La letra chica

El premio inglés Women's Prize for Fiction reeditará 25 libros escritos por mujeres, que debieron usar seudónimos de hombres. El reconocimiento de artistas visuales y escritoras avanza no sin bemoles.

Cuando decimos que los hombres escriben los grandes relatos, no es solo de manera metafórica sino también literal. La participación de varones hetero cis burgeses y blancos ha sido (y esperamos que no siga siendo) mayoritaria en el campo de las artes, tanto visuales como literarias. Si bien el reconocimiento de mujeres artistas y escritoras en el último tiempo ha aumentado y en nuestro país la literatura de travestis y trans tiene grandes exponentes como Camila Sosa Villada, Marlene Wayar, Susy Shock y Carolina Unrein, entre otres, la historia aún la escriben los que ganan y los que ganan (reconocimiento, lugar en la escena pública y sin duda más dinero) son los varones. La historiadora del arte y curadora Andrea Giunta le explicaba hace pocas semanas a este medio que la proporción de mujeres en el campo de las artes visuales abarca entre el 16% hasta el 30% en el mejor de los casos. Asimismo, en su libro “Feminismo y Arte Latinoamericano. Historias de artistas que emanciparon el cuerpo”, Giunta suma otros datos: en 2015, un 7% de las obras del MOMA eran de mujeres y un trabajo reciente sobre la situación en México evidenció que solo el 14% de las obras fueron realizadas por mujeres en la exposición del MUAC (Museo de Arte Contemporáneo). Ni actual ni novedosa, la situación de desigualdad en las artes visuales ya había sido denunciada por las “Guerrilla Girls” en 1989. Este grupo de artistas visuales, que se tapaba la cara con máscaras de gorilas para ocultar su identidad, realizó una instalación frente al MET (Museo Metropolitano de Arte de Nueva York) para colgar grandes carteles con la pregunta: “¿Tienen las mujeres que estar desnudas para entrar en el Met. Museum? Menos del 5% de los artistas en las secciones de Arte Moderno son mujeres, pero un 85% de los desnudos son femeninos”.

En la literatura no es muy distinto. En 1994, el reconocido teórico Harold Bloom escribió un texto que tuvo gran influencia en la manera de pensar la literatura. Se trata de“ El canon occidental”, donde mostraba que sólo había tres mujeres entre los 26 escritores que el autor consideraba fundamentales para la literatura (ateniéndose a supuestos parámetros de calidad). Además, de paso Bloom aprovechaba para menospreciar las teorías feministas, marxistas, postestructuralistas y afroamericanas a las que denominaba “escuela del resentimiento”. Claramente este tipo de teorías tienen su reflejo en la realidad: el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, uno de los más reconocidos del mundo, ha empezado a entregarse en 1976 y hasta el momento solamente ha tenido 5 ganadoras (Ana María Matute, Dulce Maria Loynaz, Elena Poniatowska, Maria Zambrano e Ida Vitale). Pero no solo las letras sino también las palabras han sido silenciadas: hasta el 2018, antes de que se entregase el último premio y cuando aún eran cuatro las galardonadas, el total de palabras pronunciadas por los hombres en sus discursos de agradecimiento habían sido de 90.000 mientras que las mujeres dijeron solo 9.000, una proporción de 1 en 10. Este es otro ejemplo de que tanto la palabra como la voz de las mujeres y disidencias es borrada de la esfera pública, donde molesta para ser empujada nuevamente a la reclusión doméstica.

Por esta razón, en el contexto de su 25º aniversario, el premio inglés Women’s Prize for Fiction -en unión con su patrocinador Bayles- presentó la campaña “Reclaim her names”, a partir de la cual se reeditarán de manera online 25 novelas que fueron escritas por mujeres bajo seudónimos masculinos. Este premio, que desde hace un cuarto de siglo se dedica a reconocer exclusivamente mujeres, es uno de los más importantes de Inglaterra y surgió en 1994 a partir de que un grupo de hombres y mujeres se enteraron de la falta de mujeres en la lista de Booker, a pesar de que éstas habían editado el 60% de las novelas en el año 1991.

