garantizar que todes tengan trabajo digno y de calidad.

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Ludmila Ferrer

Periodista y Licenciada en Comunicación Social (UBA). Escribe también en Página/12 y sigue más podcasts de los que puede escuchar.