Somos clasistas y racistas

El asesinato de George Floyd volvió a poner en agenda la discriminación y el racismo hacia los/as negros/as en Estados Unidos. Mientras los y las manifestantes se levantan en todo el mundo, nos preguntamos: ¿qué pasa con la invisibilización de la negritud en Argentina?

Durante un viaje a los Estados Unidos en 1996, se le preguntó al presidente argentino Carlos Menem sobre la población negra de su país y respondió: «En Argentina no existen los negros; ese problema lo tiene Brasil». Si bien la frase de Menem es ampliamente reprobada hoy en día, algunos personas a menudo terminan haciendo eco de un sentimiento similar: «no tenemos racismo aquí, ese problema lo tiene EE.UU.” o «somos clasistas, pero no racistas».

Hoy, este aspecto de la identidad nacional de Argentina es visible en la reacción del público a los movimientos de protesta tras la muerte de George Floyd. La mayor parte de la participación ha sido virtual debido a la cuarentena y surgió una fuerte reacción en las redes sociales y algunos medios periodísticos, pero el tema estuvo notablemente menos presente en el discurso masivo que en otros lugares del mundo. En muchos países se marchó en solidaridad por George Floyd pero también por Adama Traoré en Francia o por João Pedro Matos Pinto en Brasil. En Argentina la protesta se centró solo en los Estados Unidos, bajo la consigna #justiciaparageorgefloyd y #fueratrump como mensaje principal y con menos señales de reflexión introspectiva.

Uno podría estar tentado de atribuir la tibia respuesta a un cierto estereotipo que muestra a la sociedad argentina como un grupo social homogéneo en términos raciales. No es raro escuchar la idea de que «no tenemos racismo, porque no tenemos personas negras», o porque «todos somos una mezcla». Es sorprendente aprender que Argentina tuvo una población negra muy visible y importante en su cultura: 30% en Buenos Aires y hasta 60% en el interior del país a principios del siglo XIX.

«Izquierda: Juan Bautista Cabral, Centro: Cabral representado como hombre blanco. Derecha: María Remedios del Valle, una figura crucial conocida como «La Madre de la Patria», que quedó fuera de los libros de historia por su raza y género.

En el siglo XIX, líderes intelectuales argentinos como Domingo Sarmiento creían que el camino hacia la modernización y el éxito dependía de crear una nación totalmente ‘blanca’ y ‘europea’, por lo cual Argentina se sometió a un proceso ideológico y sistemático para borrar a las personas no blancas de su paisaje y población. Lo lograron matando a gran parte de las poblaciones indígenas, incluso enviando embajadores a los Estados Unidos para estudiar sus métodos de «expulsión de indios». Y a través de la «desaparición» de su población afro. Los gauchos, los famosos vaqueros argentinos, a menudo tenían herencia indígena o negra. Las pinturas de Tango, un baile que se originó con africanos esclavizados, se representaron con bailarines todos blancos, y batallas famosas, algunas de las cuales fueron afrontadas por batallones medio negros, donde aparecían todos los soldados blancos. Hasta el primer presidente de Argentina, Bernardino Rivadavia, era conocido por ser en parte negro, y sus detractores lo llamaron «Doctor Chocolate».

Los líderes promovieron esta “desaparición” enviándolos al frente como soldados, atrapándolos en barrios pobres durante las pandemias y alentando la mezcla con la inmigración europea como una forma de «blanquear» a la población. Aunque las comunidades indígenas y afro nunca fueron ‘aniquiladas’ por completo, comenzó una campaña de blanqueamiento de tal manera que quedaron fuera de los libros de historia y la conciencia popular. Además de la disminución de la población, esta ‘desaparición’ fue acelerada por la creación de nuevas categorías raciales: los censos como »trigueño” y ‘’pardo” que servían para poder ‘escapar» de la etiqueta de «negro».

Debido al éxito de esta supresión racial y «blanqueamiento», la cuestión de raza tiende a ser eliminada de la ecuación hoy en Argentina y hay una tendencia de ver las cosas solo en términos de clasismo que oculta los elementos del racismo. Visto en el hecho de que hoy en día, «negro» no se refiere tanto al color de la piel sino más bien a la clase social.

Durante el ascenso de Perón, las élites se referían peyorativamente a sus militantes como «cabecitas negras» y después, «negros peronistas». Así, la palabra seguía evolucionando y perdiendo su contexto y significado original, pasando a ser un símbolo de identidad política y de clase social. Por esta identificación con el trabajador “negro” emblemática del peronismo, así como su posición tercermundista, Argentina desarrolló una cultura en la que los ciudadanos blancos a menudo tienden a ver su lucha como colectiva, junto con los negros en los Estados Unidos y con otras personas marginadas de todo el mundo. Esta tendencia a mezclar todo en una lucha colectiva está siendo cuestionada por algunos activistas locales que argumentan que es imperativo también interrogar la interseccionalidad dentro de la sociedad argentina.