La iniciativa de “Reclaim her names” aparece con el espíritu de visibilizar tanto a las autoras que debieron ocultar su identidad como para facilitar el acceso a estos materiales. Entre los textos que serán reeditados están: “A Phantom Lover de Violet Paget” (Vernon Lee), “La vida de Martin R. Delany” de Frances Rollin Whipper (Frank A. Rollin) y “Discursos magistrales” de Mary Bright (George Egerton). Los libros serán diseñados por 13 ilustradoras del mundo. Los volúmenes abarcan todos los géneros y a autoras de diversas partes del mundo. En diálogo con la BBC, la cofundadora del premio Women ‘s Prize for Fiction, Kate Mosse, habló de «empoderar a las mujeres, iniciar conversaciones y garantizar que obtengan el reconocimiento que merecen».

La necesidad de las mujeres de ocultar su identidad no es una estrategia vetusta. La propia J.K. Rowling utilizó sus iniciales en vez de su nombre completo para publicar Harry Potter, ya que sus editores se lo aconsejaron aduciendo que los jóvenes no querrían leer la novela de una mujer. La escritora inglesa, que luego hizo comentarios transfóbicos, decidió sorprendentemente cambiar su nombre por un seudónimo de varón cuando publicó años después su novela policial «The Cuckoo’s calling», para evitar las presiones luego del boom de Harry Potter.

La situación en Argentina. ¿Realidad o ficción?

En nuestro país también hay tensiones sobre los avances y retrocesos en lo que refiere a la visibilidad (o no) de las mujeres escritoras, a pesar de que los avances de los feminismos locales son reconocidos a nivel mundial. El año pasado, la Cámara de Diputados reconoció a ocho escritoras en un acto organizado por el entonces diputado Daniel Filmus, quien era presidente de la Comisión de Cultura. Se trató de Claudia Piñeiro, María Moreno, Ángela Pradelli, Luisa Valenzuela, María Gainza, Mariana Enriquez, Selva Almada y Leila Guerriero, todas ellas premiadas a nivel internacional.

Sin embargo, hace poco surgió una fricción respecto a la literatura y la visibilidad de las mujeres. Ante el recorte de presupuesto que trajo la pandemia, la directora de letras del Fondo Nacional de las Artes (FNA), Mariana Enríquez, decidió limitar el Concurso de Letras 2020 a solo tres géneros: terror, fantástico y ciencia ficción en formato de novelas, libros de cuentos y poesía, ensayos y por primera vez también se sumó la categoría novela gráfica. Esta noticia generó el rechazo por parte de muchas y muchos escritores, quienes criticaron la dificultad de ajustar la poesía a estos géneros y la exclusión del realismo alegando que esto despolitiza el certamen. Sin embargo, Enríquez explicó que la selección tuvo la intención de visibilizar géneros que históricamente no han tenido tanto reconocimiento y agregó que el concurso pondría énfasis en el carácter federal, ya que se entregaría un premio por cada una de las cinco regiones en las que se dividió el país (CABA; PBA; Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos; Jujuy, Salta, Misiones, Formosa, Corrientes, Chaco, Tucumán, La Rioja, Catamarca y Santiago del Estero; La Pampa, Tierra del Fuego, Chubut, Santa Cruz, Neuquén, Río Negro, San Luis, San Juan y Mendoza) y tres especiales a nivel nacional.

Otra discusión que rondó es si la selección de estos géneros sería contraproducente para el acceso de las mujeres escritoras, ya que se trataría de géneros con más presencia de escritores varones o “masculinizados”. Enríquez sostuvo al respecto: “Pensar que la literatura escrita por mujeres tiene que ser con un estilo y no con todos… o si alguien piensa que en un concurso de estos géneros se van a anotar solo los hombres, me parece que no es tan así”.

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