La gente negra de Argentina a menudo expresa la «extranjerización» que enfrentan. María Lamadrid, fundadora de AfricaVive, fue detenida en el aeropuerto en su camino a Panamá en 2001 cuando no le permitieron abordar el avión con su pasaporte argentino, convencidos de que era falso, porque «no hay negros argentinos». Recientemente, el activista afroargentino Louis Yupanqui preguntó en IG sobre experiencias de racismo. Una de las respuestas que recibió fue: «mi maestra me hizo mostrarle mi DNI para demostrar que en realidad era de Argentina». Evelina Vargas, que tiene ascendencia parcialmente indígena, se sorprendió al llegar de Salta a Buenos Aires para estudiar una maestría en Derechos Humanos porque algunas personas no creían que ella era de Argentina. Vargas cuenta que sus padres tendían a negar sus raíces indígenas, autonombrándose «blancos» y alejándose lo más posible de su conexión con esa cultura, no solo porque les daba vergüenza estar asociados con los estereotipos comunes y negativos de «perezosos, sucios, atrasados indígenas» sino también como una forma de sobrevivir y evitar violencia policial. Ser blanco era estar seguro. Para ella, la asociación negativa con ser indígena se muestra en cosas pequeñas, como cuando te dicen «cambiate el pelo porque pareces indígena» o «deberías evitar el sol para que no te oscurezcas».

A pesar de la presión para «blanquear», las personas blancas tienden a veces a no reconocer su propia blancura. Algunos argentinos blancos dicen que fue necesario salir del país para reconocer la percepción de la gente de su «blancura». Una amiga me dijo que le sorprendió que al visitar Colombia la llamen «Gringa».

Los visitantes de Buenos Aires con origen afro cuentan historias de personas que intentan tocarles el pelo o que les piden tomarse fotos con ellos. Arielle Carin Knight, una estudiante negra de los EE.UU., escribe: “La noción de que las personas negras son invisibles en Argentina es una afirmación contradictoria. Son invisibles en la medida en que no son reconocidas como parte de la identidad argentina; sin embargo, a nivel interpersonal los sujetos negros atraen mucha atención por su ‘rareza’. Puedo recordar innumerables experiencias de viajar en el colectivo en Buenos Aires y ser encuestada de pies a cabeza. No era raro escuchar a alguien susurrar audiblemente, ‘mirá la morocha’. La periodista afrocolombiana, Lisa Maria Montaño Ortiz, describe una experiencia similar al visitar Argentina por primera vez: “Comienzan a preguntarte, ‘¿por qué tienes ese cabello así?’, ‘¿Y por qué tu boca es así, tus labios son naturales?’, ‘¿Y tu nariz es así?’ Son preguntas que parecen ilógicas en pleno siglo XXI».

La negación de la existencia del racismo es una característica principal de cómo se presenta el racismo en Argentina. Mirta Alzugaray, activista y académica afrodescendiente de Santa Fe, explica que “la presencia africana en los Estados Unidos se hizo más visible al mostrarle al mundo cómo los estadounidenses segregaron a la población negra. Crearon ‘espacios solo para blancos’, los pusieron en guetos. Por el contrario, en Argentina, la mezcla de razas es tan común que los negros no tienen un color tan obvio, por lo que creen que en este país no somos racistas. Si no hay nadie para racializar (lo digo irónicamente), aquí no hay racismo. Entonces, si no visualizamos la presencia (afro), el racismo no se visualiza». El abogado e inmigrante haitiano Nicanor F. Laurent es muy franco sobre su experiencia con lo que percibe como un techo de cristal para la gente negra en Argentina. Explica: “el problema es que en otros países saben que la población negra está ahí y la sociedad, los medios de comunicación, el gobierno y el Estado actúan de alguna manera para combatir el problema de la discriminación. Lo que me molesta de Argentina es el nivel de negación que hay».

Esta negación se presenta de manera insidiosa. Si el problema no se mide, es como si no existiera y no se puede enfrentar. Las personas racializadas son proporcionalmente más propensas a ser asesinadas o brutalizados por la policía, y hay una larga lista de tales casos, incluso muchos desde que se puso en marcha la cuarentena. Como un Estado colonial, quedan muchos efectos sistémicos de la supremacía blanca sobre la cual se construyó el país, usados para justificar la colonización, la esclavitud y el genocidio. Mientras que el país toma medidas para reconocer su población y raíces afro e indígenas, los activistas continúan luchando por el reconocimiento, para que se enseñe la historia real de Argentina en las escuelas y se generen estadísticas para medir con precisión las poblaciones afro e indígenas del país y sus características socioeconómicas, así que se puedan tomar medidas legales para abordar los problemas que enfrentan.

Marchas en EE.UU. por el asesinato de George Floyd
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